#26: Reyes De La Frontera Salvaje
Hola, amigxs, bienvenidos a la edición 26 de El Evangelio del Coyote, un newsletter sobre arte, política y basura. Con esta entrega el newsletter cumple un año, y tengo algunas cosas que decir al respecto. Pero antes: el disco de Dillom y la película de los Sopranos, la construcción de una identidad y la identidad como referencialidad extrema.
Mighty Morphin Power Trapers
(Agradezco a mi amiga Camila Caamaño por las conversaciones que derivaron en muchas de las observaciones de esta nota)
¿Qué me dicen de lxs pibitxs del trap? Están teniendo un gran fin de año. En los últimos dos meses salieron discos nuevos de YSY A, Duki, Catriel, Paco Amoroso, Nicki Nicole y Wos. Después de un 2020 pandémico verdaderamente para el olvido, en el cual el aislamiento y la cuarentena les chupó toda la energía que acumularon en años precedentes, al punto de que parecía que los criticones tenían razón y habían sido flor de un día, el 2021 los vio volver con una venganza. No todos estos discos me gustan por igual (los de YSY, Duki y Paco están muy bien, aunque el de YSY es un toque monótono, el de Catriel tiene una primera parte decente y una segunda parte spinetteana espantosa y los de Nicki Nicole y Wos ni los escuché) pero indican que lo vibrante de la escena no se agotó. Sin embargo, dentro de ese pelotón hay un disco que se destaca por mucho por encima de los demás y es POST MORTEM, el debut de ese enano demoníaco y delirante que es Dillom.
Por motivos que aún no pueden ser develados, me pasé gran parte del último tiempo viendo videos de batallas de freestyle en el Quinto Escalón. Lo cual fue bastante difícil, porque realmente el freestyle no es algo que me guste demasiado. Me parece la forma más baja del hip hop, me aburre demasiado la lógica de “mirá que ahora yo soy el más poronga” si no está acompañada de una melodía pegajosa y de ganas de generarte algo con la música más allá de ver a rival humillado. No me divierten demasiado los punchlines y las sutilezas de la habilidad técnica se me escapan por mucho.
Pero hay algo que si me pareció fascinante al ver todas estas batallas, y sobre todo al ver la progresión en el tiempo de aquellos que participan, de los escalones al costado del Parque Rivadavia al escenario: la conversión de un grupo de pibitos comunes y corrientes en estrellas y, sobre todo, en personajes más-grandes-que-la-vida. Mirando videos y comparando épocas uno descubre que El Quinto Escalón fue básicamente un shonen, 50% de deportes-50% de artes marciales, en el cual un grupo de chicos van aprendiendo habilidades, mejorándolas, averiguando cuál es su mejor manera de cantar y de rimar, pero también descubriendo cual es la mejor ropa para ponerse, de que manera pararse, como mover las manos. Todo el full package que te hace una estrella pop o un gran peleador en el Torneo de Artes Marciales.
Para mí la construcción de la personalidad y la individualidad en la música pop, el erigirte como una versión de fantasía, pero mejorada, ideal, de uno mismo, no tiene mucha diferencia de un shonen o de un comic de superhéroes. Es la elaboración de una fantasía que funciona con una lógica diferente a la vida diaria. Y, también, la música pop, al igual que los comics de superhéroes, alerta sobre los peligros de esa fantasía sin una firme brújula moral, cómo puede devorarte, encerrarte en vos mismx, volverte una persona del mal porque no sabés manejar tanto poder. Es por ello que me gusta tanto The Wicked + The Divine, que me parece una condensación de ambas obsesiones: pendejxs de 18 a los que se le da increíbles poderes y se los vuelve la reencarnación de dioses, adorados como estrellas pop, pero con la promesa de que morirán en dos años.
Ahora bien, Dillom no viene del mundo del freestyle, pero si hay algo que tiene muy claro desde que irrumpió en la escena del hip hop argentino hace unos años es el poder de la imagen y de la personalidad. Forma parte de Bohemian Groove Corp., un colectivo que incluye a su manager, el director de sus videos y Muere Joven, su colega rapero, y que desde el primer momento le dio a sus videos y sus presentaciones un estilo muy particular. Dillom le presta atención a las marcas del género, la necesidad de bravado y cancherismo, pero al mismo tiempo parecería que no se está tomando nada demasiado en serio. Que sabe, en algún lugar, que todo es un juego y una actuación y que él está haciendo de una caricatura de sí mismo.
Esto es muy evidente en los videos que sacó desde su inicio, que están plagados de referencias graciosas y curiosas a la cultura pop de su infancia, que tienen elementos discordantes como que su único bailarín y acompañante sea un pelado con cara de turbio, y no un montón de chicas moviendo el culo, que lo muestran petiso, como un muñeco, con un uso de las cámaras que recuerda simultáneamente a Nickelodeon, los Muppets, y los videos de rap de los 90s, con esos ángulos contrapicados tomados desde el piso que hacían a los MCs parecer gigantes con pies enormes. Esto se ve bien claro en todo lo que rodea a este disco, particularmente en la espectacular tapa de Ornella Pocetti que parece más la tapa de un disco de Jim O’Rourke que de un trapero.
Esto también es evidente en la forma en que Dillom rapea, que es onomatopéyica y sonora sin sacrificar el sentido. Dillom mete muchas palabras en inglés, pero lo hace fundamentalmente por como suenan, porque sirven para construir ese batiburrillo que es su estilo de fraseo, en donde por momentos el sentido queda reducido al mínimo, a señales semióticas incompletas que se descomponen en ruiditos y chistes. Es hermoso. Nadie en Argentina rapea como él. Por momentos me hace acordar al estilo absurdista de MF Doom con su obsesión con cosas tan poco hip hop como la comida.
Todo esto es aún más interesante cuando se conoce un poco sobre la vida de Dillom. No es algo que mencione demasiado en sus entrevistas, pero si aparece en algunas de sus letras como cuando en “Opa” dice: “Mi mamá tomando merca, todo enfrente ‘e mi cara (Fiumba) / Y mi viejo después de eso me echó fuera ‘e la casa”; o cuando en “Post Mortem” rapea “Yo no hablo de mi vida, esa mierda e’ muy triste / Y ahora que tengo plata, son más gracioso’ mis chiste‘”. Según lo que cuenta en esta entrevista, cuando tenía 16 o 17 años la policía hizo un allanamiento en su casa y metió en cana a su madre, quién tenía problemas de adicción a las drogas y había quedado pegada en una redada, además de llevarse todos los aparatos electrónicos de su casa, exceptuando la computadora con la cual hacía beats, porque la confundió con un monitor. Luego de eso se pasó un tiempo boyando de aquí para allá, viviendo con su padre, con amigxs o donde podía, algo a lo que pareciera hacer referencia en “Pelotuda” cuando canta: “Hace un par de años que vivo en la incertidumbre, ah / Espero no se me haga una costumbre”. Y que también aparece en su último video, del tema “La Primera”.
Un valor central del hip hop, desde tiempos inmemoriales, es “ser real”. ¿Qué quiere decir esto? Quiere decir hablar desde la experiencia, haber pasado por cosas duras, venir de la pobreza, de la calle, de la prisión o del tráfico de drogas. Y también quiere decir que cuando uno se vuelva famoso mantenga cierta ética invisible que respete esos orígenes. Haber pasado por cosas terribles da una autoridad moral para hablar de las mismas y para sacar chapa frente a otros a quienes siempre se puede acusar de no ser realmente reales. Pero también uno puede no haber pasado necesariamente por situaciones terribles, sino conocer el espíritu del arte y de la comunidad que lo crea, ser respetuoso con ello, defender el hip hop como una disciplina y un arte que procede de la historia de la comunidad negra. Eso también es una forma de ser real.
Lo interesante de Dillom es que su historia de vida es indudablemente real, pero no es algo que él haya utilizado para construir su personalidad pública, y de hecho pareciera ser algo de lo cual prefiere no hablar tanto. La estrategia de Dillom, que creo que es lo que lo hace tan interesante, es justamente la opuesta: apostar por la fantasía, por la ridiculez, por el humor y por la diversidad sonora antes que por las tristes historias de la infancia dura. En otras palabras: entendió a la perfección el poder del pop para rehacernos como otrx.
Hace un par de años Bad Bunny sacó un disco debut que desconcertó un poco a sus fans porque no era necesariamente lo que se esperaba de él: canciones tristes, reflexiones sobre la vida, homenajes al pop punk, poco trap. Salvando las distancias, siento que POST MORTEM de Dillom es un poco el X100PRE argentino. Es un disco de una variedad bastante impresionante, que puede tener canciones más cercanas al trap, como “Opa”, uno de los temas del año que sin embargo está construida sobre referencias a Poe y Lovecraft, o “Rili Rili” o “Pelotuda”; pero también puede tener una canción pop con toques de salsa como “La Primera”; una subida a la motoneta del RKT junto con L-Gante (“Hegemónica”); una joya synth pop como “Bicicleta”; un tema hyperpop a full como “Rocketpowers”; una canción de amor y alienación preciosa como “220” (“Cuando tomo alcohol siento que lo que hago no está tan mal”, con toda su vulnerabilidad y desnudez, es una de las frases más conmovedoras del año); y una balada con piano rarísima como “Toda La Gente”. Es un disco que se pasea por todos los estilos, que parece hecho por un músico con un nivel de confianza y madurez mucho más grande que los 21 años que marca el DNI de Dillom. Y esto se refleja en sus recientes declaraciones, en las cuales ya está buscando despegarse un toque de la etiqueta “trapero” (queda para más adelante una reflexión sobre la difícil relación con su propia identidad del trapero argentino).
Y detrás de todo eso está un sentido del humor inmenso, una gran curiosidad y una personalidad enorme. Todo con esa carita de Daniel el Travieso de los 90s. Sin lugar a dudas el disco de la escena trap del año, y un primer disparo que confirma todo lo que nos caía bien de este delincuente, y augura hermosas cosas para el futuro.
Coleccionistas de figuritas
La otra cosa que consumí esta semana fue la precuela de Los Sopranos, The Many Saints of Newark. Mis amigxs me habían hablado bastante mal de ella, así que ya estaba un toque mal predispuesto a la hora de verla. Lamentablemente, las dos horas que dura no hicieron nada por cambiar esta impresión.
Digámoslo ahora: es una cosa innecesaria. Los Sopranos es absolutamente perfecta así como es. No necesitaba ningún agregado ni extensión ni precuela. Llama la atención que un tipo tan aparentemente juicioso y reservado como David Chase haya sentido la necesidad de volver a ella. Quizás extrañaba ese mundo, que es fascinante, porque la combinación de opereta familiar e historia de los usos de la violencia que tienen Los Sopranos es única. Quizás extrañaba a esos personajes. Quizás le pagaron mucho. Ese guión es, simplemente, un episodio más de la serie, con el mismo tono, la misma preocupación por el destino que hace que los personajes no puedan escapar a los ciclos de muerte y violencia por más que lo intenten, el mismo interés por las familias disfuncionales, y la misma visión de la mafia como una creación profundamente norteamericana, una expresión del sueño americano.
Pero más allá de eso no tiene nada demasiado interesante para decir. Es un paseo más en la vieja calesita. No nos enteramos de nada nuevo, ni tampoco sirve para recontextualizar lo que ya sabemos. El argumento es sencillo: es la historia de Dickie Moltisanti, el padre de Christopher, tío y figura paterna de Tony, su ascenso y caída entre finales de los 1960s y mitades de los 1970s. Dickie es básicamente Tony, pero 30 años antes: la misma psicopatía disfrazada con una consciencia endeble, los mismos accesos de furia, los mismos traumas familiares (solo que, en su caso, con el padre, no con la madre) apenas procesados. La película transcurre en su primera mitad con el trasfondo de los riots raciales de Newark de 1967. Pero ni siquiera en este aspecto es realmente innovadora o más profunda que lo que la serie tenía para decir sobre la desigualdad racial en los Estados Unidos en capítulos excelentes como “A Hit Is A Hit”, (en el cual encima lo hacen a través del filtro de la explotación de los músicos por el management blanco), o “Unidentified Black Males”.
No, lo que parece preocuparle más que nada a la película es el ejercicio de la nostalgia y del reconocimiento por parte de los fans. Como me dijo Diego Labra en Twitter: “easter eggs de chocolate caro”. Un easter egg es un detalle, una referencia, una alusión, que está pensada para ser captada por los fans. Aquellos que no conocen el lore de la serie/comic/película/videojuego no lo notan y pueden seguir adelante como si nada. Para los fans es como si les estuviesen guiñando un ojo y generalmente se vuelven locos. The Many Saints of Newark está llena de esos momentos: desde la regrabación de una escena en la que meten en cana al padre de Tony y que ya había aparecido en la serie hasta la representación de una de las anécdotas más famosas de los padres de Tony, que hasta ese momento había pertenecido simplemente al registro oral, pasando por la aparición de casi todos los personajes importantes de la serie pero 30 años más jóvenes, todo en la película parece pensado para que los fans señalen la pantalla y digan “eeeeh, ¡yo conozco eso!”.
Lo cual me sorprendió bastante en un producto considerado “de alta gama” como los Sopranos. La práctica de la referencia y el easter egg es algo mucho más frecuente en los productos de la cultura masiva. Era un premio para el nerd. Para quién tuviese su cabeza tan llena de data e información inútil que podía reconocer el guiño. A mí en su momento me gustaban mucho, pero con el paso de los años siento que cada vez más es un estado “normal” de la cultura masiva, y que todo está pensado para tocar los botones de la nostalgia o para hacerte sentir que perteneces a un club que excluye al común de la gente que “no lo capta”.
Realmente no entiendo que sentido tiene ver como Johnnyboy Soprano le dispara al beehive de Livia Soprano, una anécdota clave para la vida de Tony, si esa misma anécdota no está presentada de una forma que revele algo profundo sobre Johnnyboy o Livia. Tampoco sé que sentido tiene ver a Paulie, Silvio o Pussy jóvenes cuando no aportan nada a la historia (y en algunos casos, como el de Silvio, el actor no se parece en nada). Es una película totalmente dominada por fantasmas, comenzando por la ausencia ineludible e incapaz de ser rellenada ni reemplazada de Gandolfini, y continuando por las interminables marcas de la serie, una narrativa indudablemente superior. Y también por sus discordancias: el reemplazo de los actores que hacen de Junior y Johnnyboy de jóvenes, seguro por motivos cronológicos, es muy extraño y molesto, porque encima los nuevos son peores.
Pero más allá de estos detalles que pueden ser de nitpicky, si me pregunto que tipo de síntoma es este. Porque es un fenómeno que presupone que la persona que consume este producto cultural tiene tiempo y voluntad para haber consumido previamente un montón de otros objetos a los que este hace referencia. Es un fenómeno que concibe la cultura como una interminable búsqueda del tesoro, y a cada producto de la misma como un eslabón en una cadena que te conduce a otros productos para consumir. En cierta medida, es el triunfo de la lógica del crossover superheroico, algo que me obsesiona hace años porque siento que, a través del Marvel Cinematic Universe y de la “Era Dorada de la Televisión”, se formateó la mente de la mayoría de las personas para que se acostumbren a la lógica del perpetuo continuará, de las historias que solo llevan a otros lados.
Ahora bien, yo soy un gran proponente de que la cultura es, en definitiva, una red hecha de alusiones, referencias, competiciones, homenajes y burlas. Es un principio que guía la gran mayoría de mi labor como crítico cultural: ¿dónde están las conexiones entre estas dos obras aparentemente disímiles? ¿Qué dialogo se puede establecer entre ellas? Obviamente no se puede hacer esto con todo. La cultura también es como un cúmulo de campos de fuerza que flotan, a veces chocando entre sí, a veces alejándose.
Quizás lo fastidioso es la superficialidad, la noción de referencia como algo exclusivamente basado en el guiño, en el reconocimiento de patrones, y no en el uso temático o narrativo del mismo. Quizás lo que moleste sea la falta de riesgo, la noción de que importa muy poco discutir con alguien o pelearse con alguien, sino que lo que importa es estar dentro de la broma. Quizás lo que moleste sea la sensación pokemoniana de que en realidad lo que cuenta es que hay que coleccionarlos a todos. Quizás, también, la cuestión sea la falta de historicidad y de contextualización: la cultura reducida a una serie de referencias tan efectivas y tan vacías como un saque de merca.
Feliz cumpleaños a mí
Con este número se cumple un año del newsletter. Bah, miento, en realidad se cumplió hace una semana, el 4 de diciembre. Pero el número mágico, cuando lo comencé, era 26: un año tiene 52 semanas, por lo tanto 26 entregas de un newsletter quincenal. Mi compromiso conmigo mismo era escribir 26 números, en la medida de lo posible sin demoras ni atrasos en las salidas. Cumplí, pero no pude evitar algunos saltos.
El primer año de este proyecto fue feliz y fructífero en muchos aspectos. Siento que he escrito algunos de los mejores textos de mi vida en este espacio. Siento, también, que me dio una excusa para volver a bloggear en un nuevo formato. Pero también comenzó a cobrarse su precio. En su momento, cuando lo inicié, no tenía muchas obligaciones ni muchos espacios en los cuales expresarme. Estaba recién llegado a una ciudad toda cerrada. Y de hecho fue una forma de descargar el ansia y el deseo de escribir. Pero mi situación a esta altura es completamente diferente, y creo que eso se ha reflejado en las últimas entregas, que estuvieron plagadas de retrasos y, en ocasiones, algunos textos poco pensados o desarrollados. Al principio me dedicaba toda la semana a escribirlo, ahora llega el viernes y es un raid para escribirlo, corregirlo, elegirle imágenes y mandarlo todo en un período de 6 a 7 horas. En ocasiones me levanto y me encuentro con el pensamiento “ojalá no tuviese que sacar el newsletter hoy y pudiese descansar”. Y, sin embargo, me gusta mucho este espacio y este medio de comunicación.
En parte eso me incitó a armar la entrega 24, aquella que habla de los proyectos del entusiasmo en internet: quería que otras personas que estaban en la misma me diesen tips para ver como manejar un proyecto que de pronto se había vuelto un toque agobiante. Esta situación, además, se combina con el futuro. Mi 2022 año está cargado de proyectos importantes y largos, que me van a requerir mucho tiempo.
Todo esto me lleva a considerar seriamente el futuro de El Evangelio del Coyote. Hasta ahora tengo las siguientes opciones:
1) Suspenderlo por un tiempo para recuperar energías.
2) Volverlo un newsletter mensual.
3) Hacer que de algún modo las entregas sean más cortas. Esa era la idea original, pero lamentablemente me gusta demasiado escribir largo y todo se fue yendo lentamente de las manos.
4) Monetizar de alguna forma todo esto, para que el incentivo económico me impulse al trabajo.
Todas las opciones tienen ventajas y desventajas. Y todavía no sé bien cuál elegiré. Pero quería avisarles un poco de esta situación un tanto ambigua.
Y también quería agradecerles a todxs por haber estado aquí durante todo este año, algunxs desde el principio, otrxs recientemente. Su compañía y su lectura son inapreciables para mí, y espero que durante este año hayan encontrado algunos textos que les hayan gustado en este espacio.
Por lo pronto la próxima entrega debería salir el 24/12. Veré que hago con ello: me está tentando armar un especial de Navidad, pero tampoco quiero sobreexigirme, y ya estoy armando el compilado 2021 de El Baile Moderno, lo cual es bastante esfuerzo. En fin, ¡veremos!
Y con eso llegamos al final. La recomendación musical de hoy es, por supuesto, el disco de Dillom. Pero, además, también podrían escuchar el último disco de IDLES, CRAWLER, un disco de hardcore enojado pero esperanzado que tiene una de las canciones que más me han gustado en esta recta final del 2021, un año que hace muy bien yéndose bien a la mierda. En fin, amigxs, muchas gracias por estar y por leer y nos encontramos prontamente. Cuídense mucho y ¡Godspeed!