#34: En las Garras de la Serpiente Emplumada
Estuve las últimas dos semanas en México. Específicamente en la Ciudad de México. Había viajado en 2017, para mi luna de miel, con tanta fortuna que aterrizamos allá el 31 de octubre, cuando comenzaban las celebraciones de Día de Muertos. Así se comportó siempre México conmigo: ofreciendo sus dones con una enorme generosidad. Pasé solo 5 días, entre altares y alebrijes gigantes, y sentí que había arañado apenas la superficie de una ballena.
Así que quería volver. Y me las ingenié para ir de viaje de investigación, a hacer archivo. Terminó siendo, sin embargo, bastante más social que laboral. Pero no desperdicié los euros de los contribuyentes alemanes. Lo más interesante fue conocer la hemeroteca de la UNAM. Que es gigante y demencial como todo, y funciona muy bien. Encontré una serie de rancheras, corridos y boleros ilustrados que Oski hizo en el año 1961 para el diario Novedades. Son solo 15, lo que suena a poquito. O quizás son muchos, y es un milagro que existan. Miren, acá están Perfidia y Muerte de Roque y Luterio:
También me traje una copia de El Quillet de los Niños, una maravillosa enciclopedia de los 1970s que ilustraron Ayax Barnes, Oski y Enrique Breccia, sobre textos de Beatriz Ferro. Inconseguible en Argentina, pero apareció en MercadoLibre mexicano y la mandé a casa de una amiga. Gracias Margarita por guardarla todo este año hasta que pude viajar.
Compré el tomo de El Hombre de Negro de Helioflores que editó el Fondo de Cultura Económica, que recopila la tira aparecida por primera vez en 1968. El Hombre de Negro comienza siendo un monito caricaturesco que opina sobre la situación de México junto con su amigo El Doctor, con un humor muy basado en el diálogo, y luego se convierte en una historieta cuasi muda existencial poética y de denuncia que gana en experimentación a coste del humor. Me parece super interesante como ejemplo de una evolución del comic mundial entre los 1960s y 1970s: de chistes filosos a ligeramente torturada expresión de autor.
Y relevé toda la primera época de La Garrapata, la revista satírica que editaron Rius, Helioflores (allí, de hecho, aparece El Hombre de Negro por primera vez), Naranjo y AB entre 1968 y 1969. Una especie de Tía Vicenta-Satiricón-O Pasquim-Fluide Glacial mexicana, con una ingente cantidad de denuncia al PRI de finales de los 1960s y una línea editorial bastante erudita. No es lo que estoy investigando ahora, pero eventualmente algún uso le daremos.
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México es un montón de todo. Es una ciudad en la cual la palabra demencial rápidamente pierde sentido de lo mucho que describís todo como demencial. El tamaño de las autopistas. La contaminación del aire (me pasé las dos semanas con una tos espantosa que me despertaba en medio de la noche). El olor a comida desde las 7 de la mañana. Las masas de gente. La concatenación de signos. El palimpsesto que aúna la historia indígena y encima de eso la historia de la conquista y encima de eso la historia de la colonia y encima de eso la historia nacional. La influencia de los Estados Unidos evidente en el rampante consumismo que, sin embargo, han torcido con un sabor nacional muy propio. Hay un capitalismo mexicano, que está marcado por la enorme oferta, pero también por la fungibilidad con la que todo se convierte en mercancía. Vamos con mi amigo Jumpo a un boliche que pasa música de los 80s. Él no tiene encendedor. Se acerca a la chica que atiende el puestito de golosinas y botanas del boliche (hay no uno, sino varios puestitos de golosinas y botanas en el boliche) y le pregunta si vende encendedores. “No, pero te vendo el mío, 10 pesos”. Capitalismo mexicano instantáneo.
Todo es mega. Vuelvo con la sensación de que se manejan cantidades desaforadas de dinero: en la calle, en la gigantesca bolsa de valores con su cúpula espejada en el Paseo de la Reforma, en la inmensa oferta de todo: de comida, de ropa, de entretenimiento, de bebida. Vas por una autopista gigantesca y 40 metros arriba tuyo tenés otra autopista gigantesca que se curva y asciende al cielo. Es una ciudad que te intimida por momentos porque te das cuenta lo fácil es que te trague, te mastique y te escupa sin que nadie se dé cuenta.
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Se siente una relación compleja con la identidad nacional. Mi impresión: el mexicano es muy nacionalista, pero a la vez siente mucha vergüenza por ese mismo nacionalismo, y sabe que el estado no ha trabajado para él jamás. A lo largo del siglo XX se hablaba de la democracia mexicana como “la dictadura perfecta”: siempre ganaba el PRI porque “así lo quería el pueblo mexicano”, aunque el pueblo mexicano sabía que no lo quería.
A lo largo del viaje surge muchas veces la charla sobre la Guerra Sucia que se desarrolló entre finales de los 60s y durante todos los 70s. Todo el mundo coincide en que es un momento clave, pero que no fue estudiado como debiera. No se sabe cuántos desaparecidos hubo. El mismo ejército que llevó adelante la represión de estudiantes y militantes políticos revolucionarios es el ejército que hoy es empleado para “luchar contra el narco”. Todo se ha olvidado bastante, aunque en la Plaza de las Tres Culturas hay un memorial que convive con el sitio arqueológico de un mercado precolombino y los restos del Colegio de la Santa Cruz de Tlatelolco, la primera institución de educación superior para los indígenas de América.
A la vez, dos de los peores presidentes mexicanos, que gobernaron durante el período, Gustavo Diaz Ordaz y Luis Echeverría (quién era, además, un agente de la CIA), recibieron a una gran cantidad de asilados políticos que escapaban de los regímenes militares del Cono Sur. México es eso: una contradicción permanente, el cielo y el infierno en la misma calle.
Otro ejemplo: me encuentro con mi amigo Marcelo Casals, que está allá siendo un señor profesor del Colegio de México y haciendo archivo para su próximo libro, una historia global de la Dictadura Pinochetista. Me cuenta que a cada uno de los refugiados políticos que recibían le asignaban un agente de la Dirección Federal de Seguridad, la policía secreta. Su objetivo era seguirlos y asegurarse que no se conectasen con los revolucionarios mexicanos. 40 años después, AMLO libera los archivos de DFS y Marcelo me cuenta que los hijueputas eran muy buenos, prolijos y puntillosos en su trabajo: hay minutas completísimas de reuniones de agrupaciones de exiliados, de izquierdistas, registros enteros de discusiones intrincadas, de congresos enteros. Tremendos hijos de puta en su momento, pero los mejores aliados de los historiadores 40 años después. México.
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Tengo muchas conversaciones sobre AMLO. Una sensación superficial de visitante: la gente de la ciudad pareciera estar mucho menos agobiada y desesperada que cuando estuve en 2017. El ritmo es brutal y se nota que todo el mundo trabaja mucho, pero se siente más segura y la gente se ve un poco más contenta, más relajada, con la bota menos en el cuello. ¿Será así?
La sensación que me llevo de estas conversaciones, en su mayoría con gente de clase media universitaria, es que hay un enorme desencanto con AMLO pero, sin embargo, no se le retira el apoyo porque a quienes hace enojar son aún peores. Me parece tierno que Alfredo, mi amigo más anarco que dice que lo único en lo que creyó en la vida es el zapatismo, es quien más lo defiende, aunque no lo votó y no va a votar a Sheinbaum.
Las críticas son fundamentalmente dos: que no terminó con la violencia (como si fuese tan fácil) y que no desarticuló el sistema neoliberal mexicano (como si fuese tan fácil). Sobre la primera, hay críticas bien fundadas acerca de la ampliación de poderes al ejército y la militarización más profunda del conflicto. Algunos me hablan de un crecimiento de las muertes, otros me hablan de una estabilización. Una somera búsqueda parecería indicar lo segundo. Una estabilización en números altísimos, pero estabilización al fin. ¿Es esto un indicador de que se está en el camino correcto? No lo sé.
Luis me dice que a él lo único que le interesa es que se termine la violencia. Que tiene amigos y familiares que murieron a causa del narco en Veracruz. Que el estado está cada vez peor. Lo escucho y pienso en la cantidad de veces que escuché de argentinos decir que lo único que les importa es que se termine la inflación y pienso si en el fondo somos unos afortunados, o si en México son afortunados por tener una economía pujante y una moneda que se apreció un 20% frente al dólar en los últimos seis años, o si en el fondo todos somos unos desafortunados que andamos de camarote en camarote en el Titanic.
Lo que si noto es que muchas discusiones acerca de AMLO y su rol reproducen discusiones que teníamos en Argentina hace 10 o 12 años: ¿está bien cagarse un poco en la clase media universitaria a cambio de transferir ingresos a las clases bajas? (es un gobierno, al fin y al cabo, que DUPLICÓ el salario mínimo) ¿qué rol cumplen los medios? ¿es importante que el presidente les hable a sus ciudadanos todos los días para romper el cerco informativo? ¿qué tan grave es que se lo idolatre tanto? ¿por qué, sin embargo, los billonarios mexicanos siguen haciéndose más billonarios? ¿es el estilo discursivo de AMLO, un poco bruto, pero con un enorme conocimiento de lo que llamaríamos la política y el territorio real, el más apropiado? ¿comunica bien o mal? No puedo evitar sentir un poco de miedo, dado el desenlace argentino, pero, por ahora, no parecería haber peligro con un oficialismo que ejerce su hegemonía y hace que todo el sistema político baile a su ritmo.
Marcelo me dice que es un populista clásico: transferencia de ingresos mediante subsidios directos, construcción de un enemigo de clase, carisma y un poco de paternalismo. Que se yo, como peronista, no puedo dejar de admirarlo un poco, y de añorar unas épocas en que era posible tener un gobernante de centro-izquierda inmensamente popular con el pueblo.
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De pronto en medio del viaje me acuerdo de Los Detectives Salvajes. Y me doy cuenta, también, que no recuerdo absolutamente nada de lo que sucede en el libro. Ni un solo evento. Ni siquiera me acuerdo muy bien de la estructura. Solo que uno de los personajes termina en África haciendo no sé qué.
Me llama la atención este olvido casi total de un libro que fue fundamental para mi formación sentimental, pero supongo que así son las cosas. Me acuerdo mucho más de quién era yo y que estaba haciendo en ese 2006-2007 en que lo leí. Me acuerdo perfectamente de uno de los livings donde leí gran parte, una habitación hermosa en una casa hermosa. Me acuerdo de los colectivos y del peso del libro en papel y del calor de finales de año. Me acuerdo de la sensación de que ahí dentro había un mundo mucho más grande del que yo había conocido.
Después, ya vuelto a Berlín, me meto en la página de Wikipedia que tiene un resumen demasiado detallado que leo por encima y me voy acordando de cosas y veo que hay un montón de hitos en la CDMX (me gusta el nombre CDMX, me gusta más que DF, aunque DF es lindo también, en una muestra me encuentro con una cita de Carlos Monsiváis que dice algo así como que la Ciudad de México es una ciudad que no se deja tutear por sus habitantes) que podría haber ido a visitar. Me doy cuenta que pasé por la puerta del Café La Habana y ni bola le di. Como cuando voy a un recital (la mayoría de las veces) sin volver a escuchar la discografía del artista y en realidad termino revisitando algunas de las canciones que más me gustaron luego del evento, con toda la emoción funcionando retroactivamente, pienso que quizás la próxima vez que viaje a México debería releerlo.
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En el medio del viaje vamos con Jumpo, Sazy, Alfredo y Bárbara a ver a Tayhana en una plaza del centro de la CDMX. Hay un festival gigantesco organizado por la municipalidad que se llama Noche de Primavera. Creo que nunca había visto a Tayhana en vivo y me vuela la cabeza durante la hora y media de set que ejecuta. La palabra que mejor puede definirla, para mí, es irresistible. En el sentido de que hay momentos de su set en que no se puede evitar bailar. Miro para un costado y veo a todo el mundo moviéndose de alguna forma, incapaz de dejar de mover las piernas y la cola. Me encanta ese menjunje mágico de sonidos latinos que hace, que pasea por todas las músicas de baile del continente sobre un fino colchón de manija techno. Es una omnívora espectacular que sabe perfectamente cuándo soltar la línea melódica de voz que todos conocemos y que podemos percibir debajo de su guiso sonoro, y cuando deformarla para dejarnos con ganas de más. Me encanta que sea de Caleta Olivia, y me la imagino aburrida en su pueblo del interior rompiendo las bolas con mp3 bajados de un Soundcloud mugriento.
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Alfredo, quién se comporta con una hospitalidad extraordinaria, me organiza una conferencia en la Universidad Autónoma del Estado de Morelos, que queda en la ciudad de Cuernavaca, famosa aparentemente por sus Santa Rita (que allá le dicen buganvillas). Me voy para allá y experimento el verdadero tráfico mexicano: un subte detenido, otro con problemas, un camión para llegar hasta la ciudad, un taxi para llegar a la universidad, algo así como 3 horas de viaje de ida y 2 horas de viaje de vuelta. Pero me da el enorme gusto de permitirme hablar de la Era de Krakoa de los X-Men en frente de un público muy interesado y aplicado, que escucha con atención y después hace buenas preguntas durante ¡45 minutos! Pienso por momentos “no puedo creer que me estén pagando para hacer esto” y “la verdad que no es una mala vida”. La conferencia capaz sea newsletter en el futuro. Por lo pronto se puede escuchar entera acá, incluyendo al man que me preguntó que si AMLO y Milei tuviesen poderes que poderes tendrían y como se enfrentarían entre sí.
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Es medio difícil de explicar el efecto un poco alucinógeno de una ciudad de 9 millones de personas (26 en su área metropolitana) y de la acumulación constante de símbolos de distintas épocas y de distintas culturas. Lo hace a uno pensar en el mestizaje, aunque en el fondo no sepa del todo bien que significa este mestizaje. La sensación no es de una mezcla armoniosa de elementos sino más bien de un caos simbólico perfecto y agotador en el cual toda parte está luchando por tu atención. Encima todo se confunde más si uno le agrega mescal, alcohol de características francamente psicodélicas.
Para muestra, basten dos botones: en el recital de Tayhana de pronto veo un tipo vendiendo agua o algo así, moviéndose entre la gente con una mochila negra desharrapada. Lo miro un poco más de cerca y percibo que tiene una remera puesta con algunos versos de D.H. Lawrence. Seguro la consiguió en una paca, una feria americana, descartada por algún estudiante norteamericano, pero el solo hecho de estar en esta plaza de disposición española, escuchando a una artista que salta de la cumbia al tecno duro, viendo a un tipo con unos versos de un poeta sexual y vital en la espalda, me parece fascinante.
Vamos a un bar, bastante hípster, bastante de moda, que se llama Veri Bari. Un salón en un sexto piso por escaleras bastante estrechas, con un ventanal precioso que da a la calle y por el cual entra el aire fresco de la noche, mientras adentro un grupo de personas cantan a los gritos temas de Juan Gabriel (porque ya se termina la noche). Nos echan a las 2 AM (casi todo termina a las 2AM) y terminamos en la vereda. Mis amigas buscan un after con ganas. Yo pienso en un Uber. De pronto me llaman la atención y veo a mis espaldas a un petiso con máscara de luchador que me pide dinero. Al principio me asusto y después me doy cuenta que esto es de lo más normal. Le digo que no y el tipo termina juntándose con otros parroquianos, con quienes baila y se saca fotos. Al lado del Veri Bari hay un salón de billares con una pinta mega turbia de donde salen hits de los 80s y 90s. Algunos se meten ahí buscando diversión. Ese bar si está abierto hasta tarde. Cuando me subo al Uber el petiso baila en la vereda un tema de Chemical Brothers.
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Voy al Museo del Estanquillo. El Museo existe desde el 2006 y resguarda la colección personal de arte popular, objetos, juguetes, fotografías, caricaturas y material gráfico en general de Carlos Monsivais. Monsivais es uno de esos intelectuales muy mexicanos que debería leer: anti-autoritario, fascinado por el arte popular y la ephemera mexicana, habitante acérrimo de la CDMX, homosexual, fundador del colectivo LGTB+ de México, amante de los gatos, vinculado al movimiento estudiantil de 1968, investigador y persecutor de justicia por la Masacre de Tlatelolco, Monsivais parecía albergar una inmensidad en su interior.
El Museo está ubicado en un edificio antiguo, una vieja joyería, en el casco histórico, y a lo largo de 3 pisos agrupa exhibiciones variadas. En mi visita había dos: una de caricatura desde la independencia hasta la revolución, con acento en el Porfiriato, y una de Héctor García, un fotógrafo extraordinario del cual no tenía ninguna referencia y que me recordó a una especie de Cartier Bresson mexicano, con un ojo clínico y penetrante para las injusticias, los agolpamientos y la psicodélica onírica de la CDMX. En esta última hay algunas fotos de Monsivais en donde aparece disfrazado, haciéndose el moderno con sus amigos del arte, y que me recuerdan mucho a Oscar Masotta y las aventuras emprendidas en el Di Tella en los años 1960s. Hay un espíritu de época ahí, con todo un continente de distancia.
La muestra de caricatura es buenísima y tiene un montón de imágenes originales, tomadas directamente de las revistas, como El Hijo del Ahuizote o El Colmillo Público, e incluso de las publicaciones europeas en las cuales estas revistas se inspiraban. Una cosa que me llama la atención es la recurrencia a la imagen del pueblo como aquel que sostiene con su esfuerzo la totalidad del país, mientras un conjunto de ricos, notables y funcionarios le chupan la sangre, le extraen la plusvalía, se montan sobre sus hombros, le azotan con fruición. La persistencia de esta imagen no solo de una clase social, si no de un estado y un gobierno inalcanzables e inmodificables, y debajo la inventiva y el esfuerzo de una masa social que sale adelante como puede, me parece que dice bastante sobre la identidad nacional mexicana, sus orgullos y sus tristezas.
Luego me meto en la página del Museo y me encuentro con que tienen un montón de mini-sitios de exposiciones pasadas, en donde, un poco desordenadamente, pero completa, reponen los materiales que formaron parte de las mismas. Y ahí descubro al extraordinario Andrés Audiffred, dibujante mexicano de principios del siglo XX, con algo de Bud Fisher y algo de George McManus, que se dedicó a hacer la crónica urbana del DF de las primeras cuatro décadas del siglo. Los maleantes (muy parecidos a los compadritos porteños), los choques de autos, la venta callejera, la violencia, los contubernios políticos, la belleza femenina, el caos urbano y la diferencia entre las colonias ricas y las colonias pobres aparecen de forma jocosa y observacional, como quién sabe que nada va a cambiar pero que no hay lugar mejor en donde vivir que una gran ciudad.
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Ese mismo día salgo del museo y me voy a visitar las librerías de viejo de la Calle Donceles. Son unos monstruos que ocupan fácil media manzana, con pasillos interminables en donde se acumulan pilas y pilas y pilas de libros. La mayoría tienen un cartel bien grande que pide no sacar fotografías, lo cual me parece muy absurdo ¿Qué piensan que están protegiendo? Las librerías tienen secciones de todo: interminables anaqueles de novelas, historia de México, historia de la Revolución, historia de Europa, religión, yoga, sexualidad, administración de empresas, computación, historia del arte, aprendizaje del inglés, del francés, del italiano, guías turísticas del año del ñaupa, contabilidad, literatura infantil. Cantidades ingentes de libros con muy poco criterio de selección que se apiñan en anaqueles kilométricos que invitan muy poco a hurgar en búsqueda de tesoros. Hay una sección para cada tema, menos una: ninguna tiene sección de comics. Lo cual lleva a preguntarme el porqué del menosprecio a un género que tuvo en México, en algún momento, una de las industrias más grandes del continente. Pienso en lo poco que sé sobre la historia de la historieta en México y pienso en el trabajo de mi amiga Laura, que hace años está en la valerosa y valiosa tarea de reconstruir parte de su historia industrial frente a la indiferencia no solo de los libreros, sino también de los bibliotecarios y de los mismos artistas.
Más allá de esto, el empacho ante la infinitud de libros me hace pensar en cuan devaluado está, al menos para mí, el rol de las librerías de viejos en estos tiempos de internet. Sin curadoría una librería de usados se vuelve simplemente un depósito de papel viejo que quizás sería mejor hacer pulpa. Lo que antes hubiese sido un arcón de las maravillas, se convierte en algo abrumador, feo y mohoso. Pero bueno, quizás sea solo yo.
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Una vez que uno sale de su casa en la CDMX es mejor que no tenga planeado volver hasta el final del día, e ir encadenando actividades, porque las distancias y las particularidades del transporte público hacen que volver a la casa por un ratito para descansar se termine convirtiendo en quedarse en la casa para siempre.
En mi buceo de Wikipedia alrededor de Los Detectives Salvajes termino en la página de Mario Santiago Papasquiaro, el poeta que fundó el infrarrealismo junto con Roberto Bolaño y que inspiró al personaje de Ulises Lima. Un personaje oscuro, maldito, un verdadero poeta punk que publicó poco durante su vida. Un personaje de la CDMX que se entregó cada vez más a las drogas y el alcohol a lo largo de su vida, apartando de sí a casi todos excepto a quienes eran más cercanos. Leyendo su página de Wikipedia me encuentro con que el tipo acostumbraba dejar su casa de la CDMX durante días y semanas enteros, largándose en largas caminatas por la ciudad, durmiendo en cualquier parte, y cruzando las calles sin mirar si venían autos, lo que le valió varios accidentes automovilísticos, el primero en 1980, a partir del cual utilizó bastón, el último en 1998, que le causó la muerte. Una muerte de la cual su pareja no se enteró hasta 5 días después, por su costumbre de desaparecer.
Caminando con Jumpo por Condesa me cuenta que hay una expresión que es “cruzar como un chilango”. O sea, cruzar por la calle sin mirar para ningún lado, como caballo con anteojeras, decidido a llegar al otro lado.
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Desde que vivo en Europa lo que más añoro es Latinoamérica. Sus ruidos, sus olores, sus calles, su gente, su amistad, su delirio, su peligro y su locura. Europa es un cementerio, y todo el bienestar y la seguridad que se tiene aquí son el mero producto de que ya no hay nada por lo cual pelear. Todos tienen un poquito y todo más o menos funciona y las peleas que tienen son por cuestiones absurdas e inexistentes.
A menudo pienso en María Elena Walsh y Leda Valladares volviendo de Europa a finales de los años 1950s y decidiéndose ambas, cada una por su lado, a rescatar y trabajar Latinoamérica, con sus sonidos. Leda, además, era prima de mi abuela. Nunca la conocí, creo, pero cada día que pasa mi admiración y mi identificación con ella crece. Esto ya lo conté en Twitter pero, como dice Imanol, todos tenemos dos o tres ideas que vamos reciclando y reutilizando a lo largo de nuestras vidas. A mí me sorprende, igual, que aquello que me parecía estéticamente tan feo, tan grasa, tan cercano al sudor y la sangre, como las músicas latinoamericanas, ahora sea lo que más busco. Uno siempre es el sudaca de alguien, incluso a veces uno termina siendo el sudaca de uno mismo, pero nunca lo sabe hasta que lo sabe.