#19: Cómo Hacer Amigos e Influir en las Personas
Amigxs, bienvenidos a la entrega número 19 de El Evangelio del Coyote, un newsletter sobre arte, política y basura. En esta entrega: Loki y una experiencia académica especial que, creo yo, está muy vinculada a la labor que intento desarrollar en estas páginas. ¡Vamos allá!
Soy la suma de todos los yo que murieron en el pasado
En las últimas semanas estuve pensando mucho en Loki. Fundamentalmente porque vi la serie de Marvel en donde Tom Hiddleston vuelve a interpretar al personaje al lado de un Owen Wilson excelente. La serie, para dejarlo claro de entrada, me pareció un resonante y absoluto 10. No hay nada de la misma que no me haya gustado, y me parece la más lograda hasta ahora de todas las propuestas televisivas del MCU (que, por otro lado, tampoco son tantas).
Me parece excelente por las dos premisas que forman su estructura narrativa. Por un lado, una pregunta sencilla: ¿qué es un Loki? ¿Cuál es su propósito? ¿Qué rol cumple en el universo Marvel? Y, sobre todo ¿Puede cambiar? Por otro, una premisa que básicamente es un choreo hermoso a Doctor Who: Loki como agente con la tarea de arreglar y controlar la Sagrada Línea Temporal, la única línea temporal existente dentro del universo Marvel, cuya protección evita que el mismo descienda en el caos y se convierta en un Multiverso de opciones ilimitadas, que eventualmente se enfrentaran entre sí en una Gran Guerra Multidimensional. Loki, entonces, ocupa el lugar de El Doctor, y a lo largo de la serie, que está dividida en tres mini-arcos de dos capítulos cada uno, va siendo emparejado con diversos “companions”, que arrojan luz sobre una faceta de su carácter. Además, el Loki que seguimos en esta serie es aquel que, durante Endgame, se afana una de las Piedras del Infinito y se escapa de la custodia de los Avengers. Este Loki, entonces, es mentiroso, venal y traicionero porque todavía no experimentó el crecimiento que culmina en Thor: Ragnarok. Su escape causa una bifurcación temporal que debe ser sanada por la Time Variance Authority, un organismo burocrático altamente jerárquico y compuesto de una legión de funcionarios cuya función es corregir estas bifurcaciones temporales mediante el arresto y la eliminación de lo que llaman “variantes”: aquellos seres que se escapan de su camino predestinado.
Una de las primeras cosas que nos enteramos es que las variaciones de Loki son abundantes, y suelen causarle muchos dolores de cabeza a la TVA. Como buen dios de las travesuras, los trucos y la mentira, Loki es incapaz de quedarse en su lugar. Y aquí la estructura de construcción de mundo vinculado a la TVA y la protección de la línea temporal se conecta con aquello que es el verdadero corazón de la serie: una exploración sobre qué significa ser Loki y sobre aquello que representa. Porque en este contexto Loki es un agente del caos, es uno de los pocos seres vivos para los cuales su libertad y la escritura de su propia historia es más importante que nada.
Esto tiene todo que ver con la concepción de Loki predominante en los comics de Marvel hace ya más de una década. Y con el espíritu del personaje mitológico original, el Loki de las Eddas, publicadas primero en versión poética recopilada de diversas fuentes, y luego en versión en prosa por Snorri Sturluson, islandés del siglo XII y XIII que ejerció como historiador, poeta y político. Una breve visita a la página de Wikipedia de Loki (si, este será una entrega escrita con la Wikipedia al lado, DISCULPEN) nos muestra que no hay un acuerdo entre los estudiosos de la mitología nórdica acerca del verdadero carácter y significado de Loki. Algunos lo ven, en la interpretación que ha terminado permeando la cultura popular, como un “trickster god”, un dios de la trampa y del engaño, siempre necesario en todo panteón, que se dedica a burlarse de los otros dioses y a generar conflicto. Otros lo ven como el equivalente a la figura de Lucifer en la religión cristiana. Otros proponen que Loki es, en realidad, un aspecto de Odin, una hypostasis, la versión oscura que descansa en las sombras. Los textos originales a veces lo muestran como un enemigo de los dioses, que es castigado por su impertinencia, y a veces como un aliado que, sin embargo, no puede evitar plantar ideas seductoras pero caóticas simplemente por la diversión que eso le genera. Por lo cual la pregunta acerca de ¿Qué es un Loki? no solo es pertinente dentro del marco del MCU, sino en un aspecto más general.
La versión de comic fue creada por Jack Kirby, Stan Lee y Larry Lieber, quienes lo nombran el “Dios de las Travesuras” y lo convierten en el principal enemigo de Thor. En un juego de espejos, Thor es fuerte y noble, pero un poco tonto e impulsivo, mientras que Loki es débil y cobarde, pero inteligente y taimado. Thor usa la fuerza física, mientras que Loki trama tretas, conspira en la sombra y usa la magia. Y de ese modo, nació una de las grandes oposiciones del comic de superhéroes. Loki envidia a Thor porque todos lo aman, y él se siente dejado de lado injustamente. Como muchos buenos villanos, combina un sentimiento de inferioridad con una engrandecida opinión de sí mismo: él debería gobernar Asgard, porque él es el más inteligente y el más sagaz.
Durante mucho mucho tiempo, esa dinámica entre Loki y Thor se mantuvo. Y Loki, consecuentemente, era un villano un tanto unidimensional. Fue recién durante el run de Walter Simonson en Thor en el cual el grandioso Simonson comenzaría a explorar un poco más su carácter y su motivación. Durante este run Loki fue mayoritariamente un antagonista, pero por momentos ayudaba a Thor y Odin, especialmente en el combate contra Surtur, que busca destruir Asgard, algo que Loki no puede permitir porque entonces no podría gobernarlo. Y ese enfrentamiento nos da este panel, icónico, que resume muy bien al personaje:
Pero sería solo en la última década que el Dios de las Travesuras sería verdaderamente explorado como personaje y esto se debe, principalmente, a dos escritores: Kieron Gillen y Al Ewing. La pregunta de la cual ambos partes es aquella que forma la columna vertebral de la serie de televisión: ¿Puede Loki cambiar? Gillen retomaría un Loki niño, recientemente resucitado, a quién se le ha dado una nueva chance de comenzar de nuevo porque esta encarnación no tiene las memorias ni las acciones de su par villanesco (y aquí, también, comenzamos con las variantes de Loki). A lo largo de un run maravilloso en Journey Into Mystery, con tonalidades gaimanianas, Gillen desarrollaría a esta versión para finalmente cometer uno de los actos más terribles “matándolo” porque la versión adulta del personaje se termina reimponiendo. O sea: Loki viejo, manipulador y oscuro mata a Loki niño, a su propia posibilidad de comenzar de nuevo. Luego Gillen continuaría esta historia en Young Avengers al incorporar al dios nórdico como uno de los protagonistas, y en esta serie lo obligaría a confrontarse con su culpa y con el daño causado, desarrollando una conciencia gracias, en gran medida, a la intervención e influencia de los otros miembros del grupo. Finalmente, Al Ewing en Loki: Agent of Asgard lo obligaría a confrontar a otra variante de sí mismo, King Loki, un Loki del futuro que ha destruido la tierra, y a descubrir que siempre pudo cambiar, porque su vida es una historia, y las mentiras son historias, y como él es el dios de las mentiras, puede contar una nueva y cambiar su futuro. De ese modo, cambia y se convierte en “El Dios de las Historias”.
O sea que la tendencia en el universo Marvel de los últimos años ha apuntado a complejizar su caracterización y llevarlo decididamente al rol del antihéroe más que del villano. Y sobre esa base se construye la serie. A lo largo de la misma el protagonista es confrontado con la amistad y la fe que tiene en él Mobius (el personaje de Wilson), con diversas versiones de sí mismo y, lo cual es clave, con una variante femenina llamada Sylvie de la cual se enamora y cuya conjunción parecería capaz de producir un evento cataclísmico en la línea temporal. A lo largo de estos encuentros, Loki crece y se da cuenta de que no quiere ser más una persona que causa destrucción y muerte a su paso. Quizás no quiera ser un héroe, pero tampoco quiere ser un villano. Desarrolla una conciencia.
Debo confesar que a lo largo de la serie uno de mis mayores miedos era que todo el desarrollo del personaje se borrase de un plumazo al final. Pero para eso están las variantes. La existencia de un espectro de versiones de Loki, que eclosiona en el capítulo 5 cuando el ur-Loki termina en el sitio al final del tiempo donde descartan a sus versiones alternas, permite a este ser confrontado con lo que le sucede cuando “triunfa”, lo que le sucede cuando se aleja de la acción, lo que le sucede cuando se entrega a sus pasiones más bajas y no aprende ni cambia nada de su carácter. La existencia de variantes, también, permite que el conflicto final de la temporada se resuelva de manera tal de que nuestro Loki mantiene su caracterización, pero también se enfrenta a su sombra y su espejo, y sus acciones ponen en marcha una serie de eventos que van a impactar de manera decisiva en el MCU.
Porque, finalmente, Loki es una pieza del MCU, y es una pieza bastante importante. A partir de esta serie se establece el nuevo status quo del universo Marvel cinematográfico, y se presenta a su próximo gran villano. O al menos al que yo siento será su próximo gran villano. Un enemigo clásico de los Avengers muy vinculado a los viajes en el tiempo y a la conquista. Pero lo genial es que este acomodamiento de piezas llega luego de lo que es verdaderamente valioso de Loki, que es una larga exploración sobre el carácter de un personaje y su evolución. Es una character piece enmascarada como una serie loca de aventuras en el tiempo y el espacio. Si hubiese sido una maxiserie de 12 números sería considerada un character-defining-run, creo yo. Esto también es, en gran medida, gracias a la sutileza y la riqueza que Tom Hiddleston le brinda al personaje. Hiddleston, que es una gloria, trae todo el gravitas y la autoridad que traería a una obra de Shakespeare y lo aplica a Loki, y además hace un gran gran tándem con Owen Wilson, en uno de los bromances más lindos que he visto en la televisión recientemente. Vean Loki, vale mucho la pena.
Soy un científico, escribo para entender
Lo otro que me sucedió en estas últimas semanas fue que participé de una Escuela de Verano dedicada a la comunicación de la ciencia. Esto forma parte de mi trabajo “oficial” como investigador y académico dedicado a los estudios sobre comics en particular, y a la historia y los estudios culturales, en general.
Siempre tuve una posición un tanto ambigua al respecto de lo que hago como investigador. Por un lado, me considero, efectivamente, un investigador y un historiador, alguien que se preocupa por buscar materiales, hacer archivo, construir una hipótesis, proponer una lectura, debatir con la literatura existente sobre un tema. Todas cosas que hacen los investigadores en ciencias sociales y humanidades. Pero, por otro, tampoco considero mi trabajo como investigador tan distante de mi otra faceta como crítico cultural o ensayista (de la cual este newsletter forma parte). Porque, básicamente, el trabajo en ciencias sociales y humanidades, para mí (y quiero aclarar que esta es una posición intensamente personal) consiste en formar parte de una discusión interminable en la cual no hay, verdaderamente, respuestas definitivas. Esa discusión, por supuesto, no consiste en decir cualquier cosa sin sustento, ni en forzar interpretaciones, pero en última instancia creo que es más sano que aceptemos que investigar no implica necesariamente develar una verdad. Por añadidura, trabajo con objetos culturales, y los objetos culturales son todo una materia de ópticas: es lo que los hace tan divertidos, el hecho de que siempre habrá nuevas interpretaciones y lecturas de ellos, nuevas contextualizaciones, nuevas visiones iconoclastas combatidas por las tradicionales.
A menudo encaro mi trabajo de escritura de papers como si estuviese escribiendo un ensayo. Y viceversa: a menudo encaro la escritura de notas o artículos de crítica con el utillaje metodológico y teórico que me brinda mi trabajo de investigador. Para mí la frontera entre ambas actividades no está del todo clara.
A la vez, las instituciones que financian las investigaciones científicas en general no tienen un gran apego por la comunicación pública de la ciencia. O, mejor dicho: no toman la comunicación pública de la ciencia como un factor decisivo a la hora de asignar recursos. Mayoritariamente la competencia por puestos o becas se reduce a un conteo de papers publicados en revistas científicas, docencia (que a menudo tampoco es tan valorada) y el proyecto que presentás. Sin embargo y al mismo tiempo, hay una presión enorme de parte de la sociedad y de parte de estas mismas instituciones para que uno justifique lo que hace, para que demuestre, de alguna manera tangible, que lo que hace “vale la pena” o “impacta” de algún modo en la sociedad. Esta discusión se dio de manera muy álgida en Argentina durante los años del macrismo, en los cuales diversos personajes en puestos oficiales, periodistas y trolls anónimos cuestionaron el valor de las investigaciones realizadas desde el área de ciencias sociales y humanidades y pusieron a los investigadores en una situación defensiva de tener que justificar y explicar que es lo que hacen y porque tiene valor. Entonces, lo que sucede es una situación esquizofrénica en la cual no hay validación ni puntaje de parte de las instituciones para la comunicación pública de la ciencia, pero se espera que uno, en su tiempo libre y movido simplemente por el entusiasmo, cumpla el rol de un intelectual público.
Es por ello que cuando llegó la invitación para aplicar a esta escuela de verano me interesó inmediatamente. Un poco porque esperaba adquirir mejores herramientas para presentar mi trabajo en público, para adquirir habilidades audiovisuales, y para aprender a manejar mejor mi presentación en las redes sociales. Otro poco porque las escuelas de verano, en mi humilde opinión, son de los mejores formatos de congreso científico. La diferencia con un congreso común es la duración y la selección de candidatos. En general consisten en un grupo de personas que son preseleccionadas y reunidas en un espacio durante una semana para participar de muchas actividades con un nivel de intensidad bastante alto. En general, también, incluyen actividades sociales después de las actividades académicas. Por lo tanto, lo que tienen de especial, es que la intensidad del trabajo y la duración del tiempo que uno comparte con las personas hace que se generen lazos mucho más duraderos y colaborativos.
En esta escuela de verano éramos 50 científicxs de todo el mundo (aunque la mayoría de nosotrxs vivamos en Alemania), que trabajábamos en áreas muy diferentes: desde física hasta estudios culturales, pasando por computación cuántica, estudios empíricos del mercado de trabajo, prevención de los ataques del corazón, cambio climático, poblaciones de murciélagos en el Himalaya, pepinos de mar y superconductores. Antes de ir, cuando me mandaron el listado de participantes, me pregunté ¿podré hablar con toda esta gente que trabaja sobre temas tan diversos? Porque si bien hay un prejuicio de parte de las ciencias naturales o “duras”, como se les dice a menudo, respecto de los trabajos de las ciencias sociales y humanas, eso no quiere decir que ese prejuicio no sea recíproco: a menudo los de las ciencias humanas y sociales pensamos que los de las ciencias naturales o la ingeniería son aburridos o no tienen imaginación o no tienen aprecio por la condición humana. Lo cual no es para nada cierto.
Lo que me encontré a lo largo de los cinco días del evento fue una facilidad enorme para hablar con todas estas personas, facilidad que surgía de la manera en que estaba organizada la escuela de verano, con actividades permanentes en grupo que nos obligaban a interactuar y compartir perspectivas. Pero, también, surgía de una enorme curiosidad y deseo de compartir y de conocer al otro. Y de un contacto que tenía algo más que ver con lo humano que con tu tema de investigación. A menudo nos vemos reducidos al mismo, y parece que antes que personas somos lo que investigamos. No ayuda para nada, por supuesto, el hecho de que en cada ocasión académica te veas obligado a recitar tu tema de investigación como si de un versito se tratase.
Pero, mas allá de la parte social, que fue excelente, lo importante fueron algunos de los tópicos que se tocaron. Algunos tuvieron que ver con cuestiones prácticas: desde como aprovechar mejor las particularidades de cada red social para construir nuestro contenido de forma tal que llegue a más gente hasta como lidiar con trolls. Otros tuvieron que ver con cuestiones institucionales: qué tipo de agencias e instituciones están, en este momento, intentando fomentar la comunicación de la ciencia y con que formatos. Pero las más interesantes, me parece, tuvieron que ver con cuestiones estructurales: ¿por qué hay un divorcio entre las acciones tendientes a comunicar la ciencia y su evaluación por las instituciones que nos alojan? ¿Qué idea de investigador y de científico es prevaleciente? ¿Acaso hemos perdido la batalla en contra de la información falsa, las teorías conspirativas y el sensacionalismo? ¿Cómo comunicamos no solamente nuestros resultados impactantes sino también el largo proceso de prueba y error, los fracasos, las dificultades, el camino de realizar una investigación científica? Y si comunicamos esto ¿no atentaría contra la idea de la ciencia como un proceso tendiente a buscar respuestas últimas, a brindar la verdad, socavando sus cimientos? Esto es un poco lo que dice Bruno Latour en esta entrevista, en la cual un poco se arrepiente de haber “desnudado” el proceso científico, porque pareciera conducir a un irremediable relativismo.
Creo que la mayoría de estas preguntas tienen que ver con la construcción de una esfera científica mayormente divorciada de la esfera social. Lo cual, por un lado, fue necesario para brindar a los investigadores de cierta tranquilidad y de los tiempos necesarios para conducir investigaciones de manera apropiada. Pero en algún momento generó un sistema en el cual los científicos sienten que no tienen, o no pueden, dar explicaciones a la sociedad; y la sociedad, inmersa en un proceso acelerado de desconfianza de todo tipo de elites, siente que no puede creerle ni dar crédito a las cosas que dicen los científicos. Y la pandemia, además, hizo que todo esto estalle por los aires. En definitiva: ¿cómo asumimos que lo que hacemos tiene un componente falible, subjetivo, incompleto y temporario, pero a la vez comunicamos que nuestro método es el mejor método que tenemos para generar conocimiento sin ponernos en una torre de marfil? Creo que esa pregunta es LA pregunta que acecha a los estudios científicos, de todo tipo, en su relación con la sociedad.
Departamento Interdimensional de Autopromoción
– Salió mi entrevista con la artista plástica contemporánea Flavia Da Rin en Revista Almagro. Fue una charla super amable, divertida, en la cual hablamos de manga y anime, herramientas digitales, la noción de original, las artistas invisibilizadas por la historia del arte que la inspiraron y la relación fotografía-pintura, entre muchas otras cosas. La pasé muy bien hablando con ella y creo que algo de eso se nota en el texto final.
– También se publicó un texto breve en la revista de psicoanálisis Tararira en el cual hablo, una vez más, de Oscar Masotta y por qué lo amo. Es una reconstrucción de “mi Masotta”: qué cosas que están en su obra, particularmente en sus escritos sobre historieta, y en su vida, me han influido e inspirado.
Y con esto llegamos al final. La recomendación musical de esta semana es If I Could Make It Go Quiet, el muy lindo disco debut de Girl In Red, el proyecto de la cantautora indie noruega Marie Ulven Ringheim: canciones sobre salud mental, sobre relaciones tóxicas, sobre sexo y celos, colocadas un fino colchón de guitarras crocantes. Antes de que nos despidamos, un anuncio: el próximo Evangelio del Coyote llegará una semana tarde, porque me voy a tomar unas merecidas vacaciones. Así que: nos vemos en tres semanas. Les mando un abrazo grande, cuídense mucho y ¡Godspeed!