Hola, bienvenidos a otra entrega de El Evangelio del Coyote, un newsletter sobre arte, política y basura. Hermosa mañana, ¿no?
Originalmente esta entrega iba a ser sobre algo completamente diferente. Hacía varias semanas que venía pensando en la relación entre los humoristas gráficos argentinos y la publicidad durante el siglo XX. Tengo separadas unas imágenes preciosas para compartir, y muchas ganas de reflexionar sobre las posibilidades del oficio en aquel entonces.
Pero hace diez días se murió Keith Giffen. Y hoy solo tengo ganas de escribir sobre él.
Giffen era un genio. Y me arruinó para siempre. De la mejor manera. Cuando era niño uno de mis primeros encuentros con el comic de superhéroes se dio a través de la Liga de la Justicia Internacional y Europa, esa obra maestra que realizaron Giffen, J.M. DeMatteis, Kevin Maguire, Adam Hughes, Mike McKone, Bart Sears y compañía. Es fácil subestimar lo que hizo con esos personajes este equipo extraordinario, que para mí está a la altura de lo que logró Claremont con los X-Men. Tomaron una serie que estaba basada en lo icónico sin personalidad, en un montón de recortes de cartón que se vendían solo porque eran los personajes más reconocibles del comic de superhéroes, y la convirtieron en una narrativa sobre personalidades, sobre dinámicas de grupo, sobre amistades, amor y risas. Mi sospecha es que, como incorporaron la comedia, y la comedia siempre fue vista con cierta desconfianza por parte de los fanáticos del comic de superhéroes (a diferencia del drama y la telenovela, que importó Claremont, lo cual dice, creo yo, cosas muy interesantes del fanático de superhéroes) se la apreció, pero se la vio como una obra menor, una cosa agradable y divertida pero light.
Gracias a su influencia, para mí los superhéroes siempre fueron cómicos, con la dinámica de sitcom casi como una cosa natural. Y es muy difícil no ver que ese tono es el mismo que infinita cantidad de comics e inclusive una gran porción de las películas de Marvel incorporaron después de ellos. James Gunn es 100% un discípulo de Giffen y DeMatteis. Abrieron el género para incluir personajes antes que íconos, personas que armaban grupos, gravitaban hacia personalidades similares, en las que el drama surgía de los malentendidos, pero también del amor que se tenían. Es muy difícil para mí pensar en Blue Beetle, Booster Gold, Dmitri el Red Rocket, Guy Gardner, Batman, Ice, Fire o Mister Miracle sin la personalidad que les brindaron en esa serie.
Pero Giffen fue muchísimo más que eso. Giffen fue uno de los tipos que ownearon el comic norteamericano durante los 80s. Para mí forma parte de una trinidad dorada junto con George Perez y Walter Simonson (Claremont juega en esa misma liga, y quizás sea más importante, pero esos tres son mis favoritos. ¿John Byrne? Puesto menor). Tipos con una imaginación galopante que se daban cuenta que a los comics de superhéroes les faltaba algo: corazón, diversidad, dinámica. Un paso más allá en la profundización de la vida interior del género que había iniciado Marvel en los 1960s.
Es difícil, quizás, dimensionar su importancia a la distancia, con las innovaciones ya plenamente incorporadas y procesadas, pero lo que hizo Giffen durante los 80s fue verdaderamente milagroso. Giffen, quién fue primero un dibujante, luego un hombre de ideas y finalmente un argumentista (sin abandonar ninguno de esos roles a medida que incorporaba nuevos), inició su carrera como un clon de Jack Kirby, pero pronto comenzó a experimentar con su estilo rompiendo los límites y las formas. Esto era parte de su genialidad: era un tipo que tenía mil ideas por minuto y que, además, estaba siempre dispuesto a cambiar e ir hacia donde lo llevase su interés y curiosidad, a jugar con las formas, las líneas, los cuerpos y los estilos. Matthew Perpetua lo dijo muy bonito: Giffen no estaba dispuesto a sacrificar sus impulsos artísticos, pero sabía que los comics eran una forma un tanto efímera y transitoria, en la cual lo importante era dar algo nuevo y sorprendente a los lectores, mantener el tren moviéndose, improvisar dentro de una serie de reglas y formatos brindados de antemano. Lo cual, paradójicamente y bien entendido, abre el campo para el juego.
Por eso también fue tan capaz de revolucionar todo lo que tocaba. Su run en la Legión de Superhéroes con Paul Levitz, y luego con Tom y Mary Bierbaum, fue una verdadera revolución que logró que un título de segunda se convirtiese en un hit capaz de competir con los X-Men, una hazaña que, lamentablemente, ningún autor que les siguió pudo replicar. Quedó asociado a ellos, a esa alquimia tan particular que convertía lo difícil en fácil. A menudo nos olvidamos que una obra es el producto de una serie de factores y personas en un momento concreto de tiempo que no se repite. A la vez, la Legión que hicieron no fue una cosa estática, sino que evolucionó y se fue rompiendo todo el tiempo. Lo que comenzó como un equipo de héroes en plan estudiantina fue adquiriendo ribetes cada vez más cósmicos y dramáticos, volviéndose adulto al ritmo acelerado que imponía ese loco tren que eran los comics de superhéroes de los 80s y llevando a los personajes a lugares insospechados. Tempranamente establecieron su marca con The Great Darkness Saga, una de las historias épicas más grandes del comic de superhéroes, que hizo que Darkseid mute de una curiosidad arrumbada en el arcón de experimentos fallidos donde DC ocultó a las series de Jack Kirby a EL villano del DCU. Si solo hubiesen hecho eso ya hubiesen dejado una marca inolvidable. Sin embargo, después desarrollaron una space opera marcada por el amor, el sexo, la traición, la rosca política y la guerra, de modo tal de que cuando Giffen retoma la serie con un salto temporal de cinco años y los Legionarios viejos y curtidos, era un comic que podía hablar, sin despeinarse, del choque de culturas, del genocidio y de los sacrificios que hacemos cuando intentamos mantener aquello que nos hace ser quienes somos frente a un universo que conspira en nuestra contra.
Es que Giffen era, también, un épico. Un cósmico. En mi opinión, uno de los más grandes continuadores de Kirby. Al principio copiando su estilo artístico, pero luego siguiendo el camino que el alma del Rey había abierto: la experimentación permanente, la producción de conceptos siempre nuevos, el enfrentamiento y encuentro entre lo sublime y lo humano. Despero, el Time Trapper, Darkseid o la Computadora que controla a Maxwell Lord son todos puntos límites en los que se juega el control absoluto y la muerte en contra de la capacidad humana para el cambio.
Y hasta aquí dije muy poco de dibujo, de su arte, que fue lo primero que hizo y aquello que alimentaba sus ideas. Giffen plotteaba haciendo breakdowns. Su estilo es difícil de definir porque fue un camaleón que lo adaptó de acuerdo a lo que se le cantaban las pelotas o robándole a los artistas que lo deslumbraban. El Giffen de The Great Darkness Saga es un Giffen de cuerpos renacentistas, músculos tensionados y dispuestos para la acción, sensualidad rafaelista. Luego, tenés el Giffen de la serie Baxter de la Legión, un chonky boy de líneas temblorosas, que incorpora una influencia muy grande de Kevin Maguire en las expresiones faciales, con labios gordos y suculentos mezclados con caras rugosas, surcadas por líneas y arrugas, y masas de negro con gravedad propia que le estaba claramente robando a José Muñoz. Y luego tenemos ese Giffen que se va volviendo progresivamente más geométrico, cuyos cuerpos son ángulos y manchas de color que se combinan, el estilo que desarrollará tanto en The Heckler (una maravilla poco apreciada) y Trencher (una locura adelantada a su tiempo, un poco fallida, pero que hoy simplemente te hace estallar los ojos de fascinación). Luego se calmó, comenzó a mirar a Bruce Timm y a trabajar en animación, y a lo grotesco le incorporó una dimensión cartoony en la que su dibujo, como se ve, por ejemplo, en su OMAC, se torna la mezcla perfecta entre el dinamismo kirbyano con la armonía de líneas del dibujo animado moderno.
Y, a lo largo de todo este recorrido, siempre fue un innovador formal. Giffen trabajó lo pequeño y lo grande, exigiéndose de forma animal para realizar splash pages y posters (es famosa la anécdota del mega poster de la Legión con todos los personajes aparecidos hasta el momento que lo quemó tanto que tuvo que dejar el título por un tiempo) pero también sabía manipular de manera perfecta el 9-panel-grid, sus momentos más tranquilos y su ritmo metronímico. E, inclusive, llegó a experimentar con el grid de 12 paneles. Era muy bueno con la expresividad de los personajes, particularmente cuando comenzó a copiarle a Maguire, pero también era un campeón en el obscurecimiento voluntario de la información, en los cuadritos en los cuales el punto de vista descansa sobre un montón de basura, una piedra que piensa o una sombra indistinguible arrumbada en el rincón. Giffen siempre daba la impresión de estar probando cosas para ver cuales funcionaban y cuales no.
Y por supuesto que experimentó con la metaficción. Ambush Bug entero es una oda a la metaficción y al descubrimiento de patrones imaginarios (o sea, a la psicosis) producto de leer incesantemente los comics que nos gustan. Ambush Bug es un homenaje, también, al colapso de sentido del comic de superhéroes, a un género hecho de papelitos pegados uno encima del otro como si del trabajo final de año de un niño de jardín de infantes se tratase. Y, a la vez, es un laboratorio en el que Giffen rompe todos los manuales de layout y breakdown. Y un comic que se burla del mismo sistema en el que está inserto de una forma feroz que hoy es mucho más difícil porque todo está más domesticado, porque los comics son una industria donde nadie quiere molestar a nadie porque todos quieren seguir trabajando con todos. Cuando los comics eran una industria marginal, que le interesaba a unos pocos, reírse de tu empleador era algo mucho más factible.
A la vez, Ambush Bug es un personaje que está loco. Y si bien su locura es tomada con humor por Giffen, hay un trasfondo de desamparo y soledad en algunos comics del bicho. Cuando leí por primera vez su miniserie, me llamó un poco la atención, me fue imposible no percibir, la melancolía al respecto de su relación con Cheeks. La sensación de que Irvin Schwab es un tipo muy solo, que está buscando cualquier anclaje posible en la vida.
Con Lobo, en cambio, apuntó a un humor absolutamente idiota, de frat boy, infusionado con mucho de slapstick y con el botón rojo de la masacre y la destrucción total como resolución de todo conflicto. Allí, también nos dio esa obra maestra de la mala leche que es el Convention Special, en el cual junto a Kevin O’Neill le prendía fuego al esquema ponzi de los comics noventosos. Lo que comenzó siendo una parodia de los personajes ultraviolentos se terminó volviendo su propia versión Looney Tunes, y alimentando una industria que, con Alan Grant al mando, nunca dejó de ser un poco absurda.
Hasta aquí, me concentré en la etapa más importante de la carrera de Giffen. La etapa imperial, como diría Gus Casals, otro con el cual compartimos el amor a Keith. Es un cliché absoluto repetir el bon mot de F. Scott Fitzgerald de que las vidas americanas no tienen segundos actos, y en gran medida es verdad. Si uno observa los 90s de Keith Giffen, se vuelven unos años bastante confusos y aleatorios en donde se dedica a cosas desperdigadas. Sin embargo, la pulsión a la experimentación continúa en toda la seguidilla de proyectos cortos y truncos en los cuales Giffen sirvió como ánima movilizante. Hay un hilo invisible que une a The Heckler – Trencher – Punx – Vext (y también, quizás, a The Book of Fate), más allá de su corta vida, y es que son series que se apoyan en un experimento narrativo o gráfico, ya sea en el lanzamiento de un nuevo concepto o en una modificación de su estilo de dibujo. Y que se enorgullecen de jugar en la marginalidad en una década que era, además, particularmente inclemente con muchos nuevos conceptos, al menos dentro de DC y Marvel. Parecen series en donde Giffen está más interesado en divertirse un poco, sabiendo que ya lo hizo todo, que en buscar la trascendencia.
El resto de sus 90s y el principio de sus 00s fueron así. Con su principal ocupación en la realización de storyboards para series animadas, se abocó a proyectos condenados y a su faceta de laburante, haciendo fill-ins, números especiales y generalmente pasando desapercibido. O volviendo a tocar sus viejos hits en comedias de relaciones interpersonales con superpoderes como Freak Force, The Defenders, Hero Squared y el retorno a la Liga en dos miniseries tan hermosas como maltratadas.
Pero las vidas americanas si tienen tercer acto. Y, en el caso de Giffen, este iba a venir de la mano de la mano de su absurda estamina creativa, desplegándose a mitad de los 2000s en dos direcciones: por un lado, el trabajo titánico de plantado de bocetos y sostenimiento de una coherencia visual en 52, la serie semanal escrita por Geoff Johns, Greg Rucka, Mark Waid y Grant Morrison que cubría un año sin Superman, Batman y Wonder Woman y seguía a un puñado de personajes secundarios a los rincones más oscuros de un universo maravilloso. Ahí, Giffen completó 24 páginas de bocetos por semana, sin pausa, sin pedir la hora. Una máquina de trabajo y prepotencia sin igual, que sostuvo uno de los experimentos más interesantes y bellamente recordados de DC en este nuevo siglo. Por otro lado, el relanzamiento del costado cósmico de Marvel, que se inició humildemente con una miniserie sobre Drax, para luego desplegarse en las sagas Annihilation. Si bien Giffen abandonaría luego de la primera saga, y su lugar como articulador sería tomado por Dan Abnett y Andy Lanning, quienes terminarían de dar forma a los Guardianes de la Galaxia que luego James Gunn utilizaría con tanto éxito, es testamento de su fertilidad creativa y de su capacidad para repensar y relanzar un rincón de un universo compartido.
La última década de su carrera se desarrollaría en esa tónica: un laburante que agarraba títulos por un tiempito, a veces con más éxito (son muy lindos tanto su Doom Patrol como su Justice League 3000), otras veces en medio del caos editorial que lo llevaba a ponerse el overol y sacar adelante miniseries después de un evento, completar runs truncos o dibujar para Dan DiDio.
Giffen fue el primer autor que seguí en el comic de superhéroes. El primero de quien podía decir que era fan, del cual siempre me entusiasmaba la aparición de algo nuevo. Su carrera está plagada de altibajos, y de una gran cantidad de material descartable, como cualquier carrera de un trabajador del comic de superhéroes yankee. Es difícil conceptualizar el lugar apropiado de gente como Giffen. Las categorías del genio (que lo fue, al menos durante partes de su vida), el innovador, el artista que lucha contra viento y marea para imponer sus ideas, no funcionan del todo. Su vida fue una vida de difuminar los límites: entre el humor y la acción, entre la tragedia y la comedia, al interior del layout de la página, entre estilos de dibujo. Se conformó, a menudo, con ser simplemente un trabajador, un tipo confiable en quien se podía depositar un comic de último momento, un relleno. Y sin embargo había algo de su personalidad inefable (todo el mundo, en los recuerdos que le han dedicado, destacó que Giffen era un cascarrabias de humor ácido por elección, que era un personaje que cultivaba cuidadosamente, junto con cierta manía, y que proyectaba en los personajes que escribía, pero que escondía a una persona de gran corazón: no por nada repitió coequipers creativos hasta el final de su vida, como una familia) que se impuso en mucho de lo que hizo. Fue un revitalizador y un artífice de personajes que a menudo no volvieron a ser los mismos.
Nunca lo conocí, nunca me firmó nada, ni llegué a darle la mano. Pero me acompañó desde que tengo seis o siete años, cuando mi papá aparecía en mi habitación con un nuevo cargamento de comics de editorial Perfil. Siempre es duro cuando se muere uno de tus héroes. Es más duro cuando se muere un tipo como Giffen, un original indestructible, del cual se puede decir: el mundo no verá otro igual.
Godspeed, Bwah-Ha-Ha Man. Me hiciste muy feliz.
Primero, gracias por la mention y el link.
Segundo, la curaduría de imágenes me encuentra tan en sintonía que casi no tengo palabras.
Gracias. A vos, a Keith, a los comics que nos dan tanto.