#25: El Cielo, El Infierno Y Todo Lo Que Hay En El Medio
¡Hola, amigxs! Bienvenidxs a una nueva entrega de El Evangelio del Coyote, un newsletter de arte, política y basura. ¡Edición número 25! Si esto fuese un comic de los años 1990s vendría con tapa fluorescente, o cromada, o con relieve, y se imprimirían un montón de ejemplares que luego dormirían el sueño de los justos en las bateas de tu comiquería amiga. Y, también, saldría tarde, como esta entrega. Les pido disculpas, pero los requerimientos laborales me tienen agotado y sin tiempo. Esperemos regularizar la situación cuanto antes. Para ser fieles al espíritu del número 25, esta entrega está dedicada a los comics, Grant Morrison, Superman, Steve Gerber y Man-Thing.
Arcadia
Cuenta la leyenda que en el año 1998 Grant Morrison y Mark Waid se encontraron con un cosplayer de Superman terriblemente parecido al “verdadero” con el cual Morrison se quedó charlando un buen rato, haciéndole preguntas que el tipo contestaba sin romper el personaje. Le pelade escocés siempre describió este evento como uno de esos momentos en que la fantasía se materializa en la realidad, un punto central de su carrera y de su experiencia como escritor.
En aquel entonces Morrison y Waid estaban pensando en relanzar a Superman para el año 2000. Se entusiasmaron y convocaron a Mark Millar, quién en aquel entonces era un protegido de Morrison y a Tom Peyer, gran guionista poco valorado, y armaron una propuesta en donde lo cambiaban todo. Long story short: al principio parecía que DC iba a agarrar viaje y darles el control de los comics del Hombre de Acero, pero pronto el editor de la línea, Mike Carlin, arrastraría el plan por el piso y prohibiría su participación en los mismos. La leyenda también cuenta que DC no quería grandes nombres en Superman o Batman porque eran títulos que vendían bien y, habiendo aprendido de la experiencia de Marvel con la pandilla de dibujantes que formaría Image, no querían que los autores eclipsen a los personajes. El atractivo para la venta eran los personajes atemporales, no los autores. Las consecuencias serían terribles: Morrison, Millar y Waid dejarían DC por diversos períodos de tiempo. Supuestamente a Morrison le dijeron que DC nunca le daría las llaves “del auto familiar”.
¿Por qué todo este preámbulo? Estuve pensando mucho en Superman a raíz de se publicó el último trabajo de Morrison con el personaje, la miniserie Superman and the Authority, que muestra a un Superman viejo, que está perdiendo sus poderes, y que arma un equipo de misfits e inadaptados sociales con el objetivo de que lo reemplacen. Pero, ¿cómo? ¿No era que Morrison nunca lo iba a guionar? Pues no: Morrison, de una forma oblicua al principio y avasalladora al final, se convirtió en EL guionista de Superman del siglo XXI y redefinió al personaje.
El Superman de mi generación fue el de John Byrne. No tuve el Superman que leía Umberto Eco, ni el de Mort Weisinger, ni el de los setentas de Denny O’Neill y Elliot S! Maggin, un poquito más relevante, un poquito más “realista”. Crecí con la DC de los ochentas, que parecía que no podía cometer errores. Esa DC llamó a John Byrne que venía de varios años en Marvel relanzando propiedades a diestra y siniestra, definiendo a los X-Men junto con Chris Claremont, volviendo a los Fantastic Four a sus raíces, inventando Alpha Flight, dando vuelta a Hulk como una media.
Pero también era John Byrne, lo cual implicaba que tenía ideas absolutamente rígidas acerca de lo que contaba y no contaba en la continuidad, un carácter bastante fogoso y la noción de que él era el regalo de Dios al mundo de los comics y que no se podía equivocar. Ambas facetas del hombre marcan su relanzamiento de Superman, que por un lado presentó una versión sintetizada, elegante, rápida y canchera del personaje, un Superman para los 80s que parecía Robert Redford y no tenía niveles de poder tan elevados y que podía cometer errores y aprendía a medida que se sucedían sus aventuras. Un Superman más humano, cuyo alter ego era tan importante como él, al punto de que no era un periodista dubitativo y torpe, sino un investigador capaz de ganar el Premio Pulitzer. Que se enfrentaba a un Lex Luthor que no era un científico loco sino un multimillonario, un CEO, corrupto y cruel. Cuya Lois Lane era endiabladamente inteligente y no le interesaba en lo más mínimo enamorar al Hombre de Acero, sino ser la mejor en su trabajo. Era un Superman “marvelizado”, más cercano a la calle y a la posibilidad del fracaso, inexperto y falible.
Creo que esa idea de Superman marcó de manera definitiva a toda una generación, incluso después de que Byrne se fuese y lo dejase en manos de creadores tan habilidosos como Dan Jurgens, Jerry Ordway, Roger Stern y Tom Grummet, que volverían la franquicia de Superman un instrumento precisamente afinado cuyas historias se continuaban de título en título, una época marcada por los “Triángulos” de las tapas, que te indicaban en que orden había que leer las revistas. De hecho, pienso que la historia definitiva de esta etapa es La Muerte de Superman y el Reinado de los Superhombres. En primer lugar, por su impacto mediático, por lo que representó en términos de notoriedad del personaje. Parecía una historia que no podía ser narrada, el superhombre más poderoso de la creación, el primero, la inspiración de todos. ¡No podía morir! Algo sagrado se estaba rompiendo.
Pero, también, porque que mejor definición podría existir para una era preocupada por mostrar un Superman más falible y humano, más “encarnado”, que la historia de su sacrificio último, de su límite, y de su multiplicación en una variedad de personajes. En ese sentido, La Muerte de Superman también es un testimonio del advenimiento de la “Era Prismática”, el momento en el cual por cada héroe hay tres o cuatro variaciones, en el que no hay un Spider-Man o un Batman o un Green Lantern, sino una multiplicidad peleando por la notoriedad. Y también es un testimonio de la naturaleza colaborativa de los comics de superhéroes, porque fue un evento producto por una multiplicidad de manos y cerebros, por diversos equipos creativos trabajando en colaboración entre ellos y en sintonía con los editores.
Frente a esta etapa de redefinición de cuajo, de volar las puertas del establo por parte de Byrne, para luego quedar al cuidado y curatoría eficiente de un grupo de creadores bien sintonizados, el proyecto de redefinición de Superman de Morrison se estableció por etapas y de manera subrepticia. Cronológicamente, se inicia con su run en la JLA y el crossover DC One Million, que es una historia de Superman de punta a punta. Luego continúa con la gema maestra, el ideal platónico de una gran historia de Superman, All Star Superman, esos 12 números perfectos con Frank Quitely. Que, curiosamente, también tratan sobre como reacciona Superman frente a su propia muerte. Hay algo de la finitud del parangón de la perfección que ha despertado la imaginación de sus mejores creadores, probablemente porque queremos ver como enfrenta aquel evento que es el igualador último entre gente grandiosa y gente común, entre héroes y villanos.
Simultáneamente, incluye también a Final Crisis, el crossover en el cual Morrison propone su interpretación más sistémica de Superman, como una historia superior a las historias deprimentes o sanguinarias del universo DC, Superman como anticuerpo narrativo y como gigante en armadura protegiendo los reinos del ser humano.
Sin embargo, Morrison todavía no había escrito ninguna serie regular del Titan de Kriptón, con lo cual el edicto de Carlin todavía parecía sostenerse. Hasta que con en 2011 le entregaron, finalmente, las llaves del auto familiar: Action Comics. Y aprovechó esa oportunidad para contar la historia de un Clark Kent veinteañero y que recién comenzaba, su propia interpretación de lo que Byrne había hecho 30 años antes y Waid había logrado en Birthright y que buscaba recuperar al Superman de sus primeras apariciones, el que se enfrentaba a industrialistas y políticos corruptos y peleaba por el “hombre pequeño” en una interpretación que Morrison llegó a llamar “proto-socialista”. Un Superman como héroe folk, vestido con jeans y remera.
Si ordenamos esta seguidilla en términos de la biografía imaginaria del personaje, podemos ver que Morrison ha escrito a Superman en sus inicios (Action Comics), en su pico de poder (JLA y Final Crisis) y en su ocaso (All Star Superman y Superman and the Authority). Una idea que le debo a Ritesh Babu. Ha pasado por todas las permutaciones del personaje y por todos sus estados de ánimo y de poder.
Pero ¿qué visión tiene Morrison del personaje? ¿qué ideas trae? En cierto modo lo que le interesa de Superman es la posibilidad del personaje para codificar, para metaforizar, todas las etapas de la vida humana y los desafíos a los que nos enfrentamos en nuestra cotidianeidad. En Morrison siempre hay dos capas: a primera vista está la capa de las ideas, de los conceptos, del juego textural con los elementos de la ficción y con el color del universo superheroico. Pero debajo de ella esta la capa de la experiencia realmente vivida por los humanos, transformada al ser tamizada a través de la metáfora del superhéroe en historias de aventuras. Cuando Morrison escribe sobre algún personaje olvidado en el universo superheroico, está escribiendo sobre la sensación de insignificancia que todos sentimos en algún momento de la vida, cuando creemos que somos protagonistas secundarios de nuestra propia historia. Cuando escribe sobre Batman y Damian y Dick Grayson está escribiendo sobre la necesidad de recomponer nuestros vínculos familiares sobre la base del amor y el reconocimiento mutuo. Cuando escribe sobre la Anti-Vida está escribiendo sobre la depresión, y cuando escribe sobre Hal Jordan está escribiendo sobre la imposibilidad de los hombres para comprometerse con la vida familiar. En ese sentido, me parece fantástica esta lectura de Ritesh Babu sobre All Star Superman, que va en contra del sentido común acumulado de que es una historia sobre el “Superman perfecto” para enmarcarla como una historia de un Superman derrotado y lleno de dudas, un Superman con más arrepentimientos que logros, que sin embargo no puede ni quiere parar.
Esa es una primera clave de Superman para Morrison: un diamante a través del cual podemos vernos a nosotros mismos y todas las etapas de nuestra vida, un escenario de teatro magnificado para enfrentar nuestra juventud, nuestra inexperiencia, nuestros sueños, nuestras decepciones. Y frente a eso Morrison propone a Superman como uno más de nosotros, que comete errores cuando comienza, que intenta arreglar las cosas con una Lois Lane a la que le mintió, que se enfrenta a la abulia del mundo Bizarro como nosotros nos enfrentamos al sinsentido de un trabajo de mierda, que tiene en la Legión de Super-Héroes su grupo de amigos de la juventud con los cuales ya no se ve tan seguido, pero que sin embargo valora.
Pero, y esto es lo que distingue al Superman de Morrison de un ser humano normal, Superman también tiene algo de parangón, tiene algo incansable. El Superman de Morrison es un Superman que no puede dejar de intentarlo: de intentar salvar al mundo, y salvarnos a nosotros mismos, de intentar lograr un entendimiento con Luthor, de intentar construir un mejor futuro y un mejor hábitat para cada ser vivo que habita este bello globo azul. Nada de esto es hecho con autoritarismo ni con una actitud condescendiente, ya que Superman para Morrison es infinitamente paciente e infinitamente esperanzado, incluso con sus peores enemigos. Él nos muestra el camino, depende de nosotros tomarlo.
Esto no quiere decir que la idea de Superman no pueda ser retorcida y deformada para el lado del mal. A lo largo de sus casi 30 años escribiéndolo, Morrison ha hecho desfilar una infinidad de conceptualizaciones negativas del superhombre. Ultraman, el Superman egoísta y egocéntrico de Tierra 3, Overman, el Superman anhedónico y nazi de Tierra 10, Superdoom, el Superman corporativo y comercializado de Tierra 43… All Star está repleto de versiones fallidas de Superman que oscilan entre lo estúpido, lo vanidoso y lo violento.
Todo esto sirve para resaltar que el Superman de Morrison no es perfecto, pero lo intenta. Esto está particularmente en primera plana en Superman and the Authority, la miniserie más reciente, que no es lo que se dice una tremenda historia, pero tiene algunos puntos interesantes. No es una gran historia porque es básicamente el primer arco de una serie regular que nunca existirá. Es una historia donde se reúne el grupo. Este Superman viejo ve que sus intentos de mejorar al mundo no dieron resultado, sino todo lo contrario. Que del utopianismo de décadas anteriores solo queda una cáscara. Utopianismo del cual Superman es un subproducto. ¿Qué hay más esperanzador que un dúo de jovencitos de Ohio que imaginan al hombre perfecto inspirados por la ciencia ficción y el ideal del progreso, pero también por la noción de un héroe para los oprimidos, para el hombre de a pie? Es esa combinación de pies en la tierra, junto al trabajador, pero visión en las estrellas lo que hace a Superman el mejor superhéroe de todos los tiempos. En un último acto de fe junta a un equipo de marginales, inexpertos y rotos y les da un sentido y una misión. El Superman de Morrison tiene ese no sé capaz de hacer que otros individuos aspiren a ser su mejor versión, de liderar con el ejemplo y no con la autoridad.
Otra faceta de esta interpretación del personaje es la convicción de Morrison en que Superman es también un científico (no, no es Batman) y un explorador, y que ese elemento es central para entender no solo su humanidad sino también su empatía. Superman viaja en el tiempo, viaja en el espacio, desarrolla máquinas en su Fortaleza de la Soledad, busca soluciones que combinan superciencia y fe para resolver los problemas que se le presentan. Esto es un aspecto del personaje que, antes de Morrison, no estaba tan desarrollado, ya que se asociaba a Superman con fuerza física e inteligencia más bien práctica, o se lo veía como un bromista un poco pesado cuya sagacidad iba en la dirección de armar complicadas explicaciones sobre porque él no era Clark Kent.
El Superman de Morrison piensa, reflexiona, investiga, prueba, fracasa, sigue probando. Tiene algo de Reed Richards, sin la alienación intelectual ni la carencia de sentimientos que a veces aqueja al científico número uno del universo Marvel. Es parte de la concepción profundamente humanista del personaje, que encuentra en la impermanencia del método científico la mejor metáfora para “the never ending battle”: por el conocimiento, por el bienestar, por un modus vivendi en el cual todos seamos un poco más felices.
Es que Morrison logró, a lo largo de 30 años escribiendo al personaje, hacer de él un sujeto que es a la vez humano y superhumano, que tiene las aventuras más gigantescas pero que sin embargo nos dicen algo sobre nuestra vida cotidiana. Lo que Byrne había resuelto llevando las aventuras de Superman a un espacio un poco más terrenal, con un Superman cuyo traje se rasgaba y que tenía moretones (¡y cuya primera portada prometía su muerte!) Morrison lo resuelve amplificando las aventuras, el multiverso, lo conceptual, pero a la vez también amplificando lo terrenal, lo personal, aquellas dolencias que luego, a través de la metáfora y la poesía, son codificadas como aventuras.
Está todo en el nombre: Superman. Super como aspiración, Super como deseo, Super como frontera ilimitada, Super como amor y paciencia. Hace un par de años me hice un tatuaje del escudo de Superman. Siento que ese tatuaje, de una forma absurda, me protegió en estos últimos años de pandemia y destrucción. No es que no lo haya pasado mal, pero siempre hubo algo que me impulsó para adelante y que, siento, actuó como un escudo protector. Yo soy una persona profundamente fallida, y no podría jamás comportarme como Superman. Pero allí está, esa encarnación en cuatro colores de todo lo bueno y lo decente, que me impulsa a seguir adelante y a intentar vivir como él, aunque no lo logre.
Pandemonio
¿Cuántxs de ustedes conocen a Steve Gerber? Seguro muy pocxs. Gerber fue simultáneamente el mejor escritor de comics de superhéroes de los años 1970s y una de sus víctimas más notorias. En su persona se signan tanto el potencial como el abismo que representan los comics mainstream norteamericanos. No hay contradicción en los términos, porque la industria te va a masticar y te va a escupir 9 veces de 10.
Gerber era un tipo intelectual, sensible y neurótico. Un izquierdista quejoso y un poco hippie. Un consumidor de cultura manija. Un tipo de personaje que encajaba perfecto con el caos y la experimentación del Marvel de los 1970s, post-Jack Kirby, post-Stan Lee. Cada vez me fascina más el Marvel de los 1970s, que sentó las condiciones de posibilidad para la continuada evolución del comic de superhéroes, siguiendo a Lee y Kirby, pero llevándolos más allá.
Los guionistas y dibujantes de esa era no eran señores que concebían lo que hacían como un trabajo sino inadaptados, jóvenes, drogadictos, enemigos de la Guerra de Vietnam, místicos, anti-racistas y bromistas. Obvio que no era todo perfecto, y que muchas de las historias tenían sus limitaciones, pero a veces creo que la máquina de hype de Stan Lee, la venta sagaz de Marvel como una editorial contracultural (lo cual podía ser verdad de su contenido, pero ciertamente no lo era del hombre detrás de las palabras) fue demasiado efectiva y en la década siguiente la casa se le lleno de ocupas que le dieron vuelta las creaciones como una media y las usaron para exploraciones profundamente personales. En cierta medida los guionistas de Marvel de los 1970s (Englehart, Claremont, Wein, Starlin, O’Neil, Thomas, Goodwin, Wolfman, McGregor y, por supuesto, Gerber) son el eslabón entre Lee y Kirby y la invasión inglesa de los años 1980s en DC.
Incluso dentro de este pelotón de ilustres, Gerber era el más raro, el más poético, el más inconformista, el más crítico. Su carrera en Marvel se resume en tres grandes runs: The Defenders, Man-Thing y Howard The Duck, más la célebremente inconclusa Omega The Unknown y algunas cositas más cortas. Defenders fue el run que, de algún modo, forma el template del grupo de superhéroes posmoderno, con hibridación de géneros, personajes extrañísimos, villanos absurdos y toques metaficcionales. Howard the Duck es su comic más personal, el producto del enojo y la extrañeza con un mundo que no entendía ni compartía. Pero aquí me quiero concentrar en Man-Thing.
Gerber no podía escribir nada ocultando su particular punto de vista ni su personalidad. Sus comics tienen un montón de alter egos (fiction suits, les diría Morrison) para sí mismo. Y que llegaría a su paroxismo en el último número de Man-Thing, en el cual el guionista se escribe a sí mismo en el comic y dice que no había estado inventando las aventuras del monstruo, sino reporteándolas tal y como sucedieron. En general el protagonista gerberiano es un hombre desencantado con el mundo moderno, un perdedor, un tipo sin fuerza física, un crítico inconformista que, sin embargo, sabe que muy poco puede hacer para cambiar el mundo, una persona que odia a las corporaciones y el establishment político, pero sabe que son demasiado poderosos para combatir. Gerber combinaba un alto grado de nihilismo con una necesidad de denunciar todo, aunque las cosas no fueran a cambiar. Creo que, en ese sentido, era un escritor mucho más preclaro y sagaz en cuanto al tipo de mundo al que nos dirigíamos y que habitamos hoy. Me da la sensación de que era un tipo triste porque sabía demasiado bien como funcionaba el poder.
Una de las vetas más exploradas de los 1970s marvelianos fueron los monstruos: Dracula, Werewolf by Night, The Living Mummy, Son of Satan, Ghost Rider. Man-Thing forma parte de ese grupo. Originalmente era el científico Ted Sallis, que estaba trabajando en una formula secreta para reproducir el suero del Super Soldado que dio origen al Capitán América. Sallis es traicionado y termina hundiéndose en el pantano junto con su suero, envuelto en llamas, y la combinación de la materia orgánica vegetal, su conciencia y el suero dan origen a Man-Thing.
Si, es básicamente la misma idea que Swamp Thing de la Distinguida Competencia. Durante años hubo rumores de que uno o el otro eran una copia del personaje de enfrente. Lo cual sería razonable si no fuese porque ya en los años 1940s había existido un tercer personaje, The Heap, que básicamente tenía el mismo origen. O sea: hombre cae en pantano y monstruo se levanta ya es, a esta altura, un tropo, y la base para que Alan Moore a mitades de los 1980s crease el Parlamento de los Árboles, esa síntesis tan mooreana que dice que todo es real, todo es permitido, todo puede ser sistematizado. Vale la pena preguntarse el porqué de la persistencia de esta idea de humanidad trocada en naturaleza sentiente a través del fuego. Una síntesis imposible, una fábula ecologista destinada al fracaso pues el ser que emerge es producto de un trauma que el humano (o la idea del humano) que habita en él nunca puede dejar atrás.
Sin embargo, Man-Thing no podría ser más diferente que Swamp Thing. Swamp Thing es un protagonista, tiene agencia, agoniza sobre su condición humana o vegetal. Man-Thing es… una cosa. Es un observador. No tiene agencia. Solo reacciona. Solo siente. Porque es un monstruo empático, que experimenta los sentimientos de aquellos que tiene a su alrededor. De allí la famosa y maravillosa tagline que inventó Gerber: “Whatever Knows Fear BURNS At The Man-Thing’s Touch!” Porque ese es uno de sus poderes inexplicados: si tenés miedo y te toca, te quemás. ¡Porque el miedo es la emoción que el Man-Thing ODIA!
La mayoría de los guionistas, ante un personaje de esta naturaleza, hubiesen bufado, lo hubiesen llevado para el terreno de la duda existencial, le hubiesen dado una personalidad. Gerber, al contrario, lo usa como un nexo, como un observador imparcial y mudo de una multitud de historias que pertenecen a diversos géneros y que a menudo los parodian. Durante los 39 números que escribió, pasaron por el comic desde payasos suicidas hasta sheriffs sureños racistas, desde fanáticos religiosos con pistolas mágicas hasta hillbillies que viven en el pantano con sus perros viejos. Gerber a menudo es mencionado como una de las influencias de Morrison, y se nota el por qué: como Morrison, es capaz de pasar de aventuras multidimensionales con bárbaros, magos y monstruos, a historias pequeñas sobre un niño bulleado que es obligado a correr hasta la muerte por su profesor de educación física, sin que ninguno de los dos planos parezca fuera de lugar. Porque en definitiva hay un tono subyacente que es coherente, y que habla de un enorme agotamiento con la hipocresía y el conservadurismo, y una profunda empatía con los perdedores.
La Doom Patrol del escocés le debe no en influencias ni en estilo, pero si en espíritu, a los Defenders de Gerber. A la idea que introduce ese comic de que los superhéroes podían ser absurdos, no tener sentido, que se podía jugar con el concepto. Y el truco de insertar al autor en el comic Morrison lo utilizaría en Animal Man, al igual que Gerber en Man-Thing. Pero sus perspectivas sobre la vida son tan diferentes. Uno es optimista y el otro un pesimista; uno cree y el otro duda; uno es místico y el otro es neurótico. Y si bien tiene que ver con un temperamento, en algún punto también creo que tiene que ver con la economía política de los comics y su respectivo lugar en ella. Morrison ganó en los comics. Triunfó, es estrella, escribe para Hollywood. Pero eso comportó el pacto de escribir muchos comics para DC. De ser, practicamente, lo más excitante que pasaba en DC durante largos períodos. Cargar ese burro. Gerber, por su parte, quiso llegar al cielo y se quemó con las prácticas abusivas de la industria. Perdió. Penó en los tribunales y luego su carrera como escritor fue intermitente.
Algo que me llama muchísimo la atención de la obra de Gerber es la furia apenas contenida contra el país al que pertenecía, la cabal comprensión de que todo era un engaño en el cual el hombre común no tenía chances y que los caminos de la sociedad conducían a la amargura, el fracaso y el olvido. Es eso lo que lo hace uno de los mejores analistas de la sociedad norteamericana de los setenta y su posterior degradación. Hay números que son asombrosos por lo preclaro. En una de las sagas más largas Gerber hace aparecer a The Viking, un trabajador portuario muy musculoso y fuerte que enloquece cuando lo obligan a jubilarse, porque él es MUY MASCULINO y PUEDE SEGUIR TRABAJANDO HASTA MORIR. Por ello, se viste como un vikingo y comienza a matar hombres que, según él, no están a la altura de la masculinidad; “mariquitas” arruinados por la cultura moderna y la música y la televisión. Eventualmente, su camino converge con el de una vieja reaccionaria que está en contra de que los jóvenes de la secundaria lean sobre comunismo, ateísmo y evolucionismo, y que organiza una quema de libros en la secundaria del pueblo que linda con el pantano en donde vive Man-Thing. Cualquier parecido con el devenir de las derechas contemporáneas no es pura coincidencia.
Otra de las historias más celebradas, «Song-Cry of the Living Dead Man», trata sobre un escritor (Brian Lazarus, otro alter ego de Gerber) que vende sus talentos escribiendo basura para agencias publicitarias hasta que este trabajo, el de vender mentiras, lo vuelve completamente loco y lo hace materializar una serie de fantasmas de su propia inadecuación y de las exigencias de la vida moderna y capitalista, que le reclaman que pague el alquiler, las multas, los alimentos. ¿Habrá leído este número Matthew Weiner?
El Man-Thing de Gerber es una colección de viñetas, de historias cortas que oscilan entre lo rocambolesco y lo íntimo, y que se quedan en tu memoria mucho después de haberlas terminado, porque aún hoy el comic de superhéroes rara vez produjo algo tan personal y tan doloroso.
Gerber terminaría su relación con Marvel de la peor manera, cuando los demandase para disputar la propiedad intelectual de Howard the Duck. Luego de varios años, al final se vio obligado a admitir en el juicio que el trabajo que había hecho en esa serie había sido “work for hire” y que el personaje y toda propiedad intelectual del mismo le pertenecían a Marvel. Durante los 80s y 90s tuvo una carrera irregular, marcada por las cancelaciones de sus comics, los runs interrumpidos, la incomprensión del público ante sus ideas y la falta de apoyo de las compañías. Sin embargo, su carrera posterior produciría algunas joyas de corta vida, como Nevada, una miniserie profundamente metafórica y demencial publicada por Vertigo en 1998 y que seguía las aventuras de la protagonista epónima, una stripper acompañada por un avestruz llamado Bolero; y Hard Time, un comic sobre un adolescente con superpoderes condenado a 50 años de prisión por su participación en un “falso” tiroteo en una escuela, que sale mal y cuyo objetivo era vengarse de los jocks que lo torturaban. Cuando parecía que el tiempo y la historia estaban haciendo justicia y muchos escritores rescataban su influencia en su obra, y que incluso Jonathan Lethem, un autor de la GRAN LITERATURA, aquella a la que Gerber nunca pudo llegar, revisite y concluya Omega The Unknown, a Gerber le diagnosticaron un fibroma pulmonar que lo mató en febrero de 2008.
Al final no pudo ganarle a las corporaciones y no pudo ganarle al tiempo. Pero ahí quedan un puñado de obras maravillosas y singulares que siguen pulsando con la misma energía y extrañeza que cuando fueron publicadas. Los comics verdaderamente te romperán el corazón. Pero también pueden sanarlo, a veces, y hacerte perdurar en la memoria.
Y con esto llegamos al final, amigxs. La recomendación musical de esta entrega es Prioritise Pleasure, el FABULOSO disco de Self Esteem a.k.a. Rebecca Lucy Taylor, cantante británica que antes estaba en una banda indie y ahora hace pop feminista experimental lleno de ironía y con una producción increíble. Nos vemos pronto, cuídense mucho y ¡Godspeed!