#6: Un Millón de Canciones Me Mantienen Despierto de Noche
Hola, ¡Bienvenidos a la nueva edición de El Evangelio del Coyote, un newsletter sobre arte, política y basura!
En esta ocasión, vamos a romper un poco el formato de las entregas precedentes. Resulta que estoy leyendo Yeah, Yeah, Yeah. The History of Modern Pop de Bob Stanley. Stanley, además de crítico musical, es uno de los fundadores y compositores de Saint Etienne, banda en la cual aplicó todos los trucos que aprendió de una vida obsesionado con el pop. El libro es una recorrida por todas las corrientes mayoritarias de la música popular entre 1950 y 2000. Y es fantástico. Una de sus ideas rectoras es que el pop está basado en los singles, no en los álbumes. Que una canción demoledora es mucho más pregnante que las pretensiones de los discos. Yo crecí con el gospel rockista del álbum. La obra es el disco, no un tema suelto detrás del cual puede no haber nada. Solo en los últimos años fui cuestionando esta asunción, movilizado fundamentalmente por el trap y el reggaetón y su manera de liberar material. Y eso me llevó a pensar cuan pocos espacios existen hoy en día en que discutamos canciones. En una época uno podía compartir canciones en Twitter y recibir cierto interés, ahora lo más común es el silencio. Pareciera que estamos todes cansados de la música del otre. Existen espacios, como The Singles Jukebox o la impresionante base de datos y discusiones Genius, pero las redes sociales no son espacios apropiados, pareciera, para este tipo de práctica. Todos compartimos canciones y armamos soundtracks para nuestras vidas en nuestras historias de Instagram, pero no analizamos esas canciones, solo nos importa el sentimiento. A la vez, las canciones son mucho más apropiadas para el formato que terminó adoptando por default la crítica musical: las reseñas rápidas y cortas. ¿Qué se puede decir de un disco en ese espacio que no sea un lugar común? Y, sin embargo, es ideal para un single o una canción pop. Stanley hace esto a lo largo de todo el libro: agarra una canción y en un párrafo te describe su historia, lo que quiere decir, lo que significa para él, y te la vende de una manera extraordinaria.
Influido por esta forma de escritura, este newsletter va a ser simplemente un listado de canciones y una breve reseña de cada una de ellas, intentando explicar porque esa canción es importante, que significa para mí, porque estuve obsesionado con ella estas últimas dos semanas. ¿Es posible entusiasmar a alguien con la descripción de una canción? Ustedes serán quienes me lo digan luego de leer esto.
Aquel lugar seguro: Roy Orbison – You Got It (1989)
La idea era arrancar cronológicamente, y en mi mente este era un clásico de Roy Orbison, directo de los años 50s. Grande fue mi sorpresa al descubrir que es una canción de su último disco de estudio, lanzada de forma póstuma. Es un camión de canción, imposible de evitar sentir cuando suena. Lo cual no es sorprendente cuando descubrís que la escribieron Roy Orbison, Jeff Lynne y Tom Petty. Con esa delantera compositiva es imposible que no sea un hit. Esta semana recordé cuando era chico y me dormía con música de un equipo de música gris que me habían regalado para navidad. Le robé varios cassettes a mi padre [mi viejo tenía una colección de cassettes grabados impresionante: les hacía hasta las tapas, recortando imágenes con trincheta de viejas revistas Diners y Cabal] y los escuchaba cada noche. Ponía uno, me acostaba en la cama, me tapaba hasta la cabeza y escuchaba hasta conciliar el sueño. Me ayudaba con sentimientos de angustia y ansiedad que no sabía ni siquiera nombrar. Esta canción estaba en uno de esos discos. Está prácticamente en mi DNA. Creo que lo que la distingue es la combinación entre una base super rockanrolera cincuentas y un colchón de teclados que la hace a la vez etérea y propulsiva. El juego entre los golpes de bombo del estribillo, amplificados, y los toques de cuerdas es 100% Lynne y es hermosa, se siente como ir corriendo a la casa de alguien que te gusta convencido de que todo va a salir bien. Y encima tenés a Orbison con su voz de terciopelo prometiendo lo que todos los hombres prometemos al principio: todo lo que querés lo tenés, te voy a proteger, nada te va a faltar. La fantasía del hombre salvador, un sueño condenado al fracaso, un anacronismo, una mentira. Pero que potencia para la fantasia.
Nunca me faltes: The Beach Boys – God Only Knows (1966)
Es difícil escribir sobre una canción tan canonizada. Aquí está la entrada de Wikipedia en donde se describe de forma extensiva las innovaciones que esta canción incorpora desde el punto de vista de la teoría musical y porque la hacen tan especial. Como alguien que tiene muy poco conocimiento de teoría musical, no voy a concentrarme en ello, sino en como la canción me hace sentir. A very popist move. Un poco de historia: mi padre siempre pensó que los Beach Boys eran una boludez, música blanda para gente un poco tonta. Y eso coloreó mi apreciación de la banda durante mucho tiempo. Probablemente fue recién cuando vi Boogie Nights, cuya escena final está soundtrackeada de forma PERFECTA con esta canción, que me di cuenta de la magia de esta elegía amorosa en la cual no terminas de saber si todo esta andando mal o todo está andando bien. La primera línea, “I may not always love you”, debe ser una de las más perfectas jamás escritas en la historia de la música, porque marca un tono contradictorio con el sonido angelical del resto de la canción. Aparentemente los fans están debatiendo hace 60 años si esta primera línea intuye un narrador suicida. Creo que de ahí surge su potencia. Todos los que hemos experimentado el amor sabemos que es una de las cosas más fáciles de malograr. Las canciones pop, al contrario, fragmentan esa experiencia y la congelan en el tiempo, a menudo en el mejor momento de la relación. Nos quieren decir que el amor es para siempre. La mayoría de nosotros sabemos que esto es mentira, pero sin embargo lo creemos, porque el valor del pop es hacerte creer que existe un mundo mejor. Quizás el template para ese sentimiento está en esta canción angelical, extraordinaria, que flota en el aire y eleva tu ánimo a la vez que esconde, entre su cuidadosa letra, una amenaza acerca del final.
Trabajar cansa: Desmond Dekker & The Aces – Israelites (1969)
Esta se la debo toda a Stanley, quién la menciona en el libro como el primer hit reggae fuera de Jamaica. Dekker, además, fue responsable de conseguirle su primer contrato discográfico a Bob Marley. The Godfather of Reggae. Es una cosa increíble, realmente. La manera en que la guitarra toca dos o tres notas mientras Dekker brama las primeras líneas de la canción es un caldero de minimalismo e inflexiones religiosas. El ritmo que adopta la música de fondo es todo esquelético y tentativo, está allí para que se luzca la voz de Dekker, que es extraordinaria e hímnica, pero a la vez tiene suficiente beat, beat casi a desgano, como para que te den ganas de bailar de a pasitos. Además, tiene la rara cualidad de ser una canción que triunfa a pesar de que no se entiende demasiado lo que dice, que Dekker canta en un fuerte acento isleño. Se aprovecha mucho y se disfruta si uno ve el video, en el cual las cejas y la boca de Dekker, torcidas en una mezcla de suprema confianza en sí mismo y desprecio por quienes no conocen la vida de la que canta, parecen estar en una fiesta privada. La letra habla, ¿de qué más?, del capitalismo y la lucha interminable de la vida moderna: levantarse, pensar en trabajar, todos tienen que comer, hace falta plata, mi ropa está rota, no quiero terminar como Bonnie & Clyde (o sea, volcándome al crimen). Es una canción 100% proletaria, una precursora de Homero de Viejas Locas y las enojadas canciones de pobreza de Billy Bragg y Bruce Springsteen. Pero con una base musical para bailar y olvidar la tristeza de no tener pan.
Aullando hacia la nada: The Screamers – Vertigo (1979)
The Screamers son LA gran banda perdida del punk clásico. De Los Angeles, compañeros de escena de X, The Germs y Fear, los Screamers tenían algo que ninguna de estas bandas tenía: sintetizadores. Liderados por un frontman con el bellísimo nombre de Tomata du Plenty, un palo nervioso constituido enteramente por anfetaminas, fueron una presencia fundamental en la escena y hasta Jello Biafra los nombró como influencia para los Dead Kennedys. El problema es que nunca grabaron nada y lo único que se conserva de su obra son algunas grabaciones de recitales en vivo que suenan bastante mal y algunos videos. De su catálogo, hay dos canciones que se destacan: una es 122 Hours of Fear, un tema inspirado en el secuestro del vuelo 181 de Lufthansa el 13 de octubre de 1977 por miembros del Frente Popular para la Liberación de Palestina, quienes exigían la liberación de los miembros de la Fracción del Ejército Rojo, uno de los principales grupos revolucionarios terroristas europeos, también conocidos por su nombre de estrellas pop, con el cuál pasaron a la historia: la banda Baader-Meinhof. Creo que esa es la frase más setentas que jamás escribí: una banda art punk inspirándose en un hecho terrorista vinculado a los grupos de izquierda europeos de los setentas. Aquí Jon Savage escribe sobre ella. La segunda es esta, Vertigo, una canción hecha de ansiedad, miedo y teclados metidos dentro de un barril que se desploma rodando por una montaña. Las líneas de sintetizador son absolutamente funcionales y su único objetivo es ponerte nervioso y con ganas de destrozar algo bailando pogo, el baterista suena como si hubiese armado su kit con un montón de latas de galletas. La letra es puro dadá, fragmentos inconexos y exclamaciones. Si bien no existe una grabación oficial, hay un video en YouTube que los muestra tocando en vivo, en el pico de sus poderes. Ahí se puede ver a Tomata du Plenty dando una actuación maniática y payasesca. Los Screamers eran una visión del futuro, prefiguraban a Add N To (X), Grabba Grabba Tape, Le Tigre o el Daft Punk de Human After All. Una corriente de punk electrónico cabeza que nunca será mainstream pero que tiene algunos de los momentos más radicalmente ansiosos de finales del siglo XX y principios del XXI.
Utopía: Electric Six – Synthesizer (2003)
He escrito sobre esta canción antes, pero es que es una de mis canciones favoritas de toda la vida. Es difícil de explicar (aunque lo intenté varias veces) mi fanatismo por Electric Six, una banda aparentemente mediocre, media tabla, procedente de Detroit y liderada por el inefable y encantador Dick Valentine. Electric Six son la ilustración perfecta de una banda con atracción limitada que tuvieron un par de hits demoledores a principios de los 2000s gracias a que los confundieron en parte con el nuevo rock de guitarras de los Strokes, y en parte con la avanzada kitsch-glam del Electroclash. Pero no son ni una ni la otra: Electric Six son una hard working rock band, los AC/DC del nuevo milenio, siempre iguales, siempre encantadores. Pero en su ouevre Synthesizer se destaca porque es una canción utópica-futurista, es una oda a la unión de los jóvenes a través del sintetizador. ¿De que otra manera se puede interpretar “But you can’t ignore my techno!”, la exclamación entre triunfal y marcial de Valentine antes del estribillo? La transmigración a través de la música que te hace sentir una experiencia religiosa. O el brevísimo estribillo, de una potencia populista que me conmueve casi hasta las lágrimas cada vez que lo escucho: “You can trip on my synthesizer / Electronic world for every boy and every girl”. Y a la vez tiene la cadencia de una gran balada de rock clásico americano, de esas que sonaban en los 80s y los pibes ponían en sus autos mientras chapaban con sus novias en el mirador desde el cuál se veía todo su pueblito polvoriento. O sea, la cadencia y el ritmo de esta canción dicen a gritos que no es una canción para bailar. O quizás es una canción para bailar solo, con los ojos cerrados, el puño en alto, un pucho colgando de los labios, conmovido por el poder del rock transmitido a través de los maravillosos artefactos electrónicos.
Romperse la cabeza contra la pared: Justice – DVNO (2007)
La canción que más escuché en las últimas dos semanas. La escuché mientras hacía ejercicio, la escuché de madrugada, la escuché al final del día de trabajo, la escuché andando en bicicleta mientras sentía que volaba, la escuché bailando solo en la cocina. Cada vez termino cantando a los gritos y moviéndome como un espástico. Justice fueron uno de los darlings de lo que se conoció como “blog-house”, un movimiento impulsado por los blogs de mp3s [¡compartir mp3 era toda una revolución en 2006!] que rastrillaron una serie de espacios diferentes y los hicieron confluir en una escena virtual. Algunos artistas venían de la escena parisina centrada alrededor de Ed Banger Records (Justice, Sebastian), otros de la electrónica inglesa simultáneamente indie y bailable (Hot Chip y Simian Mobile Disco), o de una embrionaria escena australiana que aunaba la ansiedad ruidosa de The Presets con las exploraciones espaciales de Midnight Juggernauts, o eran el Michael Jackson de Suecia (Juvelen), o eran belgas que habían estado experimentando con mixtapes y guitarras (2ManyDJs/Soulwax). La idea era agarrar el house más cabeza posible, acelerarlo, mezclarlo con yeites rockeros angulares y distorsionados y hacer música que parecía pensada para girar como un trompo en la pista de baile mientras headbangeabas. Eran DJs que quizás hubiesen estado en bandas si no les hubiese gustado tanto bailar. Era la música más emocionante cuando yo tenía 22 años. Y Justice siempre fueron los reyes. DVNO es una canción que me acompaña desde el 2007 y que pareciera ser incapaz de agotarse. ¿Estoy solo al sentir estas cosas? ¿Exagero? ¿O verdaderamente es tan demoledora? Me gustaría que me digan. Es, además, la canción más boba y bro y grasa que probablemente existe en este género, una oda a salir a bailar a un club de douchebags con cadenas de oro colgando del cuello y remeras blancas con DVNO impreso en dorado. Es la canción de Tom Haverford. Es probablemente, también, el link que une a esta proto-escena virtual con el dubstep y sus infernales drops para bros. Y, sin embargo… es tan emocionante. No pierde ni un minuto en arrancar, las beats son como robots gigantes que descienden sobre una ciudad para arrasarla por completo, el estribillo es pura afectación canchera entrecortada y procesada con eco, la segunda mitad tiene lo que parece ser un sampleo de violines que remite simultáneamente a la música de Psycho y al avance predatorio en la pista de baile, el final tiene una línea de bajo que es pegajosa como dulce de leche. Sigue siendo frenética y demencial 14 años después de su salida, una bola de disco toda aserrada, una piña en la cara. Me da ganas, literalmente, de reventarme la cabeza contra la pared de algún boliche.
Pop de pequeña ciudad: Monoambiente – Las Cosas Se Acomodan Solas (2009)
Una cosa fantástica que hace Stanley es saltar de una escena o corriente musical a otra, y ser capaz de resumir, en capítulos de 10 a 20 páginas, todo un momento y un estilo. Él afirma que en el pop las escenas generalmente duran 5 años, aunque pueden durar menos, dos años, uno, seis meses. Esto me recordó a los años dorados del Tucumán pop, aproximadamente… ¿2003-2010? ¿2005-2012? Es difícil determinar la duración exacta, pero frente a las descripciones de escenas maravillosas y particulares que hace Stanley no pude evitar retraerme a esos años, y pensar que quizás esa escena se agotó, pero al menos existió y fue nuestra. Esos fueron buenos años para vivir en Tucumán. Mi recuerdo más persistente es el de estar en casas de amigos escuchando discos de manera obsesiva, en reuniones multitudinarias. A veces discos con los que algune estaba obsesionade, a veces los mismos discos que se producían allí. Siempre recuerdo una noche en que nos quedamos hasta las seis acompañando la masterización del primer disco de Michael Stuar. Una escena, fundamentalmente, da una sensación de solidaridad, de objetivo y de acompañamiento. Por eso es tan duro cuando se termina, porque todo ese horizonte de expectativas se fragmenta, se disuelve, y es muy difícil aceptar que terminó. Dentro del pop tucumano [y esa era la denominación: “pop”; lo cual nunca fue analizado demasiado, pero era simultáneamente una manera de diferenciarse de la escena punk-hardcore-rockera de Tucumán y escondía toda una declaración de principios, porque, creo yo, cuando pensaban en pop pensaban en algo bello, pulido, melódico. No querían ser low fi indies, pero tampoco querían ser virtuosos. Allí había una belleza], una de las joyas era Monoambiente, una banda compuesta con un gusto por la canción superlativo. El EP La Fábrica de Éxitos Cerró es sin dudas la joya de su corona. Seis temas, todos impecables, llenos de arreglos de una fineza exquisita, que por momentos los hacen parecer los Beatles. Y esta composición, que abre el disco, es una de las mejores. Tuve una novia que la odiaba debido a lo que interpretaba era el mensaje de la canción. Ella la leía como “no hay que esforzarse ni trabajar por arreglar las cosas, las cosas se acomodan solas”. Lo cual le parecía una irresponsabilidad. Escuchándola de nuevo hoy, siento que en realidad es una oda a la depresión: “¿Qué hacés? / Pasá / No salgo hace unos días / Está todo tirado / Dejá / Las cosas se acomodan solas”. Qué estrofa de apertura, papá. Y todo el tiempo el narrador habla de caminos clausurados, de seguir adelante habiendo perdido, de cómo la fábrica de éxitos cerró. Todo servido sobre una base musical morosa, que destila tristeza.
El sonido de hierros bailando: QT – Hey QT (2014)
La noticia/tragedia musical de la quincena fue la muerte de SOPHIE al caer de un techo en Grecia. SOPHIE, para quienes no la conocían, fue una productora de música electrónica/pop que, junto con Danny L. Harle y A.G. Cook, fundó y creó lo que hoy se conoce como “PC Music” o “hyperpop”, de acuerdo a Spotify. El “hyperpop” es un estilo caracterizado por un trasfondo electrónico que privilegia el exceso: beats repetitivos y manijas, voces absolutamente distorsionadas, una profunda influencia de las estrellas pop de los 90s [especialmente Britney], una presencia visual que recuerda al cyberpunk y al bubblegum, una inspiración procedente de los sonidos más cabeza del techno, como el gabber o el hardcore, y un simultáneo amor y desprecio por la melodía. El día de su muerte dije en Twitter que lo que más me gustaba de SOPHIE era la forma en que su música le faltaba el respeto por completo a mis oídos, los abusaba con sus sonidos mecánicos y sobre todo con su VOLUMEN. Producía pop como si estuviese produciendo metal. Y fue una de las grandes innovadoras de la música pop del siglo XXI. Que se haya muerto ahora es como si Brian Wilson si hubiese muerto luego de sacar Pet Sounds [bueno, de alguna manera lo hizo]. Porque el sonido del pop de vanguardia hoy por hoy es el sonido de la PC Music. Rehizo el mundo a su imagen. Re-escuchando canciones luego de la terrible noticia recaí en esta, la primera canción de PC Music que escuché. Detrás están SOPHIE y Harle, quienes inventaron un nuevo grupo, “QT”, que incluía toda una estética e incluso una bebida energética. Con su sonido cromado y su letra sobre un amor a distancia, parece escrita para esta era de DMs, historias de Instagram, fueguitos, largos chats, nudes, voyeurismo virtual, dating apps: “Even though you're so far away / I feel your hands on my body / Every time you think of me, boy”. Me acuerdo en el 2014, cuando salió este tema, que con mis amigos NO LO PODÍAMOS ENTENDER. ¿Qué era esta música de otro planeta? ¿Era en serio? ¿Era una elaborada broma? ¿Era un novelty hit? ¿Había alguien detrás o habían puesto a un algoritmo a componer? ¿Cuál era su objetivo? Simultáneamente no podíamos dejar de escucharla. Era algo tan nuevo que rompía con nuestros esquemas clasificatorios previos. 7 años más tarde vivimos en el mundo que SOPHIE construyó. Rest in power.
Bola incandescente de furia: Bob Vylan – We Live Here (2020)
El puntapié inicial para escribir esta entrega fue esta canción. Este Tiranosaurio Rex de canción. Este blitzkrieg de canción. Se me pasó, como se pasa tanta música digna de atención, durante el 2020. Llegó a mis oídos gracias a Tom Ewing y su World Cup of 2020. Bob Vylan es un dúo punk de Londres que vienen sacando música desde el 2017. Este tema sale de su último disco, titulado de igual forma que la canción, y que sacaron exclusivamente a través de Bandcamp, sin subir a Spotify ni nada de eso, porque la mayoría de las discográficas inglesas le dijeron que era “muy extremo”. Simultáneamente, les decían que el tema del racismo no era algo digno de ser tratado en Inglaterra, era un problema de los Estados Unidos. Es una canción antirracista como hacía mucho que no escuchaba. Una viñeta acerca de lo existencialmente desesperante que es que te traten como un outsider en tu propio país. Las letras son directas y claras, nada de metáforas aquí, lo cuál probablemente solo diluiría el punto, y la energía que Bobby Vylan, su frontman, le infunde a la manera en que canta WE LIVE HEEEEEEEEEEEEEEERRRRRRRRRREEEEEEEE te da ganas de salir y patear a un policía. Es un grito de frustración crudo como una fractura expuesta. A menudo, en las últimas dos décadas, la prensa musical inglesa se ha lamentado por la decadencia del rock inglés. En realidad, lo que está en decadencia es el formato de banda: cuatro muchachos y unas guitarras, hablando sobre la vida de clase media. Y quizás sea lo mejor: el Britpop y el Landfill Indie arrastraron ese formato por el suelo. Si uno escucha con atención, hay toda una corriente de furia contenida o más o menos contenida en la música inglesa de la última década: Skepta, slowthai, Sleaford Mods, Idles, Pa Salieu. Hay una corriente de odio de clase, más o menos articulado, que permea a las expresiones más interesantes salidas de la isla recientemente. En esa corriente esta canción reina de manera suprema. Es el verdadero sonido de un riot. De vez en cuando aparece un tema que te hace creer de nuevo en la posibilidad de la música para transmitir una rabia radical y pura.
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Como todo este newsletter giró alrededor de canciones, en esta ocasión no hay disco recomendado. Lo que hay es una playlist que armé con estas canciones y un par más que estuve escuchando en los últimos días. Un abrazo grande a todes y nos vemos en dos semanas. ¡Godspeed!