#32: He's A Man You Don’t Meet Every Day
Decís que hay gente que extrañás
Y que hay gente que te gusta
Y que hay gente que te quiere
Y no sabés por qué
(Memorial en el Cerro)
Parecía que iba a ser un día normal hasta que Ezequiel nos dio la noticia: había fallecido Gonzalo “Tüssi” Dematteis, músico y escritor, líder y alma mater de La Hermana Menor. Fue un mazazo. Desde que lo comencé a leer hace casi 20 años en su blog Fuck You Tiger, el Tüssi siempre había estado ahí, siempre había sido una referencia, para maravillarse ante el liricismo y la belleza de su pluma, para sorprenderse con lo que estaba explorando, mirando, escuchando, leyendo, para contrariarse ante alguna de sus opiniones. Siempre estaba ahí, escribiendo, como un hermano mayor que todo el tiempo te descubría algo nuevo y a quién siempre querías tener de interlocutor.
No fui su amigo. Fui un admirador que lo leyó y que tuvo la fortuna de compartir con él un tiempo, un medio y algunos amigos. Cada vez que lo vi hablé poquito. Creo que siempre estuve un poco intimidado por su presencia. Por su porte gigantesco y su voz suave, gutural por momentos, pero sobre todo por sus opiniones y por su negativa a repetir los manuales de aquello que era considerado apropiado en la intelligentzia cultural de las épocas que le tocó vivir. Quería impresionarlo y ser su amigo, y también tenía miedo de caerle mal.
Muchos de los obituarios escritos sobre él destacan su rol de músico, su pertenencia a Guerrilla Urbana en los 80s y su liderazgo de La Hermana Menor a partir de los 90s. Yo lo conocí con Fuck You Tiger y Dragon Lieder, sus dos blogs. Cuando apareció FYT en el panorama de los blogs rioplatenses, esa escena que dejó una marca indeleble en todos los que estuvimos ahí, fue una estrella candente que nos desafió a todos. El Tüssi tenía una manera de escribir que yo solo le leí a alguien como Lester Bangs: una combinación entre un universo estético bien definido, compuesto de obsesiones particulares, con una curiosidad que le permitía siempre ampliar su campo de referencias, sin perder jamás aquellas que lo habían marcado a fuego. A esto se sumaba lo que, para mí, fue lo que lo hizo una presencia tan significativa, tan emocionante: una conexión profunda con lo humano, con la conciencia de que el arte es aquello que hace a este mundo un poco más habitable, sin dejar de saber que el mundo está también lleno de horror y decepción. El Tüssi me parecía una persona enojada pero jamás cínica, un poco melancólica pero jamás nihilista, alguien que se notaba que encontraba un placer enorme en el encuentro con el otro. Alguien que sabía ver la pequeña belleza de las cosas cotidianas, la cuota de maravilla que la vida nos pone en frente y que a menudo nos pasa desapercibida. Algo de esto se notaba en sus últimos años, en sus posteos sobre la ciudad de Montevideo, sobre sus bellezas ocultas y las frustraciones que le producía que esa belleza a menudo estuviese maltratada o desperdiciada. El Tüssi sabía que todos los lugares que habitamos nos forman y que no hay relación más compleja que aquella que se entabla con una ciudad que uno ama y odia al mismo tiempo.
El Tüssi, también, me parecía una persona que no tenía ningún tiempo para los idiotas, para los pomposos, para los engreídos y para aquellos que en pos de un principio abstracto universal de bien común, que no respetaban en el día a día, se creían ángeles sobre la tierra. El Tüssi me daba la impresión de ser alguien que conocía bien las contradicciones y los demonios contra los que luchamos, y que sabía que la verdadera bondad venía de estar atento contra ellos, vigilante, y saberse falible.
Fue una de las personas que más me influyó a la hora de escribir. Más de una vez me encontré llorando al final de alguno de sus posteos, de alguno de sus análisis extraordinarios de canciones (un formato que en algún momento quise copiarle, fracasando estrepitosamente), de algunas de las conclusiones de sus textos en donde todo giraba hacia lo personal (pero hacia lo personal abstracto, ligeramente oculto: no era una persona que considerase la exposición de uno mismo un valor) y te desarmaba, te hacía conectar con algo de una experiencia universal, con las luchas cotidianas. A través de él comencé a escuchar a los Pogues, descubrí “Bill Is Dead”, una de las canciones más hermosas de The Fall, una banda que amaba, dimensioné toda la grandeza de los Butthole Surfers, descubrí a esos hermosos perdedores que son The Wrens. Gracias a él leí por primera vez con atención Las Ciudades Invisibles de Italo Calvino. Gracias a él miré The Warriors.
Entre aquellos que estuvimos ahí, a menudo recordamos la época de los blogs como una era dorada de la internet. Es difícil de explicar para aquellos que vinieron después. Pero realmente fue un momento de extraordinaria fertilidad intelectual, de un placer muy profundo por “hacer la ronda” y ver que habían escrito quienes estaban en tu órbita, por unas secciones de comentarios riquísimas y donde se dirimían y se lidiaban las discusiones más profundas y más peregrinas. Era una comunidad más colaborativa que competitiva, o, mejor dicho, era competitiva de la mejor manera: todos queríamos exponer lo que sabíamos de la forma más atractiva posible, y nutrirnos de los demás. Sin la intención de ser más populares, de monetizar lo que producíamos, de luchar por likes. El reconocimiento estaba en trenzarse en un intercambio con gente que no conocías pero que pertenecían a la misma escuela imaginaria e internacional. Como dijo Martín Canova: es una internet que ya no existe más. Fue una gran escuela. Y dentro de esa escuela de escritura, el Tüssi nos desafiaba a escribir mejor, a pensar más profundo, a ser más idiosincrático e irreverente, a sentir más.
A pesar de no ser una persona que se expusiese en las redes, entrecerrando los ojos al leer sus posteos de Instagram de los últimos años, se podía vislumbrar una historia personal de recuperación notable que lo habían llevado a estar feliz, en armonía con el mundo y con los hilos de emoción y de lo sublime que lo ataban a él; lo sublime hecho de despojos, de fragmentos, de oscuridades y de caídas, lo sublime que surge de alguien que sabés que ha sufrido y se ha repuesto, y que sabe que la vida por contener tragedia no es por eso menos bella, ese sublime que a él le gustaba tanto. Porque nada vale la pena, nada redime, a menos que se eleve. Algo de eso se notaba en sus posteos recuperando la labor de Nick Cave en sus Red Hand Files, encontrando en ese artista un deseo de conexión humano que, creo yo, estaba también en sus textos, en el mostrar sus gustos y hablar de ellos con la autoridad que da la pasión casada con el conocimiento.
Pasó sus últimos meses haciendo posteos sobre las casualidades y las sincronicidades desde una perspectiva humildemente atea, humildemente maravillada con el mundo. Aquí hay otra: hace un par de semanas me enteré de la muerte de AmyPoodle a.k.a. Mark Stewart, del blog inglés de comics Mindless Ones. AmyPoodle escribió algunos de los mejores textos sobre la obra de Grant Morrison que yo jamás leí. Sobre todo porque sus lecturas, siempre, eran aditivas. Podía agarrar una idea, una sugerencia, que había sido dejada en un comic y correr con ella hasta llegar a lugares asombrosos, llenos de criaturas extrañas. El blog tuvo su momento más glorioso en los mismos años que Fuck You Tiger y Dragon Lieder y es increíble como desde lugares tan distintos, con obsesiones tan diferentes, había una forma de escritura que habilitaban los blogs que tenía que ver con amplificar aquello que te gustaba y en dejar tus pareceres más increíbles ahí afuera buscando una conexión.
Y eso me hace pensar mucho en la figura que el Tüssi fue para mí: un mediador, un cofre lleno de una sabiduría muy particular que por algún motivo se sentía compelido a compartir con el mundo. Ese tipo de figura es fundamental para la cultura, y pareciera que la única forma de recuperar lo que hicieron es a través del recuerdo de aquellos cuyo mundo agrandaron. Supongo que de eso se trata ser, en el sentido más profundo de la palabra, un maestro.
Por supuesto que el Tüssi no fue solamente eso, sino que también fue un compositor y letrista extraordinario. Sobre la obra de La Hermana Menor solo puedo decir que una obra musical que se inicia con la extraordinaria vitalidad de “Eucaliptus” y se cierra con la melancolía imperceptible de “El Año Que Viene En Jerusalén”, y que contiene la minuciosa y sentimental “Parque Rodó”, el microcuento veraniego “Ex”, la descripción drogadicta “Julia Dice” y la concatenación de imágenes bellas como el primer café de la mañana de un sábado en el que no tenés que hacer nada de “El Bar Frente a la Clínica de Abortos”, es una obra mayor. Mi amigo Esteban me dijo que lo que tenía de especial La Hermana Menor es que fueron las primeras letras que percibió como escritas por alguien adulto: “no son letras de pendejo rockanrolero, son letras de alguien que ha vivido cosas y está, sobre todo, triste al respecto”.
Y todo esto con un sonido en el que se percibían los intereses del Tüssi, aquellos mismos que estaban en su escritura, del rock alternativo de los ochentas, del folk, de los Stones, de Lou Reed y Mark E. Smith, pero maridados con un espíritu, a falta de una mejor palabra, totalmente uruguayo, marcado por la melancolía, pero también por la sonrisa irónica. Las canciones de La Hermana Menor son ejercicios sobre combinar lo inesperado en un cáliz y que de allí surjan composiciones que te llevan de paseo por una escena o una historia, canciones profundamente empáticas porque es imposible no sentir aquello de lo que están hablando.
A lo largo de todo este tiempo el Tüssi fue para mí, sobre todo, una voz y una presencia. Una voz molesta, desafiante, hinchapelotas, con la cual a menudo, últimamente, estaba en desacuerdo. Pero también caritativa, sensible, conocedora de que a todos el mundo nos duele. Supongo que de eso se trata, también, escribir: construir una voz y sostenerla en el tiempo, convertirla en una melodía y que la concatenación de palabras y de ideas elegidas, como una fila de hormigas, terminen delineando una presencia allí donde solo está la página. Siento que al Tüssi lo conocí mucho, a pesar de haberlo conocido tan poco. Supongo que su desaparición terrenal me hace pensar, también, en aquello que damos por sentado, en lo que pensamos que nos va a acompañar muchos años más. Hasta que no.
Cómo será que lo tenía continuamente presente, en algún lugar del fondo de mi cabeza, que este último año que estuve escribiendo sobre géneros musicales que él detestaba, y que se había dedicado a defenestrar con todo su talento para el insulto, me preguntaba, de vez en cuando “¿Qué opinará el Tüssi de esto si alguna vez llega a leerlo?”
Chau, Tüssi. Gracias por todo.