#8: Me Gustás Hace Mil Años
¡Hola, amigues! Bienvenidos a la octava entrega de El Evangelio del Coyote, un newsletter sobre arte, política y basura. En esta ocasión: Scott Pilgrim, Parks & Recreation y Wandavision, todo unido por el concepto del rewatch o la relectura: ¿qué onda con revisitar obras que nos marcaron en su momento?, ¿y qué expectativas genera a esta altura el MCU entre quienes consumimos comics de superhéroes toda la vida, y entre quienes ya conocen perfectamente el funcionamiento de su maquinaria?
Si tu vida tuviese una cara, le pegaría una piña
Estas dos semanas me agarraron con tremendo revival de Scott Pilgrim. Después de muchos años sin tocar esa historieta, luego de que hubiese sido una de las obras formativas de mis 20s, decidí volver a ella a ver como se había sostenido, si todavía me decía algo.
No soy mucho de hacer rewatchs o relecturas. Por un lado, porque como el intenso que soy, siempre pienso que hay algo nuevo, algo más, que siempre hay más cultura para consumir, y cómo voy a perder el tiempo revisitando algo cuando puedo leer/ver/jugar algo nuevo y de ese modo ir tachando la lista de pendientes infinita de arte que quiero experimentar. Por otro lado, soy una persona sumamente orientada a la narrativa, y mis primeros acercamientos siempre están dirigidos hacia las preguntas: ¿qué cuenta esto?, ¿cómo lo cuenta?, ¿qué tal los personajes?, ¿cuáles son los temas? Una vez que eso ha sido develado, necesito olvidarme bastante de la obra para revisitarla. Una revisión, sin embargo, ayuda mucho a entender mejor todo aquello que está vinculado, a falta de una mejor palabra, a la estética: colores, texturas, edición, estilo literario, construcción de la secuencia, todo lo que es fundamental para el impacto y el efecto de la obra, y que muchas veces se nos pasa en una primera experiencia debido a nuestra preocupación por el qué. Simultáneamente, hay ciertas cosas que fueron fundacionales para mí en su momento y que hoy me dan un poco de vergüenza ajena. Puntualmente, estuve pensando mucho en High Fidelity y Chasing Amy, dos obras escritas desde el supuesto punto de vista de un “hombre sensible y culto” pero que hoy apestan un toque a naftalina y a inmadurez.
Tenía miedo de que con Scott Pilgrim fuese así. Como dije, fue una obra fundamental en mis 20s. En ese momento, le hablaba de una manera muy directa a mí situación de desempleo, vivir en la casa de mis padres, no saber que hacer de mi vida, intentar ser “bueno” pero tener graves fallas emocionales. Y la combinación de comic indie y romanticón, videojuegos, manga y música indie era como una especie de mermelada perfecta para el Amadeo del 2006-2007. Una combinación que, en ese momento, no era tan usual. La influencia de Scott Pilgrim ha sido tan profunda, y se esparció de forma tan granular en obras tan diversas (Paper Girls, King City, Lumberjanes, The Wicked + The Divine, Deadly Class y miles de comics más) que puede ocluir la percepción de lo novedoso que fue en su momento. Esa novedad era producto de la mejor práctica de síntesis: un autor que tiene un montón de intereses diversos, y aparentemente inconexos, pero que logra hervirlos hasta que se mezclen en una obra nueva que logra ser más que la suma de las partes.
¿Qué obtuve de mi relectura? En primer lugar, la certeza de que sigue siendo un comic lleno de corazón, encantador, divertido y que da gusto leer. Luego, lo siguiente:
1) Es increíblemente gracioso. ¡Sigue siéndolo! O’Malley es un as a la hora de escribir diálogo que se siente completamente real y a la vez está cargado de comebacks, de desenlaces y chistes fantásticos. Esto se complementa con su habilidad a la hora de dibujar expresiones y reacciones. O’Malley emplea el lexicón simplificado de expresiones de manga para lograr que cada chiste cause un impacto muy superior. Como, por ejemplo, aquí, uno de mis chistes favoritos de toda la serie:
2) Los personajes son todos hermosos y muy adorables. Y representan en microcosmos el tipo de personas que te encontrás en una escena “bohemia/hipster” en tus años formativos: el guitarrista un poco hosco, el jovencito que quiere impresionar a los hipsters mayores, la adolescente cuyo ingreso a este mundo es a la vez una ampliación de sus horizontes y un pasaje a sus primeras decepciones, la chica que odia a todo el mundo pero tiene corazón de oro [todos amamos a Ramona Flowers, pero Kim Pine tiene un lugar muy especial en mi corazón], la mala onda total, el chico gay totalmente cool y un poco lagarta que sin embargo es bueno. Son un poco estereotipos, pero O’Malley los emplea eficientemente, y los personajes principales trascienden el cliché cuando les da un trasfondo humano. Lo bueno es que la historia no es solamente la historia del crecimiento de Scott Pilgrim, sino de la evolución de este grupo, que en cierta medida se disuelve hacia el final de la serie, abriendo el paso a una adultez cada vez más privada de esos vínculos intensos que solo se comparten cuando se está creciendo juntos.
3) En ese sentido, la relectura si marcó una distancia. No le vamos a pedir a SP que sea algo que no es: está pensada para ser leída a los 20, cuando se tiene la misma edad que los personajes. Es una coming of age en la cual lo más importante es conseguir un trabajo de mierda que pague las cuentas, ponerse de novie con le chique que te gusta y poder vivir en tu propio departamento. Es hermoso, de hecho, como el comic logra transmitir de manera muy sincera, muy directa, la sensación de engancharse con alguien. Hay una conexión emocional directa con esa experiencia en sus páginas. Si SP lidiase con los 30 o más allá, no podría sostener el tono optimista, irreal y exagerado, y feliz que le da O’Malley. Nadie quiere leer “Scott Pilgrim’s Very Sad Nervous Breakdown” o “Scott Pilgrim and The Precarious Job Market”. No por nada Seconds, la obra posterior del sujeto, es un libro con personajes un poco más atormentados por sus elecciones, y en el cual los problemas no se solucionan simplemente pegándole a cosas.
4) Scott Pilgrim es un desastre. Y es un testimonio a la grandeza de O’Malley que un personaje tan desconectado de la realidad, de los sentimientos de sus amigos, de los motivos por los cuales las personas a su alrededor se enojan con él, no sea nunca insoportable. Creo que la magia de esta alquimia está en la inocencia y la estupidez de Scott, en su cabeza completamente vacía, lo cuál hace que le perdonemos mucho a lo largo de los primeros volúmenes. Y a que hay una evolución humilde pero justa del personaje: no es que Scott se vuelve un dechado de virtudes, pero se da cuenta de lo que hizo mal, y logra ordenar las relaciones más importantes de su vida al final de la saga.
5) Y aquí quiero dedicarle unas palabras a Ramona Flowers. Hace poco leí esta nota donde la consideran el estereotipo de la manic pixie dream girl, basándose en la película de Edgar Wright y, si bien coincido en parte, creo que es mucho más que eso. Es verdad, Ramona arranca siendo una MPDG, fundamentalmente por su misterio. Qué es lo que son las MPDG: pantallas donde los protagonistas masculinos proyectan sus deseos y aspiraciones. Pero, alrededor del volumen cuatro, y de forma muy marcada a partir del 5, Ramona adquiere una agencia y una independencia que la vuelve, con toda justicia, co-protagonista de la serie. Lo cuál es lo más razonable del mundo: es ELLA la que tiene siete ex novios malvados. Los dos últimos volúmenes Ramona desaparece y, por supuesto, los hombres de su vida asumen que está con el otro: Scott piensa que está con Gideon, Gideon piensa que está con Scott. Pero ella simplemente se tomó un tiempo sola para pensar las cosas, reflexionar sobre lo que está haciendo lejos de cualquier expectativa y fantasía desmesurada. O sea: lejos de los hombres. Y cuando vuelve es clave para ganarle a Gideon, una pelea en la cual Scott casi no tiene participación y en donde lo más importante es como Ramona logra superar las cadenas emocionales que la atan a ese sujeto horrible.
6) En su momento lo leí en blanco y negro, y tenía cierta desconfianza de los colores de Nathan Fairbarn porque soy un cabeza y porque Dios sabe que los recoloreados han creado más de un horror en los comics modernos. Pero es perfecto. Le da una capa expresiva nueva al comic que lo enriquece un montón, porque Fairbarn usa el color para codificar sentimientos, momentos, movimientos, sensaciones, toda una nueva capa semiótica que conecta bellamente con el tono exagerado que el comic exhibe. Y encima la edición en color está llena de extras al final: diseños de personajes, posters, páginas que no quedaron, todo lo que queremos los obses.
Como buen obsesivo que soy, también me enganché con el videojuego y volví a ver la película. La película… no es tan buena. Cuando salió yo estaba desesperado porque me encante, porque era la película de uno de mis comics favoritos, dirigida por uno de mis directores favoritos… pero viéndola 10 años después es increíble como diálogos tomados verbatim del comic simplemente no funcionan, no se transmiten con la misma frescura. Hay algo del timing que está mal. Los recursos visuales que usa Wright, sin embargo, son muy buenos y originales. Además, tiene un gran problema: Michael Cera. Michael Cera jamás debería haber sido Scott. Ese papel hubiese estado mucho mejor en alguien desconocido. No podés evitar ver a Scott y ver… a Michael Cera. Nunca podés superar su cara demasiado conocida. Y el chabón no puede infundirle a su actuación la inocencia y el entusiasmo de ojos gigantes de Scott: en cambio, te llega una combinación entre apatía y cierto engreimiento muy propio de Michael Cera. Esa sonrisa medio pelotuda que se combina con su nariz y simplemente te dice que se cree más canchero de lo que es. El videojuego, por su parte, está muy bien. Es un beat ‘em up bien clásico, en la línea de Final Fight, Streets of Rage o TMNT: Turtles in Time. Bastante más difícil de lo que parece a primera vista, hace falta una combinación mágica de skills y lentas mejoras producto de pegar y subir niveles para ganarlo.
La balada de la burocracia estatal
Siento que entre todos los géneros narrativos la comedia es el más frágil. La comedia muchas veces tiene fecha de vencimiento, no solo por el modo en que el contexto en que esa comedia se inserta va mutando y evolucionando, dejando chistes y rutinas que funcionaban en un momento completamente en offside unos años después [Animal House, por ejemplo: una película fundamental cuando salió, piedra angular del mito John Belushi, y hoy en día casi ninguno de sus chistes produce gracia]; si no también por la evolución histórica del género. Al menos a mí, luego de las sitcom multicámara, luego de la comedia sobre nada de Seinfeld, luego de la comedia posmoderna de gente tan diversa como Dan Harmon, Tim Heidecker y Phoebe Waller-Bridge, me cuesta ver cosas más clásicas.
Por eso tenía un poco de miedo de volver a Parks & Rec. Cuando la vi por primera vez fue una sitcom que me ganó por completo y de cuyos personajes me enamoré perdidamente. Junto con Community, para mí representaba el pico de las sitcom yankees de principios de los 2010s. ¿Se sostendría? Por suerte, sí, y creo que esto se basa en tres puntos:
1) Su alabanza del trabajo público, del trabajo estatal. Parks & Rec es lo más parecido a una sitcom munipa peronista que pueden concebir los yankees. Es una obra muy de la era Obama, ese momento en que la intelligentsia bien pensante creía que tenía el monopolio de la virtud y la eficiencia, mientras seguían bombardeando a medio mundo. Por suerte, más allá de algunas giladas como la obsesión de Leslie Knope con Biden, la serie toma lo mejor de ese mundo: la acción local, la iniciativa pequeña, el hacer cosas para la comunidad. En cierto sentido, es una serie que me recuerda a algo que decía Stuart Hall en sus escritos de finales de los 80s: la acción política debe tornarse local para combatir la oleada globalizante homogeneizadora, y la manera de mejorar tu comunidad era trabajando con los miembros de la misma. Es por ello que se beneficia tanto de montarse sobre esa pieza mítica de Americana que es el pueblo pequeño y amable lleno de gente extraña y hermosa.
2) El tono optimista. A diferencia de su hermana mayor, The Office (y no quiero caer en muchas comparaciones, pero para mí Parks And Rec es ampliamente superior), que hizo del cinismo y la falta de sentido del trabajo y la vida su leiv motif, Parks And Rec hace de la solidaridad, la amabilidad y los vínculos humanos que se desarrollan a través del tiempo su fortaleza. Esto también tiene que ver con la fragilidad de la comedia que describí más arriba: no es una serie genial de entrada. De hecho, la primera temporada es bastante floja, y la serie recién termina de tomar forma cuando los showrunners eliminan a Mark Brendanawicz, un personaje que es un agujero negro de carisma y comicidad, e incorporan a los geniales Rob Lowe y Adam Scott. Las sitcoms son formatos que toman su tiempo en entrar en ritmo, principalmente porque dependen de que el cast se ensamble y comience a pegar onda entre ellos y se produzca una química de comediantes muy particular. Parks espeja el crecimiento diegético de los vínculos de los personajes con el crecimiento extradiegético de la química entre los actores que los interpretan.
3) Y eso me lleva al mundo: lo que hacen los escritores con Pawnee es maravilloso. Lo vuelven todo un universo de freaks y gente horrible y psicópata y a veces maravillosa. Todos los secundarios son buenos y es verdaderamente impresionante la calidad de los comediantes que desfilan: de Henry Winkler a Nick Kroll, de Jenny Slate a Jason Mantzoukas, es un verdadero vergel de comediantes extraordinarios haciendo papelitos muy muy graciosos. La contracara de ese mundo exterior es el núcleo duro del departamento de Parks & Recreation, que comienza como un grupo de cuasi extraños enfrentados y termina constituyéndose en un grupo de amigos y colegas que se tienen mucho aprecio de una manera muy orgánica. Es muy interesante ver como los escritores de la serie no dejan asociación dentro del grupo de personajes sin explorar. Los emparejan, los separan, hacen dúos extraños, y de eso sale una dinámica grupal mucho más consistente y copada. No todos los personajes son igualmente graciosos (viéndola de nuevo: Ann Perkins… sorta of meh) pero la mayoría sí. Y todos los personajes van cambiando con el paso del tiempo y volviéndose mejores versiones de sí mismos: más amables, más cariñosas, más solidarias.
Sin embargo, como dije, es una serie sumamente obamista y en ese sentido un rewatch si marca la distancia temporal. No sé si una serie tan optimista y sencilla sobre el trabajo estatal hoy en día tendría lugar en la tele. Para mal, nos hemos acostumbrado en estos últimos años a la noción de que la política no estaría resolviendo los problemas de LAJENTE. De hecho, nos hemos acostumbrado a la noción de que la política es una maquinaria de destrucción y de angustia. Y en ese contexto los alegres miembros del Departamento de Parques y Recreación de Pawnee no tienen nada que hacer. Creo que no es casual que la siguiente serie de Michael Schur haya tratado sobre un dantesco y burocratizado mundo después de la muerte en el cuál todo está diseñado para hacer sufrir a los humanos.
Atrapado y no puedo echarme atrás porque te amo demasiado, nena
Esta semana terminó Wandavision, la primera dosis de esa droguita llamada Marvel Cinematic Universe que tuvimos en más de un año y medio. Y con ella llegaron las discusiones de siempre, entre aquellos que ven innovación y magia en el universo Marvel y aquellos que lo consideran una maquinaria de producir chorizos genéricos que están asesinando al cine.
Creo que la verdad está un poco en el medio de estas dos apreciaciones. Como alrededor de todo producto cultural, hay varios grupos que consumen el MCU. En primer lugar, tenemos gente como yo, fanátiques de superhéroes de toda la vida que estamos simplemente maravillades de ver en una pantalla grande algo parecido a lo que consumimos desde chiques. El MCU es lo más parecido a los universos superheroicos que leímos. La cantidad de personajes, las historias que se entrecruzan, el enriquecer el mundo con cada vez más piezas, y la sensación de infinitud son muy reconocibles para cualquiere que leyó superhéroes obsesivamente. En segundo lugar, personas que no son fans de los comics per se, si no que son fans del MCU y lo consumen por su cuenta. Estas personas disfrutan de lo mismo que los fanáticos de superhéroes disfrutamos de los comics, pero transpuesto a la combinación actores-personajes antes que a los personajes en sí mismos. En tercer lugar, hay un grupo que puede disfrutar de una película, o de dos, pero que no sigue necesariamente la saga y que no considera que haya nada extraordinario en ese mecanismo de ingeniería. Finalmente, están quienes ven en el MCU el cúmulo de todos los males, por su repetición y por estar asociado a Disney. Es por esta segmentación que el MCU es siempre motivo de polémica.
Y, también, creo que por otro motivo: la cultura es un sistema escalonado de prestigio, y les fanátiques de los superhéroes estamos hace 80 años pataleando porque el género no obtiene el respeto que creemos “merece”. Pensábamos que, con la llegada de los superhéroes al mainstream, con la plataforma enorme de las películas, finalmente lo iba a obtener. Y en parte fue así: ahora están en el centro de la cultura de masas. Pero no nos percatamos de dos cosas. Primero, que cuando algo se vuelve mainstream no comporta la aceptación y adoración acrítica de todes, más bien todo lo contrario: estar en el candelero solo hace que se vean más las fallas, que te cuenten las costillas con más atención. Lo segundo es más trágico: nos engañamos con un puñado de obras excelentes para no ver que una gran parte del material de superhéroes publicado es, lisa y llanamente, basura. Y que esa basura genérica y repetitiva se iba a notar mucho más en un medio masivo como el cine. Es por eso que nos enojamos con Martin Scorsese, porque queremos que ÉL que es el representante de la ALTA CULTURA nos dé el sello de aprobación. Seguimos pataleando como les adolescentes con arrested development que somos.
Wandavision, creo yo, pone en primera plana todas estas tensiones por su “audaz” modo de presentar la historia. Cuidado: aquí hay spoilers. Los primeros tres capítulos son un pastiche de las sitcoms norteamericanas de los años 1950s, 1960s y 1970s. Presentados sin ironía, pero con la sugerencia de que debajo de eso Algo Anda Mal. En los mismos vemos la vida idílica de suburbio de Wanda y Visión: una vez más, el pequeño pueblo norteamericano como locus de la felicidad, como paraíso largamente perdido. Lo que se espera de nosotros es que nos preguntemos porque Wanda y Vision están atrapados en ese mundo que es a todas luces incongruente con la estética de las películas del MCU. Con el tiempo, las piezas se van revelando, para dar lugar a la explicación de que es una creación de Wanda, abrumada por el dolor de la pérdida de Visión al final de Infinity War. Lo cual toca un tropo fuertemente molesto para mí como lector de historietas de superhéroes: la idea de que la Bruja Escarlata está siempre a un paso de la locura, y la expresión de esa locura es la reescritura del mundo a través de sus poderes. Esta idea, que proviene en gran medida de las sagas Avengers Dissassembled y House of M de Brian Michael Bendis, ha plagado al personaje desde principios de los 2000s. Obvio que esto no es algo que el público más general de Wandavision deba saber, para quienes el tropo seguro es novedoso. Y la serie, además, incorpora muchas otras inspiraciones tomadas de la larga historia de los personajes. Pero no puedo evitar sentir que recurrir a él es un poco perezoso, que infantiliza y reduce al personaje a una posición de impotencia que, además, medra con la idea de que las mujeres son más emocionales e incapaces de manejar sus sentimientos.
Más allá de esto, siento que esos tres episodios ilustran las limitaciones del MCU de una forma muy clara: son aburridísimos, chatos, llenos de clichés, con chistes que no funcionan de ninguna manera. Te morís de ganas de que pasen rápido para que se resuelva el misterio. Es solo mi opinión, y muches discrepan, pero la sensación que me dejaron es que, al ser procesados por la maquinaria MCU, lo que podría ser un curioso y metatextual agregado al universo se convierte en la misma papilla. Siento que se queda a medio camino como experimento formal, siendo demasiado fiel al material original, muy poco posmoderno, y que esto es una consecuencia del tono del MCU. Todes sabemos que, tarde o temprano, Wanda y Visión terminarán volviendo a su tronco narrativo principal, y esos tres capítulos tienen el sabor de muy poco y muy lento. Especialmente cuando existen dos series enteras que nos enseñaron que para hacer un comentario metatextual sobre nuestra obsesión con la cultura pop hace falta más que un pastiche.
Una vez que la serie se vincula con el universo cinematográfico Marvel, la cosa se va poniendo progresivamente mejor, aunque eso implique abandonar lentamente la “experimentación” de los primeros episodios para, simplemente, darnos más de esa droga que tanto nos gusta y a la que estamos enganchades. De hecho, el mejor comentario metatextual de la serie es el falso Pietro (Quicksilver), que, como sabe la audiencia, es en realidad el Quicksilver de los filmes de X-Men que ahora fueron fagocitados por el MCU. ¿Por qué me parece que esto funciona mientras lo otro no? Porque está haciendo un comentario intra-genérico, y porque funciona más bien como un guiño, un huevo de pascua, no como un intento de valiente experimento.
Es que creo que Wandavision prueba que el universo Marvel cinematográfico hace una sola cosa realmente bien: contar historias de superhéroes. Es cierto que, en películas anteriores, fue incorporando ligeras tonalidades de otras narrativas: el humor en Thor, la intriga política en Capitán América. Pero estas incorporaciones no jugaban con la textura del universo, con sus códigos narrativos: eran un condimento, pero el mecanismo interior y la presentación gráfica continuaban siendo la misma. Yo creo que cuando el MCU funciona, funciona de forma excelente, pero que no deberíamos pedirle que sea algo que no es: innovador, postmoderno, deconstructivo, que produce obras que genuinamente desconciertan.
Siento que el MCU es como los comics de superhéroes de finales de los setentas y principios de los ochentas. Como que la evolución de los superhéroes audiovisuales ha llegado a ese momento, por ahora. Un momento de orden y progreso, de producción de obras muy decentes y por momentos excelentes, pero en el cual el género todavía no se miraba a sí mismo y ansiaba su deconstrucción. El superhéroe audiovisual no tiene, todavía, su Invasión Inglesa. No tiene su Alan Moore, su Grant Morrison. Tiene directores, actores, y escritores competentes, trabajadores, que forman parte de una maquinaria gigantesca, que nos complace, y nos hace felices, pero todavía no está en condiciones de producir nada de la talla de Swamp Thing, o Animal Man. ¿Podrán?
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Y con esto llegamos al fin. El disco de esta quincena es Modal Soul el segundo disco del dj japonés Nujabes, hip hop jazzero muy hermoso y fino, lleno de samples cool. Nos vemos en dos semanas, cuídense mucho y ¡godspeed!