#31: 2023: Cada Uno Tiene El Meltdown Que Puede
(Este email replica el tradicional post de fin de año de El Baile Moderno, que se puede encontrar aquí)
Hola de nuevo, amiguis. Nos reencontramos una vez más para el tradicional compilado + post anual que celebra que sobrevivimos a otro año. Este ya es como el año 17 que hago esto. A veces siento que estar tan pendiente de lo nuevo me impide obsesionarme con músicos y estilos del pasado, que me vuelve una persona que solo tiene memoria de corto plazo, y que muchas cosas que me parecen novedades en realidad son re-elaboraciones de viejos sonidos. A veces pienso que no, que, al contrario, escuchar tantas cosas nuevas me permite tener un panorama bastante claro de las tendencias (dentro de los estilos musicales que me interesan) y la repetición de esta práctica año tras año construye una historia, que permite percibir, y esto es una lección que da la Historia en general, que nada dura para siempre, que las olas de estilos y de sonidos se suceden una a otra, y que lo que un año fue un rey conquistador al siguiente es un borracho harapiento.
Este año estuvo bastante dominado por la sensación de que tanto el trap argentino como el reggaeton se han agotado. Es algo que mencioné el año pasado, desde una perspectiva solamente personal, pero este se percibe como algo sistémico. Lo escribe Camila, lo escribe Cayo, dos personas cuyas opiniones sobre la música respeto y escucho. Yo coincido, parcialmente, con ambos. Me gustaron demasiado los discos de Bad Bunny y de Tainy para firmar el deceso de cualquiera de los dos géneros. Sí, su eclipse. Creo que estamos en un momento bisagra. Pero no solo con la música, si no con la cultura masiva en general. El fin de las redes sociales como espacios de encuentro entre personas diversas, particularmente notorio en la debacle final de Twitter, que hoy es un loquero a cielo abierto. La crisis y el agotamiento narrativo de las películas de Marvel. La reconversión del trap argentino en algo así como un “pop libre de calorías”, como dice Camila. El hartazgo con lo que los servicios de streaming audiovisual ofrecen, que es siempre lo mismo con distintos ropajes. La realización de que lo que “la gente” ve no es lo que es alabado por la intelligentzia (como si esto fuese algo nuevo…). Hay poco entusiasmo, percibo, con la cultura, y esto tiene que ver, creo, con un contexto generalizado de hartazgo y cansancio. Cuando nada de lo que uno hace a nivel individual o colectivo se traduce en una Política o una Economía que proteja a los más vulnerables y haga de este mundo un lugar un poco más vivible, sino más bien todo lo contrario, es muy difícil sostener la esperanza. Particularmente en la cultura que, en estas dos décadas del siglo XXI, ha demostrado cada vez más responder a una forma retorcida de la hipótesis estructura – superestructura del marxismo: dejémosla a las personas y los mensajes de izquierda para poder seguir haciendo dinero (para poder hacer AÚN MÁS DINERO) y que ellos se sientan tranquilos sintiendo que están ganando la batalla de las ideas.
La última película que vi en el 2023 fue The Old Oak, la que quizás sea la película final del gigantesco Ken Loach, porque ya tiene 87 años. Es una fábula que pone en primer plano todo su corazón y su visión socialista derrotada (pero aún parcialmente esperanzada) de la vida. Un pueblo abandonado en el norte inglés, uno de los tantos que fue reventado por la derrota de las huelgas mineras, que nunca se recuperó económicamente y hoy es un lugar deprimente y pobre donde la gente ha olvidado la solidaridad y simplemente llena los días hasta su muerte. Ahí llega un grupo de refugiados sirios que es recibido con odio por los habitantes originarios del mismo, pero que comienza, lentamente, a construir vínculos con la comunidad. La película ejemplifica esto en la relación entre Yara, fotógrafa amateur, y TJ Ballantyne, el dueño del pub local, el último establecimiento público que todavía sigue funcionando. A través de su amistad, y de la iniciativa de recuperar el “back room” del pub para ofrecer comidas a la comunidad, de forma tal de que la clase obrera inglesa se mezcle con los refugiados sirios y construyan comunidad, Loach pone en primer plano las similitudes que unen a dos grupos que son continuamente colocados como competidores por parte de los políticos y los medios. Pero, como en toda película de Loach, nada bueno puede durar mucho tiempo, y pronto los elementos racistas e intolerantes de la comunidad destruyen las buenas intenciones.
Sin embargo, termina con una nota de esperanza mostrando que los lazos construidos entre ambos subsisten, y que la comunidad sobrevive. Cuenta una tragedia pequeña, con un cierto grado de simplificación en la construcción de personajes, pero es correcto que así sea: necesitamos nuestras fábulas un poco sentimentales que nos ayudan a creer en el prójimo. Y, a la vez, es una película lúcida, en el hecho de que no hay soluciones mágicas, de que el terreno que se gana puede ser perdido fácilmente, y en la sobria conciencia de que el sistema está construido en nuestra contra. Es una despedida que sostiene los valores por los que Loach luchó siempre, a la vez que reconoce que están en franca retirada y amenazados.
Y la primera película que vi en el 2024 fue Los Delincuentes de Rodrigo Moreno. Esta incorpora pinceladas de elementos de género, fundamentalmente de la heist movie, para luego abandonarlos y descomponerlos en una bellísima exploración de lo que significa encontrar un grado de libertad en la vida. El diálogo clave es cuando Morán, el autor intelectual y concreto del robo al banco alrededor del cual gira la película, le plantea a Román, su casual cómplice, “Son 3 años y medio en la cárcel o 25 años trabajando en el banco”. En esa disyuntiva, que expresa de forma un poco infantil pero no por ello menos cierta la falta de sentido a la que nos vemos reducidos en este mundo del trabajo moderno, se cifra la filosofía estética y vital de la película, que pone en práctica apenas el robo ha sido concretado. Es una película lagunera, por momentos lenta, por momentos aburrida, que abandona el hilo de inmediato, pero todo esto no son casualidades sino decisiones estéticas que buscan, justamente, la libertad narrativa y visual. Es una de las películas más bellamente filmadas que vi en mucho tiempo, con un uso de planos absolutamente inusuales, por momentos extraños, pero que expresan una armonía espléndida y sobrecogedora. Y los temas que trata, la libertad, el cuentapropismo, la disyuntiva entre la ciudad cada vez más alienante y el campo solitario, el peso de los mandatos y de las estructuras externas a nosotros, son totalmente pregnantes e importantes para el catastrófico devenir de la Argentina 2023.
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Este fue también el año en que muches descubrimos y nos vimos conmovidos por Lucía Seles. Si bien yo he visto apenas un pedacito ínfimo de lo que produjo, me fue imposible no verme arrogado por la potencia de su personalidad, vislumbrada en notas y entrevistas. Particularmente, me impactó mucho este perfil que escribió mi amigo Agustín Acevedo Kanopa para La Diaria. Puntualmente, me interpeló mucho cuando Lucía expresa que iba en el Buquebús escribiendo maniáticamente, como hace, porque es grafómana, y que todas las personas que no estaban con su cuadernito escribiendo le parecían unos infelices.
Me impactó mucho porque estuve pensando en dos cosas sobre mi propia práctica escrituraria durante este año: 1) No me gusta, más bien detesto, escribir a mano 2) Nunca pude mantener un diario. Sobre la primera práctica sospecho un vínculo de tipo mecánico: la escritura a mano me parece desprolija y, sobre todo, me hace doler la mano. No me gusta no poder borrar ni corregir, que la letra no me salga como yo quiero (en general odio mi caligrafía, me parece grande y fea). Pero además hay un vínculo con los materiales que está marcado por mi crecimiento al calor de las pantallas. No soy un nativo digital, soy una persona que aprendió a escribir con herramientas digitales. Sobre el segundo punto, si bien siempre lo pensé como algo que era simplemente así, últimamente lo vengo considerando como una carencia, en particular cuando me encuentro rodeado de personas cuyas ideas y creación respeto y admiro que mantienen diarios. Pero, en realidad, mis diarios son las notas que he escrito a lo largo del tiempo, que están desperdigadas (a veces perdidas) en una multitud de páginas web y medios que ya no existen más. Y, fundamentalmente, mi diario son estas entradas que hago año a año, estos compilados que hago año a año, un poco para explicarme a mí mismo que sentí el año precedente y donde estaba mi cabeza en relación a la cultura y el arte. Siempre digo que los hago para mí, y esto tiene un primer sentido de armar una selección de canciones que (para mí) sea inusualmente potente y le de sonido a la primera mitad del año siguiente. Pero últimamente lo vengo pensando, más allá del disfrute inmediato, como una forma de dejar asentado de que manera mi gusto fue evolucionando, qué cosas incorporó, con cuales se amigó, con cuales se distanció para siempre, como fue cambiando mi forma de vincularme con la música.
En un primer momento era: “aquí hay algunas canciones del año que me gustaron mucho, no escuché todo lo que salió, pero esto fue lo que pasó por mis manos y me gustó”. Luego evolucionó hacia cierta idea comprehensiva, hacia un intento de abarcar, dentro de los géneros que me gustan, la mayor amplitud posible. Por ello el gigantismo hacia el que han tendido, que a veces me pregunto si es algo bueno o malo. En los últimos años, además, he tendido a pensarlos más como un DJ, buscando establecer un tracklist que se mueva por estados de ánimo y momentos y que se construya hacia un pico de fiesta para luego dejarnos solos en la reflexión y el balance melancólico de los triunfos y pérdidas del ciclo que se terminó.
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El 21 de diciembre del 2021, el día más corto del año en Alemania (lo destaco porque me parece importante en términos místicos), salí con un amigo. Tomamos cantidades infinitas de alcohol, una pastilla de éxtasis y terminé tomando el subte a las 8 de la mañana. Me dormí inmediatamente y me desperté en Alexanderplatz alrededor de las 11:30 de la mañana, sin celular y completamente desconcertado acerca de donde estaba. Nadie intentó despertarme ni se preocupó por mí en las 3 horas y media que me pasé yendo de una punta de la U-Bahn hasta la otra. Mi pareja me esperaba en casa sin saber si estaba muerto o herido o si había terminado en cualquiera, como tantas otras veces.
Hay distintas formas de tocar fondo, algunas peores que otras. Esa fue la mía. Un poco lo conté el año pasado, con ambigüedades y circunloquios. A partir de ahí comenzó un proceso largo, que incluyó una temporada con antidepresivos, una separación, algunos errores y recaídas más, el abandono de las drogas psicoactivas y que culminó en julio de este año con una firme determinación de modificar mi relación con el alcohol. Que, en términos concretos, significa no emborracharme y no dejar que mis emociones estén mediadas por el exceso. Porque me di cuenta que hay un límite en mi consumo de alcohol luego del cual mi personalidad se transforma y pierdo las amarras que me contienen, pero que de un tiempo a esta parte ese límite no era visible para mí. Lo atravesaba sin darme cuenta y todo lo que venía después era mucho peor. No siempre, no todas las noches que bebía, lo cuál me permitía seguir diciéndome que no había un problema ahí. Pero estaba. Como el dinosaurio.
Destaco y cuento esto porque el sabor final que me deja este 2023 es de un año de despedidas y de cierres, y me parece importante asentar que también tuvo procesos constructivos. Como todo proceso de cambio, implica una atención constante y una gran disciplina que no siempre se puede sostener. Es difícil darnos cuenta de que cosas nos hacen bien cuando nos vamos volviendo más viejos. Es difícil, también, romper con la inercia, con las formas establecidas de lo que se supone es la “diversión” y el “esparcimiento”, particularmente cuando las venís repitiendo hace 20 años.
Este año también intenté dejar de fumar y no lo logré, y comencé el año nadando con regularidad, algo que me hacía muy bien, para lo abandoné por vagancia y problemas logísticos con las piletas berlinesas que me llevaron de nuevo a mi estado de calmo sedentarismo, que es lindo porque no me pongo más exigencias, pero es feo porque lamentablemente el ejercicio físico sí produce una liberación de endorfinas notoria y gratificante que es muy difícil conseguir por otro medio. Sobre el fumar, me encantó esto que escribió Niko Stratis, mi escritora favorita del año:
Los cigarrillos son una curiosa y pequeña marca de la adicción. Cuando dejé de beber, comencé a fumar más, a pesar de que lo había dejado cuando estaba en mis 20s, y no comencé de nuevo hasta que tuve 34, e incluso en ese entonces solo lo hacía cuando me drogaba. Cuando me puse sobria, comencé a fumar más. Comencé a tomar más café. Tenía mis pequeñas cosas y mis pequeños rituales que le daban a mis manos ansiosas algo para hacer, algo para quemar.
Los cigarrillos se sienten importantes de alguna forma, la última parte de una adicción que sobrevive cuando todas las partes divertidas se han ido.
Destaco esto también porque comencé el 2024 sintiendo que gran parte es pérdida, y no quiero olvidar las cosas buenas que sucedieron. La otra fue poder viajar tanto, y poder dedicarme a dos proyectos de libro de los cuales estoy orgulloso, aunque no sé que destino les deparará el futuro. Uno es musical, ya está más cerca del final que del principio, escrito con una co-autora genial y creo que es un gran trabajo, aunque me pregunto quién querrá editarlo en una Argentina arrasada culturalmente por el psicópata que ganó las elecciones. El otro es sobre comics, todavía no lo comencé a escribir, pero fue el motivo que me llevó a muchos países y bibliotecas este año, que me hizo descubrir materiales increíbles y ejercitar la disciplina histórica en su forma más pura y hermosa, que es la de la búsqueda archivística.
Lo tercero bueno que sucedió este año fue reencontrarme con ciertas personas, y conocer a otras, que me acompañaron y me quisieron de una forma muy especial, que me ayudaron a descubrir partes mías que estaban ocultas o a entender mejor ciertas cosas que me hacían mal, que le dieron carnadura a una red de amistad y amor que se despliega a lo largo del mundo y que considero mi más valioso tesoro.
Y también destaco esto porque el 2023 fue, igual que el 2022, un año que tuvo bastante poco de producción escrita e intelectual pública. En general, mostré poco y nada. Incluso terminé borrando mi cuenta de Twitter luego del ballotage argentino, en pos de preservar mi salud mental. Continúa una tendencia a decir menos y pensar un poco más. Y esto es un cambio de paradigma, después de años de producir furiosamente para el ojo público. A veces me pregunto si esto no significa que me quedé sin ideas, otras veces me pregunto si no es un gesto de cobardía que, a medida que las cosas se ponen cada vez más difíciles en mi país y el mundo, me refugie en la intimidad y me repliegue en el silencio.
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De afuera mi vida parecería que es bastante buena. Pero una de las cosas de la adultez, sobre todo cuando tu vida se acerca o llega a los 40 que es, al menos en mi mente, el momento en que una vida se solidifica en cierto estado de cosas y ya no queda margen para pensar en grandes volantazos o en grandes cambios de personalidad y de situación, es que uno obtiene una vida, que en muchos aspectos se parece a la vida que quería, pero que no es exactamente la vida que quería. Y uno tiene, simplemente, que lidiar con eso. Y encontrar la forma de estar bien con las cosas buenas que tiene y de no sufrir en demasía con las cosas que no se dieron como a uno le hubiese gustado. Y este es un ejercicio dificilísimo, de los más difíciles, porque implica resignarse sin derrota, pero también no alimentar al monstruo del resentimiento y del odio. Al respecto de esto, me gustaría destacar una de las que, para mí, fue una de las mejores canciones del año: “El Rock And Roll Pasó de Moda” de Bestia Bebé. Es una canción bellísima, infecciosa y pegadiza, conservadora de todas las formas correctas, porque no busca predicar nada. Tiene el corazón en el lugar correcto: el de alguien que ve como el mundo cambia a su alrededor y, lejos de insultar a ese cambio y denigrar a quienes hace feliz, simplemente se siente desorientado por el mismo y no sabe dónde quedó el lugar seguro que le brindaba certezas. Es, creo, una de las primeras canciones de rock que asume el eclipse del rock con entereza y dignidad. Ayuda, también, y mucho, que es una canción escrita con mucho humor, sin aires de superioridad, con un video acorde que termina con un momento de feliz comunión. Y, a través de ese pase de magia, hace que sea muy difícil no empatizar con su protagonista y su difícil situación. Es, en el fondo, una canción sobre volverse viejo y no estar a la moda, algo que también te va a pasar a ti.
Yo imaginaba volver a Argentina a finales de 2024. Pero, así como están las cosas volver, incluso con un cargo que me costó tanto (no solo en términos de esfuerzo, sino en términos emocionales y en el sostenimiento de mis vínculos), no solo es terriblemente angustiante, sino que también es absurdo. Da mucha tristeza que haya triunfado de este modo el odio y la opción por la destrucción. A veces también da bronca. Pero no es incomprensible, y esto lo quiero destacar sin profundizar demasiado en discusiones políticas: todos los valores que defendíamos se volvieron papel mojado, palabras vacías, porque no había una acción concreta que los defendiese y enarbolase. Esto es una derrota cultural profunda. Y no creo que discursos de resistencia o la repetición de sloganes empleados en las peores derrotas de la izquierda durante el siglo XX nos ayuden a salir de este atolladero. Pero tampoco tengo ninguna propuesta superadora en términos colectivos. Nunca fui bueno para la militancia.
Estos meses estuve pensando mucho en Mark Fisher. Cuando no. Estuve pensando en las ideas que propuso para una nueva izquierda al final de su vida. Pero estuve pensando mucho, también, en la decisión que tomó al terminarla. No tengo conclusiones al respecto. Solo pienso que, creo, no hubiese sido capaz de soportar el mundo que siguió a su muerte. Y me pregunto, yo también, hasta cuando seremos capaces como civilización de tolerar este suicidio en cámara lenta.
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Me encantaría tener palabras más alentadoras para cerrar esto, pero aquí es donde se encuentra mi cabeza en este momento. Lo que si puedo decirles es que siento que el compilado 2023 es uno de los mejores que hice hasta ahora. Siempre digo lo mismo, porque el entusiasmo es lo último que se perdió, pero esta vez lo creo de verdad. Creo que logré eliminar en gran parte la hojarasca, busqué que tuviese la menor cantidad de canciones de compromiso porque ese disco puntual estuvo en un montón de listas de recomendados, y creo que el trackeo está especialmente inspirado, ascendiendo hasta un clímax de electrónica palera de la cual luego bajamos con un poco de bueno y viejo rock and roll. Creo que hay un espíritu celebratorio y feliz en sus canciones. Además, y esto no es menor, tiene una tapa absolutamente INCREÍBLE obra de Paula Boffo/Sukermercado, una tapa de cuerpos reales, no binarios, mega sexual, divina, con unos colores que te quedan en la retina. Muchas gracias a Paula por coparse de este modo. Siempre es un honor que les artistes que convoco envíen cosas tan espectaculares.
Espero que encuentren en él disfrute y placer, un lugar seguro. En general, es lo que espero que sea este humilde acto de creación montado sobre las obras de otros para quienes lo escuchan año tras año hace tanto tiempo.
Les quiero mucho. Cuidense ahí afuera y nos vemos el año que viene.
2023 (El Baile Moderno). [Download: Mediafire], [Download: Mega], [Download: Drive]
2023 (El Baile Moderno). [Spotify] [YouTube Music] (como siempre, a la versión de Spotify le faltan unas poquitas canciones)
(Las ediciones anteriores se pueden bajar de los siguientes links: 2007, 2008, 2009, 2011, 2012, 2013, 2014, 2015, 2016, 2017, 2018, 2019, 2020, 2021, 2022)