¡Hola! Bienvenidos a la segunda entrega de El Evangelio del Coyote, un newletter sobre arte, política y basura. En esta ocasión, dedicado a series y películas que lidian con el pasado, con la noción de nostalgia o de un mundo mejor que se perdió.
Soy el autor de mi propio desastre
Llego tardísimo cuando digo que Cobra Kai es una de las mejores series recientes. La agarré en las últimas semanas, en medio del invierno alemán oscuro y cerrado, y fue una luz. Es bastante curioso, porque jamás fui fanático de la serie Karate Kid y, de hecho, aún no vi las películas originales. Es que de chico le tenía idea a las artes marciales como género, y la idea de una película de niños peleándose (¿sin superpoderes? ¿sin viajes en el tiempo? ¿sin monstruos?) me parecía un poco aburrida.
Pero, Cobra Kai funciona super bien sin haber consumido el material original. Porque, temáticamente, no está preocupada por el pasado como algo glorioso que debe ser reproducido, sino como una trampa. La premisa es simple: 30 años después de aquel torneo que ganó Daniel Larusso contra Johnny Lawrence, el nerd contra el bully, Larusso es un empresario muy exitoso y Johnny es un perdedor, white trash, alcohólico y sin rumbo que resucita Cobra Kai, el dojo que fue tanto su principal lugar de pertenencia como su mayor relación tóxica. A partir de ahí la historia tiene dos frentes. Por un lado, Johnny y Daniel enfrentándose de nuevo, a pesar de tener más cosas en común de las que piensan, comenzando porque ambos no pueden dejar el pasado atrás. Por otro, la historia de los adolescentes que entrenan bajo su tutela, cuya formación es una oportunidad: para cobrar venganza o para terminar con el ciclo de violencia entre Daniel y Johnny.
La serie es muy magnífica por varios motivos:
1) El costado de los adolescentes es 100% un shonen y eso es magnífico. En los últimos años (quizás porque estoy leyendo más manga) he notado como la lógica del shonen (protagonista que quiere superarse a sí mismo, enfrentamientos escalonados contra villanos cada vez más poderosos, importancia de un elenco de secundarios a la vez encantadores pero un tanto cliché, mensaje de superación personal) está impregnando cada vez más la narrativa occidental. Y aquí eso se ve muy bien en el crecimiento de Miguel, el principal discípulo de Johnny, en el elenco de secundarios con personalidad como Hawk, Aisha o Dimitri, que oscilan entre tener su propia historia y dar color a la serie, en la noción de que los personajes que comienzan buenos no necesariamente terminarán siendo buenos, y viceversa. La final de la primera temporada es prácticamente el torneo de artes marciales de Dragon Ball en California y con adolescentes.
2) Estructuralmente es una joya. Los guionistas establecen una narrativa ajustada, que confluye en grandes enfrentamientos al final de cada temporada, y se aprovechan de los lugares comunes, pero a la vez dejan suficiente cancha para sorprender. [SPOILERS] Esto se comprueba muy bien en el final de la primera temporada: a lo largo de la misma nos hacemos hinchas de Miguel y pensamos que la historia que nos están contando es la historia de su consagración. Pero al final ejecutan un reversal, y el verdadero héroe es Robby, el discípulo de Daniel, quién pierde honorablemente. Mientras, el triunfo de Miguel es el espejo invertido de lo sucedido en los 80s: la venganza largamente esperada de Johnny Lawrence, pero también la comprobación de la influencia corruptora de Cobra Kai.
En la segunda temporada, mientras tanto, el desenlace de un montón de tensiones humanas se da en una escena de acción de 10 minutos, maravillosamente filmada y coreografiada, en la cual las cosas se resuelven a las piñas y, en sintonía con el mensaje no violento de la serie, todo sale mal (aquí un videito muy simpático del elenco analizando la escena).
Cobra Kai está estructurada de tal modo que lo que sucede a menudo es esperable, pero siempre tiene un twist que te deja queriendo más y que deja a la narrativa en estado de inestabilidad y no resolución. Por algo es tan adictiva.
3) Finalmente, tiene cosas sumamente interesantes para decir sobre la nostalgia y sobre la adolescencia. Por el lado de la adolescencia, es muy fascinante como toma ese momento como un período de enorme potencialidad, pero también tiene claro que esa potencialidad no garantiza nada: ni que sea utilizada, ni que sea utilizada para “el bien”. Dar clases en la secundaria, para mí, tenía esa magia: intentar, a través de lo poco que podía hacer, de hacerles descubrir algo nuevo o mostrarles un camino que quizás no imaginaban. Y muchas veces enfrentarse la frustración de su desinterés. Es fascinante como Cobra Kai salva a los nerds, pero también los convierte (a algunos) en seres horribles. Lo cuál es una reflexión sobre cómo la masculinidad nerd en definitiva no es tan diferente a la mainstream, solo carece de sus herramientas.
Pero, además, aquello por lo que se enfrentan Daniel y Johnny es bastante pequeño e insignificante: el título de un campeonato de karate local. No es como si estuviesen en las Olimpíadas. Todo es parroquial y pueblerino. Es un mérito de la serie que a partir de este material construya algo épico. Pero aquí también hay otra reflexión sobre cierto tipo de masculinidad y su incapacidad de moverse más allá de su adolescencia. Una masculinidad atada a mentores y figuras paternas ausentes, a la transmisión del conocimiento del cuerpo a través del dolor y la competencia, por lo tanto, la vinculación del pico de la vida de un sujeto con su pico físico. Tanto Daniel como Johnny, en algún punto, sienten que han perdido algo en su adultez, y su trabajo entrenando jóvenes es un intento de recuperarlo. El problema es que arrastran su historia, su encono y su competencia, y el futuro que quieren construir nace con la marca de lo viejo, con la espiral de una violencia no resuelta que arruina a sus propios discípulos.
La crueldad es tan predecible
Lo otro que vi y me pareció absolutamente extraordinario es El Año del Descubrimiento, un documental español dirigido por Luis López Carrasco, que viene de arrasar en el Festival de Mar del Plata. Filmado casi por entero en las mesas de un bar de Cartagena, ciudad de la región autónoma de Murcia, el documental trata sobre la crisis económica de la ciudad en el año 1992, cuando el ingreso de España en la Comunidad Económica Europea causó la “reconversión” de la economía de Cartagena y el cierre de la mayoría de sus fuentes de trabajo. Ese proceso engendraría un movimiento de protesta intensísimo que terminaría prendiéndole fuego a la Asamblea Regional. Simultáneamente, España perseguía dar una imagen moderna al mundo con las Olimpíadas de Barcelona (que muchos señalan, hoy, como el inicio del fin de la Barcelona histórica para ser reemplazada por el escaparate turístico) y la Expo Sevilla. Toda la película son entrevistas a personas que están sentadas y hablan, exceptuando breves extractos de archivo. Y está filmada con cámaras y cintas de la época, con lo cual la imagen cuenta con líneas, rayas y una textura noventosa. Esto produce una sensación de extrañamiento: durante la primera hora, hora y media, no sabes si la película fue filmada en 1992 o en 2020.
Lo primero que hay que destacar es que dura 3 horas y 20 minutos, de personas hablando, pero logra sostener tu atención y tu interés casi sin grietas. Esto es enorme mérito tanto de la selección realizada de testimonios como de la manera en que esos testimonios son narrados, con una enorme pasión, grandes dosis de conciencia de clase y, sobre todo, con un conocimiento profundo de aquello que se ha perdido. Y, sin embargo, el punto de vista no es homogéneo: vemos señores diciendo que con Franco se vivía mejor, jóvenes quejándose de que los sindicatos no hacen nada, señoras que pasan de denunciar las políticas represivas del franquismo a quejarse de la excesiva bondad que se tiene con los presos en la España moderna, en la cual “entran por una puerta y salen por otra con una paga”.
Aquello que sobrevuela la película es el peso de la historia. Es impresionante la cantidad de historias que se cuentan sobre el franquismo, la Guerra Civil y su efecto en las familias y la sociedad. Simultáneamente la historia que se cuenta, el ingreso de España en la Unión Europea y su “modernización”, es la historia del fin del franquismo, del proceso que echó los cimientos para que España hoy sea lo que es. Lo que es terrible de la película es la aguda consciencia de parte de sus protagonistas de que ese giro de la historia los arruinó, les quitó algo que no sabían que tenían o que daban por sentado, y la percepción cabal de sus consecuencias, como todo en la historia, llegó solo muchos años después, cuando ya no podía ser detenida. La seguridad laboral, la posibilidad de la protesta, el poder de los sindicatos, un camino real al socialismo, la idea de una industria española. Es por ello que la película desconcierta y da esa sensación de desanclaje temporal: los problemas de los cuales habla son los problemas que seguimos viviendo, cada vez con mayor agudeza, hasta el día de hoy. Uno de los protagonistas, un sindicalista, dice “Es que aquí ha habido una guerra fría y la ganó el capitalismo” y la sensación de desesperanza e irreversibilidad es enorme. En este contexto, la película hace una apuesta fuerte, que podría ser anacrónica para algunos, y es ser fuertemente obrerista, y defender una idea de trabajo y de estabilidad laboral que tenía sus dificultades y crueldades pero que brindaba un sentido de pertenencia y de orden a la vida.
En ese sentido, se inserta dentro de una cadena de denuncias de este modelo globalista, específicamente del modelo económico impuesto en la Unión Europea por las naciones centrales (Alemania y, en menor medida, Francia). También es una película muy cercana a las preocupaciones argentinas. Quizás lo más triste es la sensación de falta de alternativa que te deja. Hay muchos llamamientos a la acción colectiva y a la lucha de las buenas personas de izquierda en contra de este orden de cosas, pero la sensación general es una de derrota e impotencia.
Queremos que nuestras películas sean bellas, no realistas
Finalmente, me gustaría dedicar unas palabras a la polémica alrededor del plan de Warner Brothers de estrenar todas sus grandes películas en HBO Max el año que viene. O sea, simultáneamente en cine y en streaming, el mismo día. El plan ya acumuló fuertes críticas y fue saludado como el clavo final en la muerte de los cines. Es parte del sacudón que está experimentando Warner desde que fue comprada por el gigante de las telecomunicaciones AT&T, y que afecta también a los comics de DC, parte de Warner, rama que recientemente vio cientos de despidos a nivel editorial y está embarcada en un ambicioso plan tendiente a cortar sus lazos con las comiquerías para moverse a lo que (parecería) es una estrategia de distribución digital y en librerías.
Mi apego a la “experiencia cine” es bastante exiguo. Es por ello que no soy “cinéfilo”. Me da igual si veo una película en mi casa o en el cine. Reconozco que la experiencia cine es cualitativamente diferente, más inmersiva, hermosa de una manera muy singular. Pero a menudo me he preguntado si cierta insistencia en que esa es la forma “auténtica” de ver cine no es un apego de cierta minoría de fanáticos a un dispositivo cuya mejor época ya pasó: la sala de cine masiva, inserta de forma dendrítica a lo largo de toda la ciudad, espacio social donde se mezclan las clases a través de una experiencia compartida, un lugar donde ir a perder el tiempo viendo cualquier cosa con la esperanza de descubrir alguna maravilla, fuente de diversión número uno por su accesibilidad económica y geográfica.
La sala de cine hoy es un espacio lejano, alejado de la vida cotidiana de los barrios, 100% dominado por tanques. El sistema productivo de los estudios apretó a las películas clase B y los pequeños experimentos casi hasta la inexistencia. Los multiplexes triunfaron. Peter Biskind cuenta muy bien este proceso en Easy Riders, Raging Bulls, su libro sobre la generación independiente del cine norteamericano de los años 1960s y 1970s, en el cual defiende la teoría de que Star Wars fue el heraldo de la creación del blockbuster y el modelo para la muerte de un tipo de cine previo (aquí una reseña que señala algunas inconsistencias del libro).
Esto no quiere decir que esté de acuerdo con el plan de Warner (que, por otro lado, tiene altas chances de fracasar), o con lo que su puesta en marcha dice sobre sus implicancias empresariales. Vivimos en un mundo en el que Disney es dueño de casi toda la industria cultural y sus productos, la consecuencia de largo plazo de la concentración empresarial y del modelo unidireccional del blockbuster. También es 100% cierto que gran parte del “otro cine” que se realiza en el mundo se financia gracias a los impuestos y cuotas cobradas a esos mismos tanques por ser estrenados en salas de cine. Y que el streaming persigue un modelo que privilegia la adicción por sobre el desafío. Pero, como en El Año del Descubrimiento, a veces siento que la guerra ya sucedió y ya se perdió.
En ese sentido, me parece sintomática de la confusión generalizada la película polémica del mes, Mank, dirigida por David Fincher, y que cuenta la historia de Herman J. Mankiewicz, guionista de Citizen Kane. Una película financiada y estrenada por Netflix que busca desmitificar el sistema de los estudios, mostrando a Louie B. Mayer como un explotador inescrupuloso y conservador que se enriquece a costa de los trabajadores. Pero simultáneamente, también persigue la desmitificación de Orson Welles, mostrando a Mankiewicz como artífice de gran parte de CK. Yo no sabía, y agradezco a Agustín Acevedo Kanopa por el trasfondo, que esta hipótesis proviene de Raising Kane (publicado en dos partes), un texto de Pauline Kael publicado en los setentas, luego desmentido bastante categoricamente por diversas investigaciones de discípulos y estudiosos de Welles, y en el cual Kael quería bajar del pedestal a Welles porque detestaba la idea de la teoría del autor de los críticos franceses. Aquí hay una nota reciente de Richard Brody que resume muy bien toda la polémica
Entonces, es una película que simultáneamente quiere atacar a los estudios, pero también a la idea del autor solitario, del genio del cine. Estrenada en una plataforma. Con una presentación visual que emula el estilo de las películas de los años 1940s, incapaz de escapar a una fascinación estética cuya potencia pareciera negar el mensaje explícito de que el cine de los estudios era socialmente horrible. Y basada en fuentes, como menos, cuestionables. Hay en ella, creo, algo muy sintomático del estado actual del cine norteamericano, incapaz de mirar para el pasado, incapaz de construir una nostalgia positiva por la misma maquinaria que lo financia, pero cuyos intentos de nostalgia negativa, de desmitificación, parecieran ser más bien una resignación a lo actual: ya no hay autores, ya no hay estudios, ¿qué es el cine hoy por hoy entonces? Y, sobre todo, ¿somos aún capaces de imaginar un cine, en su doble dimensión de arte e industria, para el futuro?
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El disco de este newsletter es Dark Hearts de Annie, el retorno de la cantautora pop sueca luego de 11 años de silencio, un disco precioso y desolador sobre la nostalgia, la pérdida, la imposibilidad de volver a tu hogar y a tu juventud. Aquí hay una nota tremenda de triste sobre el novio fallecido de Annie, que inspiró algunas de las canciones del disco, y los días felices que pasaron en Bergen cuando tenían 20.
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Nos despedimos hasta dentro de dos semanas. ¡Muchas gracias por leer y Feliz Navidad!
Esas refes a Of Montreal sí se pueden ver <3