#7: Un Poder Polimorfo y Espectral
Hola, ¡bienvenidos a la séptima entrega de El Evangelio del Coyote, un newsletter sobre arte, política y basura! En esta ocasión: la grandiosidad de Stuart Hall, la trágica vida de Michael X, y una película inclasificable y hermosa.
La Teoría de la Acción
Hace un par de semanas terminé de leer mi primer libro de Stuart Hall. Hall es el padre de los estudios culturales ingleses, los cuales desarrolló en el marco de lo que se conoció como la Escuela de Birmingham. Nacido en Jamaica, donde pasó su juventud, Hall fue muy consciente toda su vida de las diversas formas que adopta el racismo en la sociedad inglesa.
Para hacer un repaso rápido de sus ideas, Hall procede del marxismo, y sus esfuerzos teóricos fueron siempre en la línea de afinar y mejorar las propuestas teóricas de esta corriente intelectual vinculadas con la cultura. Hall rechazó desde siempre la metáfora simplista acerca de la base y la superestructura [rápido y mal: la base es la estructura económica, que determina todos los aspectos de la vida; la superestructura son todos los sistemas culturales, legales y políticos que sirven para sostener la dominación y, en última instancia, emanan de la base económica], a pesar de que, como buen marxista, siempre aceptó que, en última instancia, las condiciones objetivas de vida de las personas estaban determinadas por sistemas económicos y circunstancias históricas que no habían creado.
Pero él creía que existía una capacidad mucho más grande que la que observaban los marxistas clásicos para la resistencia a través de la cultura, y que la noción de una cultura y una ideología mecánicamente reproducida desde la esfera de lo económico era una posición teórica sumamente restrictiva porque le quitaba cualquier poder de reacción y elaboración a la gente, cualquier posibilidad de cambiar el mundo. Hall sospechaba que la cultura, lejos de ser un lugar en donde las interpretaciones hegemónicas se implantan de manera unilateral, era un terreno de disputa en el cuál las personas podían pelear contra estas mismas ideas hegemónicas, torcer los sentidos de la cultura, y construir su propio universo cultural, basado en la solidaridad. Primero desarrolló está noción en la forma de la aproximación subcultural, centrada en el análisis de las “subculturas juveniles” (lo que luego nosotros conoceríamos como “tribus urbanas”): mods, punks, teds, etc. Así conocí yo a la Escuela de Birmingham, a través del muy bonito libro Subculturas: El Significado del Estilo de Dick Hebdige. Luego evolucionó hacia una visión más general en la que, haciendo uso de la teoría de la representación desarrollada por los semiólogos franceses, Hall conceptualiza a toda la cultura como un territorio en el cual los usuarios hacen y crean tanto como los productores. Y, si bien la lucha por la emancipación sí implica una lucha de tipo político que modifique el régimen económico, eso no quiere decir que las personas que vivan una vida adaptada a un régimen capitalista estén atrapados por una “falsa conciencia” que deba ser liberada por una vanguardia iluminada.
En resumen, se puede decir que gran parte de la obra de Hall fue una lucha contra las simplificaciones de un marxismo que no se tomaba a la cultura en serio, un esfuerzo por lograr un refinamiento teórico de la teoría marxista en el cual los encadenamientos entre estructura económica y estructura cultural no fuesen cadenas de transmisión automáticas, sino que estuviesen investigados y conceptualizados de manera clara. A esto, además, se le suma un trabajo intenso y sumamente interesante acerca de la identidad negra en Inglaterra y en sus ex colonias. Como persona negra emigrada desde Jamaica, Hall se encontró con todo el espectro discriminatorio y clasificatorio propio de la cultura imperial. En consecuencia, se volcó al trabajo de organización política, y también a pensar nuevas políticas de la identidad que permitiesen a los emigrados negros constituirse como sujeto histórico. Hall pensaba a la identidad no como algo fijo que se despliega en el tiempo, partiendo de un yo embrionario que evoluciona hasta ser cada vez más “nosotros mismos”, sino como una identidad plástica y múltiple, en la cual no tenemos un solo punto de referencia. La pregunta para Hall era como articular esas identidades múltiples en una acción política efectiva que sirva como contrapunto para las políticas del Thatcherismo, pero que puede ser extrapolada hasta el presente y las luchas por la identidad en el siglo XXI.
El libro que terminé se llama Cultural Studies 1983: A Theoretical History. Y, si bien es bastante denso en teoría, creo que es una gran introducción a la obra de Hall en general. Consiste en la recopilación y edición de una serie de conferencias que brindo en la Universidad de Urbana-Champaign en Illinois en las cuales reconstruyó el derrotero teórico e intelectual de lo que terminaron siendo los estudios culturales. Hall parte de la idea de que los estudios culturales fueron el resultado de un proyecto político: intentar entender los cambios en la cultura de masas en la posguerra inglesa, y la manera en que las “culturas populares” fueron arrasadas debido a la homogeneización de la cultura de masas. Partiendo de los estudios literarios de Richard Hoggart y F.R. Leavis, y de la sociología de la cultura de la Escuela de Frankfurt, Hall luego avanza a través del culturalismo de Raymond Williams y E.P. Thompson; el proyecto estructuralista francés como una forma de entender el mundo constituido a través del lenguaje; un repensamiento de la metáfora de la base y la superestructura a través de una lectura muy precisa del primer Marx; el marxismo estructuralista de Althusser; la noción de ideología; los conceptos de hegemonía y dominación de Gramsci; para llegar a una propuesta acerca de cómo articular estas ideas con la acción política. Lo fantástico del libro es lo didáctico y claro que es, incluso cuando se mete con tradiciones teóricas densas y voluminosas.
Hall propone que la hegemonía y la dominación jamás son completas. Que, de hecho, la hegemonía se construye bajo la precondición de no dejar todo bajo su control. Su existencia depende de la coordinación no solo de los proyectos de la clase dominante, sino también de los proyectos de las clases subordinadas, que se subsumen en el suyo. Y así como obliga, también seduce, y también se puede caer a pedazos. De hecho, sostener la hegemonía es una de las cosas más difíciles. Y de las piezas de la cultura que la hegemonía permite vivir en los márgenes, se puede construir una alternativa política. No por surgir del sistema capitalista, y tener vínculo con fuerzas reaccionarias, la cultura no puede ser torcida para nuestros objetivos. Hay un pasaje ejemplar que me parece maravilloso de su aproximación:
En el caso de los Rastafaris en Jamaica, el Rasta era un lenguaje gracioso, tomado prestado de un texto – la Biblia – que no les pertenecía; tuvieron que dar vuelta el texto para obtener un significado que encajase con su experiencia. Pero al dar vuelta el texto, se rehicieron a sí mismos; se posicionaron a sí mismos como sujetos políticos nuevos; se reconstruyeron como negros en el Nuevo Mundo: se convirtieron en lo que son. Y posicionándose de esa manera, aprendieron a hablar un nuevo lenguaje. Y lo hablaron con una venganza. Aprendieron a hablar y cantar. Y al hacerlo, no asumieron que sus únicos recursos culturales se encontraban en el pasado. No volvieron e intentaron recuperar algún tipo de “cultura folk” absolutamente pura, que no hubiese sido tocada por la historia, como si esa fuese la única forma en que pudiesen aprender a hablar. No, hicieron uso de los medios modernos para transmitir su mensaje: ‘No nos hablen de tom-toms en la selva. Queremos usar los nuevos medios de articulación y producción para hacer nueva música, con un nuevo mensaje’
Them Little Bitches on The Chessboard
Por otro lado, estuve viendo Can’t Get You Out of My Head, el ENORME documental de Adam Curtis. Si bien todavía no lo terminé, me fascina el estilo de Curtis, ese modo que tiene de seleccionar una serie de historias demenciales, poco conocidas, un conjunto de conexiones no aparente a simple vista, y luego tejerlas alrededor de una gran tesis que él propone sobre el mundo contemporáneo. En este caso la tesis es que a partir de la posguerra las sociedades evolucionaron en dos direcciones: hacia la individualidad absoluta, y hacia el control absoluto de sus habitantes, para que jamás cuestionen la estructura de poder construida sobre la digitalización de la vida, la psiquiatría, los bancos y las entidades corporativas multinacionales.
No quisiera concentrarme aquí en todo el documental sino en una de sus historias, la de Michael de Freitas. De Freitas, como Hall, emigró a Inglaterra en los cincuentas. En vez de venir de Jamaica, de Freitas procedía de Trinidad y Tobago. Una vez en Inglaterra, comienza a trabajar como matón para Peter Rachman, un propietario mafioso de departamentos en Notting Hill. Rachman, por otro lado, era el único propietario que alquilaba sus viviendas a prostitutas e inmigrantes negros. Los diarios ingleses lo condenaban y denunciaban, acusándolo de ser la cara de la corrupción y la violencia, una condena que en realidad tenía mucho de pánico moral en contra de los elementos que consideraban “despreciables” de ese Londres que cambiaba frente a sus ojos. De Freitas, con el tiempo, evoluciona hacia un activista negro que quiere poder, quiere el poder político para cambiar la situación de los negros inmigrantes de Inglaterra. Se renombra Michael X. Y a mitad de los sesentas es arrestado por dar un discurso en el cual “incitaba el odio” por decir que cualquier hombre blanco que tocase a una mujer negra debía ser asesinado. Para darle un toque aún más tragicómico al asunto, de Freitas fue la primera persona negra arrestada bajo el marco de la Ley de Relaciones Raciales, la cual había sido sancionada… para proteger a la población negra y asiática de la discriminación. Liberado en 1969, Michael X decide revertir a sus tiempos como matón y gangster, y funda una organización, la Black House, que funciona como un frente para actividades fraudulentas. Descubierto, huye a su país natal y funda una nueva comuna que termina en el asesinato de varios de sus miembros, su huida a Guyana, su posterior arresto y juicio que lo condena a muerte, y su ejecución en 1975.
Hay varias cosas que me parecen fascinantes de la historia de Freitas. Primero, que la haya conocido tan poco. Su historia tiene muchísimos puntos de contacto con la del activismo negro en los Estados Unidos en los años 1960s, particularmente con la historia de los miembros más prominentes del Black Panther Party: la misma hipocresía, la misma incriminación sin evidencia, el mismo uso del sistema legal como un arma contra los políticos negros cuyas tácticas en pos de la igualdad son demasiado violentas para la hipersensible tolerancia blanca. Lo segundo que me llama la atención es la manera en que Michael X caracteriza a Inglaterra: no era otro país, era su hogar, su homeland, el lugar al que le habían enseñado que era una extensión de su propia nación en Trinidad y Tobago. Y, en su emigración, se encuentra con que es un sujeto colonizado. Esa es otra de las formas en las cuales esa identidad se construye: de una forma brutal. En tercer lugar, me parece fascinante como describe Curtis su descenso final: le llama “revertir a formas antiguas”. Y significa que, habiendo fracasado la salida política que esperaba, lo que triunfa es su individualismo, que lo lleva a copiar la manera de vivir de aquellos en el poder en Inglaterra: explotando a los demás y preocupándose solo por sí mismo, mientras todo ello es cubierto con una melosa capa de indignación moral e hipocresía. Pero, al ser negro, las reglas del juego que estaban abiertas para los lores y los funcionarios blancos no estaban disponibles para él. Para él solo había criminalización. Esta es otra de las formas en que funciona la hegemonía y la dominación: a través de la expulsión te muestra cuál es tu verdadero lugar, tu “lugar natural” y te construye como sujeto criminal. Es notorio y destacable que, pudiendo enmarcarla como una historia de degradación moral y decepción, Curtis la cuenta como lo que verdaderamente es: una tragedia.
Cajas de Cereales Sin Premio
Hay otra forma en que se expresa el resentimiento ante las fuerzas ocultas o semi ocultas, alejadas del control del hombre común, que controlan el mundo: las teorías conspirativas. Es algo que también destaca de forma central Curtis en el documental, al concederle un hilo narrativo importante al Discordianismo y la Operación Mindfuck. Y es el tema central de la mejor película que vi en esta quincena y probablemente vea en todo el año: Under The Silver Lake.
Under The Silver Lake es la cuarta película de David Robert Mitchell, la segunda luego de su breakthrough, la también gloriosa It Follows. La película cuenta la historia de Sam (Andrew Garfield), un joven de 33 años que vive en Los Angeles en la más absoluta desidia: sin un trabajo, sin pareja, sin vocación, su único contacto humano son las llamadas de su madre, quién le envía películas del Hollywood clásico grabadas en VHS, y una vecina que se coge mientras mira televisión. Vive en un condo construido alrededor de una pileta, en la cuál un día observa a una nueva vecina, Sarah, bella y etérea. Sam se enamora/obsesiona con ella y termina compartiendo una velada en su casa, en donde se besan. Pero pronto llegan unos personajes turbios, Sam es echado del departamento y al día siguiente la casa de Sarah está vacía y ella desapareció. Sam, entonces, como buen caballero de dorada armadura, se decide a encontrarla.
Lo que sigue es una aventura enloquecida que es, primero, un policial noir muy pynchoniano, completamente alucinado, en partes iguales cómico y siniestro. En segundo lugar, una película de conspiraciones demente, de esas en las cuales la primera mitad todo parece absurdo y la segunda mitad todo parece maligno. Se nota que Mitchell vio con atención los clásicos del thriller conspiranoico como Z, The Parallax View y The Conversation. En tercer lugar, es una especie de comedia del absurdo sobre nuestra obsesión con la cultura pop. La película está infusionada de cultura pop: referencias a viejas películas y actrices de Hollywood, historietas de superhéroes (hay un momento genial en el cuál a Garfield se le pega la mano llena de chicle a un viejo comic de Spider-Man), comics indie fotocopiados, videojuegos de la época dorada de los 8 bits y canciones, muchas canciones, que a menudo aparecen como un collage sonoro onírico (la película emplea What’s The Frequency, Kenneth? y Strange Currencies de R.E.M. como centro emocional y es GRANDIOSO). Porque la clave de la teoría conspirativa se encuentra en esos objetos: oculta en letras de canciones que se pasan al revés, en cajas de cereales, en mapas de videojuegos.
Es alucinante lo que logra Mitchell metiéndose en un terreno que podría haber salido muy muy mal. La sobrecarga de referencias culturales podría haberse convertido en un cascarón sin alma, en un pastiche, en algo muy parecido a Ready Player One, en donde todo lo que importa es la sensación de cazar la referencia y estar dentro de un espantoso club de pelotudos que piensan que la cultura pop es un conjunto de frases cool e imágenes impactantes. Pero no: Mitchell usa todo ello para construir una sensación de absoluta extrañeza, la sensación de que aquello que es familiar, conocido y omnipresente oculta algo sórdido, una estrategia que habla de manera directa sobre nuestro vínculo con la cultura de masas. Mitchell entiende que esta parecería ser la única cosa que compartimos en el mundo contemporáneo, y usa esa aceptación acrítica de estos objetos para darlos vuelta, y convertirlos en indicios del Lado B del mundo, aquel que repta bajo la superficie de la normalidad.
Gran parte del mérito descansa también en el trabajo de Garfield, quién logra un tono actoral decididamente extraño. En primer lugar, no parece él. No parece el Peter Parker sonriente y simpático de la segunda saga de Spider-Man, el jovencito flaquito y brillante que todos querían de leading man. Es un cascarón de hombre, con la habilidad emocional de alguien que está perpetuamente fumado (aquí está también el tono pynchoniano, que emparenta a esta película con Inherent Vice), deprimido y dormido. Nada le importa. Todo le resbala. No piensa en el futuro. Hasta que se obsesiona con algo como un niño. Como dijo mi amigo Federico: “Garfield maneja un tono confundido, preocupado, medio de testigo y sin tomarse en serio por completo que es increíble”. Y posta que gran parte del trabajo de detective es emprendido con lógica infantil: buscar historietas, jugar videojuegos, descifrar letras de canciones. Es la labor de alguien que tiene muchísimo tiempo en sus manos y no sabe que hacer con él. Pero seguro que trabajar no.
Y la película aumenta y aumenta su tensión autoparódica/seria hasta su desenlace. Es difícil hablar de los temas de la película sin spoilear, pero parece un film pensado para el mundo de QAnon y la Cienciología, para la sospecha paranoica que define nuestra contemporaneidad: que realmente hay algo que las élites nos están ocultando, y que probablemente nunca sepamos, una forma de vida privada de toda moralidad y atada a creencias místicas. Y el tono paródico y sobrecargado de la película sirve para transitar con mucha maestría una cuerda floja en donde nunca sabés si lo que dice es ridículo o serio, como las buenas teorías conspirativas. Es una película extrañísima e inclasificable, un objeto de otro planeta.
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Esto es todo por hoy, amigues. El disco de esta quincena es el fantástico debut de Amigovio a.k.a. Flavio Lira, uno de los compositores de Carmen Sandiego, esa banda que extrañamos tanto del indie rioplatense. Canciones tristes llenas de teclados y letras excelentes que combinan la resignación y el resentimiento. Mis favoritas son En La Bicicleta y OXXO, que cierra con una cita a esta canción fundamental de los Magnetic Fields.
Eso fue todo, nos vemos en dos semanas. ¡Cuídense mucho y Godspeed!