Hace poco me di cuenta de tres cosas: primero, que criar plantas se ha vuelto un hobby muy querido. Sin quererlo y sin buscarlo ver cómo asoman hojas nuevas, como se despliega una planta colgante, o se hincha una suculenta se han vuelto actividades placenteras y relajantes. Segundo, que esta práctica tiene mucho que ver, más de lo que a primera vista pareciera, con la mirada. Todo se trata de contemplarlas un poco cada día y percibir los pequeños y los grandes cambios que te están diciendo que necesitan más o menos agua, que el sol les está dando demasiado, o demasiado poco, que están incómodas en donde las colocaste y tenés que cambiarlas de lugar para que crezcan mejor. Que las plantas bailan y es necesario ayudarlas a moverse para que encuentren su lugar en la casa. Y la tercera constatación: es una forma, también, de lidiar con lo heredado y de continuar una tradición. Mi madre tiene un pulgar verde extraordinario, que siempre contemplé como una parte del pack de diseño de mi madre, que hacen de ella una gran ocupante de espacios, una persona interesada en la disposición de las cosas, en el diseño de los lugares, en la presencia de los detalles, y en generar una sensación de hogar. Mi abuela también lo tenía. En el fondo de su casa en Salta había una parra esplendorosa y un cactus gigantesco, y uno de sus últimos proyectos fue el criar un limonero desde semilla, que luego plantó en el centro de su jardín en la última casa en la que habitó, y que se transformó en un orgulloso arbolito. Por eso, este newsletter está ilustrado con fotos de mis plantas.
#35: Mirando la Hierba Crecer
#35: Mirando la Hierba Crecer
#35: Mirando la Hierba Crecer
Hace poco me di cuenta de tres cosas: primero, que criar plantas se ha vuelto un hobby muy querido. Sin quererlo y sin buscarlo ver cómo asoman hojas nuevas, como se despliega una planta colgante, o se hincha una suculenta se han vuelto actividades placenteras y relajantes. Segundo, que esta práctica tiene mucho que ver, más de lo que a primera vista pareciera, con la mirada. Todo se trata de contemplarlas un poco cada día y percibir los pequeños y los grandes cambios que te están diciendo que necesitan más o menos agua, que el sol les está dando demasiado, o demasiado poco, que están incómodas en donde las colocaste y tenés que cambiarlas de lugar para que crezcan mejor. Que las plantas bailan y es necesario ayudarlas a moverse para que encuentren su lugar en la casa. Y la tercera constatación: es una forma, también, de lidiar con lo heredado y de continuar una tradición. Mi madre tiene un pulgar verde extraordinario, que siempre contemplé como una parte del pack de diseño de mi madre, que hacen de ella una gran ocupante de espacios, una persona interesada en la disposición de las cosas, en el diseño de los lugares, en la presencia de los detalles, y en generar una sensación de hogar. Mi abuela también lo tenía. En el fondo de su casa en Salta había una parra esplendorosa y un cactus gigantesco, y uno de sus últimos proyectos fue el criar un limonero desde semilla, que luego plantó en el centro de su jardín en la última casa en la que habitó, y que se transformó en un orgulloso arbolito. Por eso, este newsletter está ilustrado con fotos de mis plantas.