¿Cómo era esto? Ah, si: bienvenidos a una entrega de El Evangelio del Coyote, un newsletter sobre arte, política y basura.
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Hace un tiempo terminé Illuminations, libro que recopila una decena de cuentos de Alan Moore, algunos escritos entre 1980 y principios de la década de 2010, otros redactados particularmente para esta edición. La compilación, digámoslo mal y pronto, no es la gran cosa: los cuentos son en su mayoría experimentos simpáticos con la forma y los géneros, algunos podrían ser Future Shocks de 2000AD, las historias cortas de dos páginas, generalmente viñetas de ciencia ficción con un giro O’Henry, en las cuales no solo Alan Moore, sino también Grant Morrison, Warren Ellis, Garth Ennis, Al Ewing y un sinfín de otros guionistas aprendieron el oficio. Hay una historia de fantasmas del montón y una historia seudo científica que en realidad es una viñeta satírica centrada en las diversas maneras de describir el sexo entre dos cerebros Boltzmann. Es, en reducidos términos, un conjunto de obras menores en las cuales Moore parece estar divirtiéndose o ejercitando algún músculo creativo.
Excepto por la pieza central del libro, una montaña de odio, acidez y vitriolo de 270 páginas, una novela en su propio derecho, titulada “What Can We Know About Thunderman”.
Ese largo cuento es una sátira oscura y amarga contra la industria del comic estadounidense y su historia. Cuenta la historia de un puñado de creadores (todos guionistas y editores) que se abren paso en la industria del comic desde los años 1970s hasta el presente. Como un espejo de parque de diversiones que distorsiona el cuerpo humano, la nouvelle está poblada de personajes que son análogos a importantes figuras de la historia del comic estadounidense mainstream. O sea: el comic de superhéroes, terror, aventuras y ciencia ficción. Aquí no hay autores neuróticos que hacen comic en blanco y negro. Moore se concentra en Marvel y DC, a quienes parece odiar por igual pero con tonalidades diferentes. La nouvelle reconstruye y reinterpreta importantes momentos de la historia del comic estadounidense a través del filtro de este Mundo Bizarro: la creación de Superman (qué, como habrán imaginado, aquí es Thunderman), la expoliación a sus autores, las audiencias en el senado de los EEUU que terminaron aniquilando a EC Comics (acá llamados SC, Sensational Comics), el surgimiento de Marvel (reimaginado por Moore como una psyop de la CIA), la aparición de los fans convertidos en profesionales, el reinado de Jim Shooter en Marvel, el surgimiento de las películas de superhéroes y su metástasis cultural, el caos de la industria en los tiempos del covid y el declive de DC producto de demasiados reboots y reorganizaciones editoriales sin pies ni cabeza.
Pero, además, el texto se empantana en los territorios de la anécdota escabrosa, violenta o salaz. Aparecen en el cuento todas aquellas historias de editores, escritores, artistas y ejecutivos de la industria, que circulan en los bares de las convenciones, narradas durante años por profesionales a jóvenes sin experiencia, en búsqueda de que se conviertan en una fábula moralizante (en el mejor de los casos) o la fuente de unas cuantas carcajadas producto de la desdicha humana (en el peor de ellos). Algunas calcadas, otras aumentadas, otras completamente inventadas. Moore pone en primera plana toda traición, toda agachada, todo acto cobarde y destructivo que cometen sus protagonistas.
A lo largo de sus 270 páginas Moore convierte a la industria editorial del superhéroe en un Grand Guignol en el cual siempre hay una nueva depravación, una nueva bajeza, una nueva traición. Hay un notorio ensañamiento con la mayoría de sus protagonistas. Y cuando uno piensa que cada uno de esos personajes tiene alguna base real, realmente se siente mal leyendo estas páginas. Se siente mal por la verdad que las mismas esconden acerca de la naturaleza predatoria del comic estadounidense, pero también se siente mal por el nivel de odio y enojo que maneja Moore. Es imposible sentir que esto es simplemente una parodia, porque hay demasiada emocionalidad involucrada.
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Cuando era chico y estaba desesperado por adquirir cualquier conocimiento sobre el arte y la industria del comic que pudiese, porque la internet no existía y los comics no llegaban a San Miguel de Tucumán, rompí las pelotas durante meses para que mis padres me permitiesen comprar libros enciclopédicos por Amazon. No solo quería los comics en sí mismos, si no que quería saber quienes eran esos hombres (y algunas mujeres, aunque en ese tiempo yo pensaba fundamentalmente en los hombres) que habían creado esos comics. Quería saber la historia de DC y de Marvel y qué era la Golden Age y qué había escrito y dibujado cada uno de los creadores que me gustaban y muchos de los que no también. Quería saber la historia del medio. Siempre, supongo, fui un historiador en mi corazón y la única manera de entender las cosas que tengo es adquiriendo un montón de información sobre los medios sociales y culturales en los que cuales las personas se mueven, sobre la forma en que crearon y los condicionamientos que les impidieron crear de otra manera, y como esas condiciones de posibilidad del arte y del trabajo fueron cambiando con el tiempo.
Finalmente, logré que me permitiesen comprar algunos libros para un cumpleaños, no recuerdo cuál. Pedí Comics: Between the Panels, de Mike Richardson y Steve Duin, publicado por Dark Horse en 1998. Me acuerdo que demoró meses en llegar. Que mi ansiedad era insoportable. Y, cuando finalmente llegó, me encontré con que era un libro muy diferente del que yo quería. Yo quería un diccionario (siempre fui fan de las enciclopedias y diccionarios y de los compendios ordenados de información), una World Encyclopedia of Comics de Maurice Horn (algunos años después tuve una de sus ediciones, y descubrí que la colección de datos fríos y escuetos era bastante decepcionante) y lo que me encontré fue más bien un libro de chismes e historias de la industria. Ahí me enteré que Mort Weisinger, el editor de los títulos de Superman en su momento más exitoso, era un tiranuelo despótico que maltrataba a sus empleados. Ahí me enteré qué era lo que realmente había pasado con EC Comics, las audiencias en el Senado de los Estados Unidos y la creación del Comics Code Authority. Ahí me enteré que Marvel le había robado a Jack Kirby no solo sus personajes, sino también miles y miles de páginas de arte original. Fue, como dicen, una educación. Y ese es el territorio que Moore explota en esta nouvelle.
Con una diferencia: Moore fue, también, una víctima de esa picadora de carne. Y es, probablemente, una de las personas más resentidas sobre la faz de la tierra. Y eso colorea todo lo que tiene para decir.
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Estilísticamente, el cuento es muy efectivo. Está construido sobre la base de dos géneros: el horror y la comedia. Y, en cierta manera, es medio imposible no ver al cuento como un despliegue de dos géneros que, de haber triunfado la visión de los comics de EC, de Bill Gaines y de Harvey Kurtzman, deberían haber formado la columna vertebral de un nuevo tipo de industria, más “adulta” y “seria” que la que creció a la vera de los superhéroes.
A la vez, son dos géneros en los que Moore se siente muy cómodo y ha empleado a lo largo de su carrera. Del horror toma la sensación de anticipación y dread: todo el cuento te atrapa e induce una lectura adictiva porque estamos esperando la revelación de algo espantoso a lo que Moore alude, pero no muestra. Del humor toma la exageración, que convierte el espanto en comedia negra.
Las tesis de Moore no son novedosas. Son, de hecho, bastante simples, y bastante reaccionarias, y dicen más o menos así:
1) El comic de superhéroes infantiliza a sus lectores y productores, anclándolos a una edad mental adolescente, en la cual lo que importa es el beneficio personal. La industria es incapaz de construir comunidad y solidaridad. Todos están ahí para cortarse los pescuezos unos a otros.
2) Los superhéroes como concepto están vinculados al fascismo y a la doctrina del excepcionalismo norteamericano (dos cosas que, aunque a menudo cercanas, no son exactamente lo mismo). La penetración de estas narrativas en la mentalidad colectiva de occidente preparó el terreno para el ascenso del neo-fascismo populista del siglo XXI.
3) La industria del comic de superhéroes está construida sobre la expoliación de sus autores, es un monumento a la explotación capitalista del trabajador y un modelo perfecto para la construcción del capitalismo corporativo bajo el cual sufrimos en la contemporaneidad.
Una de estas tres cosas (la tercera) es indudablemente cierta. Su absoluta realidad colorea toda la experiencia de un fanático de comics de superhéroes consecuente, y expone un pecado original con el cual es muy difícil lidiar: estamos disfrutando de creaciones robadas. Estamos sosteniendo un sistema que hace del despojo de aquellos que lo sostienen la parte central de su subsistencia. Aquí, la crítica de Moore es potente y difícil de ignorar. Deja un mal sabor de boca.
Pero no puedo evitar sentir que las otras dos partes no cuentan con ningún tipo de evidencia empírica. Con respecto al segundo punto… qué decir. Me parece de una simpleza apabullante, un digno ejemplo de la teoría de la aguja hipodérmica, que está sostenido más en el desprecio que Moore le tiene al género que en la realidad. Las páginas en las cuales realiza un paralelismo directo entre el asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021 y las fantasías de poder del comic de superhéroes son un poco vergonzosas, por no decir ingenuas. Cuando solo tenés un martillo, todo parece un clavo.
Pero la primera me parece decididamente mala leche, y creo que ahí es donde la diatriba en forma de cuento de Moore devela toda su maldad: ¿cómo vas a hablar así de gente que, para bien o para mal, fueron colegas y compañeros de viaje, a menudo igualmente explotados por malignas fuerzas corporativas? ¿Tan poca solidaridad de clase vas a tener? Moore parece pensar que cualquiera que no abjura es un cómplice. Lo cual es, como menos, muy poco caritativo.
Además, la imagen que el cuento pinta de la industria llega, con conocimiento real y no basado en chismes o escuchas de lejos, hasta los 90s, el momento en que Moore se aleja de los comics de superhéroes mainstream para siempre. El Autor Original es incapaz de ver que en los últimos 30 años prevalece un tipo diferente de autor (¡en gran medida gracias a su ejemplo!) que no renuncia a ser un adulto funcional y a crear en otros géneros y estilos que le son más afines. Que puede, incluso, abandonar los superhéroes, o ir y venir, que no está condenado a la esclavitud a DC y Marvel.
Esto es parte de una mala fe general del cuento, que intenta tener su pastel y comérselo también, que elije aquellos elementos de la realidad que sirven para engordar su argumento, pero ignora convenientemente otros que lo contradecirían. Moore es perfectamente capaz de analizar análogos para todas las películas de Superman jamás realizadas y verlos como ejemplos de la decadencia de la civilización occidental, pero es incapaz reconocer la existencia de un Robert Kirkman o un Ed Brubaker. Moore, siempre, tiene que ser el más inteligente en la habitación, escudado en una serie de privilegios que le ha dado ser y ser considerado (dos cosas que no son lo mismo) el más brillante escritor de su generación, un escudo creativo que le permitió hacer exactamente lo que tiene ganas hace ya más de 30 años, mientras simultáneamente se enoja y putea y acumula resentimiento y se pelea con sus partenaires creativos escudado en un discurso de integridad artística que no está disponible para ellos que todavía necesitan de la industria para ganar dinero. Y a veces no puedo evitar preguntarme ¿hasta qué punto ser un genio te excusa por ser un imbécil?
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Y esto me lleva a la pregunta más importante, la que no me deja dormir: ¿para quién está escrito esto? Moore dijo que era un exorcismo, que era su manera de silenciar todos los pensamientos e historias vinculados a la industria del comic que lo asaltan periódicamente. O sea, digamos que (al menos en la expresión abierta de su autor, que siempre esconde dobleces y ocultamientos) esto es un escupitajo, un intento de arrancarse cosas de la cabeza y poder, quizás, descansar en paz. Como motivación y principio está bien.
Pero es una historia tan abrumadoramente marcada por un conocimiento detallado y esotérico de la industria del comic que su único destinatario pueden ser otros nerds, otros fanáticos, tan obsesivos y conocedores como Moore. Es una historia que precisa que sepamos la historia de DC Comics, de Marvel Comics, que sepamos que Julius Metzenberg es Mort Weisinger, Sol Stickman es Julius Schwartz, Gene Pullman es Jim Shooter y Denny Wellworth es Archie Goodwin, que conozcamos, al menos someramente, las personalidades de los creadores en los que esos análogos están basados, que estemos familiarizados con muchos puntos oscuros de la continuidad de más de 75 años de comics de superhéroes. Y que, encima, seamos tan nerds que nos interesen cosas como los contratos, los originales, los derechos de autor. O sea, es una pieza tan codificada que solo puede ser leída, descifrada, como un manuscrito esotérico, por aquellos mismos sujetos que Moore vuelve objeto de su burla y desprecio. ¿Por qué escribir un cuento que solo puede ser entendido por los mismos sujetos que odia? ¿Qué clase de comunicación posible se busca establecer?
Me es imposible no leer esta historia como un ejemplo perfecto de Síndrome de Estocolmo irresuelto. Moore, notoriamente cagado por la industria del comic de superhéroes, sin embargo, no puede dejar de pensar en ellos. Ocupan un lugar PROFUNDO en su educación sentimental. Moore, en el fondo, es exactamente igual a aquellos que está despreciando. Solo que mucho más talentoso, y determinado, lo cual le permitió abandonar esa industria. Pero los sueños, los anhelos, la emoción, la excitación de la imaginación, los ganchos en el alma, que esos personajes superpoderosos y sus mundos y universos han clavado en él no lo abandonan. Esta es, quizás, la tercera o cuarta vez que Moore intenta exorcizarlos, o construir con ellos algo nuevo, propio, que le permita ser libre (1963, Supreme, Top Ten, America’s Best Comics en general). Periódicamente vuelve a ellos, cada vez más enojado, cada vez más viejo y cansado, pero no puede dejarlos.
Creo, sin embargo, que si uno lo lee no como la diatriba desde las Montañas De La Superación que a Moore le gustaría que fuese, sino como una abyecta confesión de la imposibilidad de olvidarlos, el punto del cuento se transmite mejor y es mucho más poderoso. Si uno puede ver a Moore como cómplice y víctima también de esta afección, y no como un señor enojado que se cree mejor que los demás, entonces este cuento es profundamente afectivo y poderoso, y llega al núcleo que nos afecta a todos los que somos fanáticos de los superhéroes: la certeza simultanea de que son ridículos y no tienen sentido, que son, como mínimo, un poco vergonzosos y, como máximo, evidencia permanente de la injusticia del mundo, porque el género está erigido sobre un cementerio de autores; y de que sus historias y sus imágenes son inmensamente poderosas, extraordinariamente adictivas, llenas de imágenes y tropos catárticos, habitando un universo compartido de insondable complejidad, producto de miles de imaginaciones funcionando a lo largo de un siglo. Y que, a muchos de nosotros, nos han dado un lugar seguro, un refugio, nos han ayudado a construir nuestras personalidades y nuestras creencias.
Si uno lo lee como una confesión de un adicto (otra metáfora que Moore emplea para describir a los lectores de superhéroes) su autor se vuelve humano, y dan ganas de extenderle una mano y decirle “te entiendo, hermano, estamos en la misma”. Pero lo más seguro es que Moore despreciaría esa mano. Y me es imposible no ver en ello una gran tragedia.
Qué lindo ver la notificación de que hay un nuevo Evangelio del coyote. Tremendo análisis, una perspectiva mucho más fresca que la de "qué pensará Alan Moore de la nueva versión de Watchmen".
(Firma: Matías)
Muy buen análisis, gracias