#18: Música Con La Cual Podés Bailar
Hola, amigxs! Bienvenidos a la entrega dieciocho de El Evangelio del Coyote, un newsletter sobre arte, política y basura. En esta ocasión volvemos a los monográficos musicales y voy a hablar de dos bandas que amo profundamente, que son muy diferentes, pero que también, creo, pueden ser unidas por un hilo invisible: Sparks y Los Auténticos Decadentes. ¡Vamos allá!
Mi vida loca
Las ganas de yuxtaponer estas dos bandas que, en principio, parecerían no tener nada en común, vino por la noticia de que se estrenaba The Sparks Brothers, el documental de Edgar Wright sobre los hermanos Mael. Previamente, venía escuchando mucho a Los Auténticos Decadentes y se me encendió la lamparita: dos grupos que tienen una trayectoria larguísima, que hacen música de una manera desprejuiciada, pero, sobre todas las cosas, que utilizan el humor de una forma prevalente en sus composiciones. Entonces agarré y me puse a leer Titanes en el Hit: Una Biografía Oral de Los Auténticos Decadentes, de Fernando Sánchez, el ¿único? libro que se dedica con seriedad y fanatismo a analizar a la banda.
Volveremos a las coincidencias más adelante, pero ahora me gustaría concentrarme en las diferencias. En primer lugar, Sparks: una banda fundada y basada en la simbiosis creativa entre dos hermanos: Ron y Russell Mael. A lo largo de sus ¡50! años de existencia, la única constante de Sparks han sido ellos dos. Ron toca piano, teclados y sintetizadores, compone todas las canciones del grupo, y se caracteriza por su bigotito alla Hitler, su marca de estilo personal, junto con su cara inexpresiva de a ratos, y creepy en otros. Russell es un carilindo carismático que canta y cuya voz es utilizada por Ron de maneras decididamente vanguardistas a lo largo de su carrera. Tienen 25 discos y más de 300 canciones. Siempre se caracterizaron por romper los esquemas y por arriesgarse y cambiar disco a disco, buscando efectos artísticos inesperados. Esto los llevó a tener períodos de éxito popular (1974-1976, 1979-1984, 1994, 2002-2008) y períodos en los que parecían desaparecer de la faz de la tierra y en los cuales el público les daba por completo la espalda (1976-1979, 1984-1994). Pero ellos siempre continuaron haciendo música, según el documental de Wright de forma obsesiva, juntándose en la casa de Russel, donde tienen un estudio casero, componiendo nuevas canciones y experimentando, sin importar si alguien los escuchaba o no. Su único compromiso es con su musa, y con su capacidad para empujarse a sí mismos hacia nuevos desafíos creativos. Como cuando en 2008 decidieron hacer 21 recitales en Londres, cada uno dedicado a tocar al completo uno de los discos que formaban parte de su catálogo oficial hasta entonces. O sea: tener que ensayar 300 canciones y ¡recordarlas!
Por otro lado, Los Auténticos Decadentes: una banda de 12 tipos muy diferentes que trabajan juntos. Comenzaron tocando en el under porteño de los 80s, en Cemento, al lado de bandas como Los Fabulosos Cadillacs y Todos Tus Muertos, pero siempre quisieron ser populares. Cuando comenzaron, casi ninguno sabía tocar su instrumento, y el único compositor era el inmortal Jorge Serrano, uno de los compositores de canciones más grandes de la música popular argentina de todos los tiempos. Los Decadentes fueron, durante mucho tiempo, un gran bardo, un gran “lo hacemos como podemos”, muy en línea con el espíritu Do It Yourself del punk. Pero fueron y son amantes de los ritmos populares latinoamericanos: bachata, vallenato, cumbia, cuarteto, reggae, murga, rancheras. Su anhelo de popularidad fue recompensado con creces, teniendo una discografía absolutamente plagada de hits. Con el tiempo, aprenderían a tocar sus instrumentos, irían refinando sus herramientas, se les prendería el ansia de la composición a la mayoría de sus miembros, por lo cual hoy todos componen y agregan temas a los discos. Los Decadentes son, además, una cooperativa: un 25% de lo que los compositores cobran en SADAIC va a un fondo común, todos los músicos cobran lo mismo por show y se compraron una casa que refaccionaron para hacer un estudio, sala de ensayo y habitaciones en caso de que alguno necesite vivir. La casa les pertenece a todos y es su único capital material.
Criaturas exóticas de las profundidades
En un sentido, Sparks y Los Auténticos Decadentes están en dos puntas completamente opuestas del espectro de filosofías artísticas. Los Sparks son fieles representantes de la tradición del modernismo como la definió Arthur Danto y Clement Greenberg: “El modernismo marca un punto en el arte, antes del cual los pintores se dedicaban a la representación del mundo, pintando personas, paisajes y eventos históricos tal como se les presentaban o hubieran presentado al ojo. Con el modernismo, las condiciones de la representación se vuelven centrales, de aquí que el arte, en cierto sentido, se vuelve su propio tema.” Esto, que dice Arthur Danto en Después del Fin del Arte da como resultado un arte que hace de sí mismo y de alguna de sus particularidades un tema de exploración. Su consecuencia es una depuración y una focalización de ciertas características puntuales que, se podría decir, llevan hasta el extremo, produciendo fenómenos como el del arte abstracto.
En cierta medida, los Sparks son modernistas de la canción pop. Toda su obra está construida sobre la idea de la variación sobre la repetición, y del llevar hasta el extremo algún concepto o cualidad de la música. Por ejemplo: sacar un disco de rock que es a la vez una caricatura paródica de las características más machotas del rock (Big Beat), hacer otro disco en donde la voz es utilizada como un instrumento más, basado en la repetición (Lil’ Beethoven), componer un tema super bailable que a la vez es una burla a un ejecutivo que les pidió “música que se pudiese bailar” y cuya letra camina la fina línea entre ser una celebración de la música de baile y burlarse de la banalización de la música de baile (“Music That You Can Dance To”). Todo en Sparks es una operación intelectual de extremos que, a la vez, está basada en un super sentido del humor, lo cuál evita que sean vistos como: a) snobs, b) pretenciosos (aunque a veces lo son). Y, simultáneamente, su corazón está en el pop, en la canción, lo cual los lleva, de alguna manera, a tener una pata populista. Lo que hacen es mostrar el anverso de las ilusiones sobre las cuales están construidas las canciones pop. Romper el pacto de lectura que establecemos con ellas. El típico narrador de Sparks es alguien que conoce las convenciones de una canción pop pero no puede participar de las mismas. Alguien que está ligeramente fuera. Que se esfuerza, pero no puede dejar de ser un excéntrico y metacomentarlas. Pero la música de Sparks, generalmente, es 100% honesta con los principios gancheros. En esa dicotomía radica su fuerza, su encanto y también su dificultad.
Los Auténticos Decadentes, por su parte, no podrían estar más alejados de lo que se supone es el concepto de modernismo. Tipos que no saben tocar (en sus inicios), amantes del hit, deseosos de que los canten las hinchadas y los inviten a las bailantas. Pero, no sé, a mí me parece que, en su amor por la perfección de los estribillos, los ganchos, en su perfeccionamiento continuo de esa maquinaria del hit que es la banda, hay algo del espíritu obsesivo y de exploración del modernismo. El típico narrador de Los Auténticos Decadentes, a diferencia de Sparks, es alguien que está completamente adentro, que pertenece y comprende esos códigos de la fiesta, la joda y la diversión, pero, a menudo, hay un giro irónico en las letras que lo deja en offside. Hay algo que el libro de Sánchez hace muy bien que es mostrar como se construye la maquinaria Decadente. Como comienzan siendo un montón de pibes que tienen ganas de tener una banda y que la imaginan incluso antes de tenerla haciendo pintadas en su barrio (¿hay algo más bello que eso para un origen secreto de una banda?) a convertirse en un equipo en donde cada uno tiene su especialidad, cada uno tiene su poder secreto, pero que a la vez se combinan como en un mecha para dar lugar a algo más grande y más poderoso. Un grupo en el que un tipo como Pablo Rodríguez, que es saxofonista de jazz, convive con Edu “Animal” Trípodi, que viene del fútbol y la barra, y no solo no se pelean, sino que se potencian. Y en donde, además, cada músico cumple alguna otra función: uno hace los videos, otro la prensa, otro es el manager. Mantienen todo “in house” y eso les ha facilitado, creo yo, también la longevidad. A mí me parece bastante milagroso y me parece una puesta en práctica humana de un cierto perfeccionamiento del arte.
Lo que me gusta de vos
El documental de Wright, por su parte, está en líneas generales muy bien. Solamente molestan la proliferación de cabezas parlantes famosas [Beck no dice una cosa interesante en toda la película, a nadie le importa cual fue el primer disco de Sparks que compró Thurston Moore; por otro lado: gran entrevistado Flea de los RHCP: inteligente, articulado, divertido y con un conocimiento perfecto de que es lo que hace que Sparks funcione] e incluso tiene un momento auto-indulgente que da un poquito de vergüenza ajena cuando se entrevista a sí mismo. Pero logra algo muy excelente gracias a su longitud de dos horas y media: poder narrar toda la historia de la banda, desde sus inicios hasta el presente, prestando especial atención a sus vaivenes, a los momentos en que pasan de ser muy exitosos a ser muy poco exitosos. Y también a sus mutaciones creativas, que siempre confundieron a sus fans más que otra cosa. La película también tiene un archivo impresionante, una cantidad de videos de actuaciones en vivo en donde se los ve ataviados de las formas más diversas, cada vez con un concepto diferente. Además, incorpora bocha de animaciones para los momentos que no tienen video, y eso la hace muy plástica y diversa. Finalmente, hay algo que hace super bien y que se resume en su pregunta principal: ¿Cómo puede ser que Sparks sea una banda tan influyente y a la vez tan poco reconocida? La película no responde a esta pregunta, y me parece que en esa irresolución mantiene la mística y el misterio de Sparks. De hecho, yo siento que no cambiará en lo más mínimo su status como banda de culto cuyos momentos de éxito parecen desvanecerse de la memoria colectiva apenas terminan.
El libro de Sánchez está muy bien porque logra darles voz a todos los miembros del grupo, y uno se da cuenta de las particularidades y diversidades que habitan bajo esa carpa que son Los Decadentes. De hecho, me sirvió para finalmente ubicar a otros miembros más allá de Serrano y Cucho Parisi. También está muy bien en cuanto al arco narrativo que traza: de banda under quilombera, a grupo popular de las bailantas, a omnipresencia de las radios, a su lenta pero sostenida consagración y recuperación crítica. Hay algo que surca el libro y que me parece un poco triste, aunque comprensible, que es una cierta posición defensiva de Los Decadentes, producto de su ninguneo durante muchos años por el ambiente del rock nacional. Ese tono defensivo tiene su justificación y su contracara en un apoyo en lo popular, en su reivindicación a través de lo felices que hacen a las personas y lo mucho que cantan sus canciones. Y me parece que eso es un tesoro mucho más valioso que la aprobación de cinco gordos que se preocupan por cual pedal es mejor. Pocas bandas me han hecho tan feliz como Los Auténticos Decadentes, sea escuchando alguna de sus canciones en el contexto de una fiesta o escaneando sus discos en búsqueda de alguna joya oculta que no conoce nadie (mi favorita: “Trasnoche”). Justamente lo que siempre me gustó de Los Auténticos Decadentes fue que no eran parte del rock nacional argentino, un concepto que siempre me olió a bolas, sudor y actitudes del aguante machista insufribles.
Ahí se halla otra diferencia grande entre Los Decadentes y Sparks: los primeros tienen una veta chabón muy fuerte, muy ineludible, que si bien es tratada con humor y por eso entra bien y hasta te hacen parte de la broma, a veces se pone un poco cargosa, como en “Entregá El Marrón” [no en “Los Piratas”: “Los Piratas” es una obra maestra de la sátira, creo yo, un tema con un ritmo tan poderoso que se lleva puesto todo prejuicio, y el video, que es de una pieza con la canción, tiene el giro irónico que la redime de ser simplemente una oda al putañero. Es de mis canciones populares argentinas favoritas]. Sparks, por su parte, son un continuo cuestionamiento de esa figura del macho alfa, de esas aristas de la masculinidad que son tan desagradables. Basta con ver algunos de los títulos y letras de sus canciones: “The Decline and Fall of Me”, “I Wish I Looked A Little Better”, “Self-Effacing”, “I Married Myself”, “Pretending to be Drunk”. Sin embargo, creo que los primeros, si bien aprecian y participan de los rituales de la masculinidad, también se percatan de cuan ridículos son, de que, por ejemplo, cuando un grupo de amigos quiere encarar a una piba en barra, en realidad están siendo un montón de nenes tontos.
Este pueblo es suficientemente grande para los dos
En definitiva, llegando al final, creo que podemos encontrar algunas similitudes entre Sparks y Los Auténticos Decadentes:
1) El uso del humor como una herramienta para la composición pop. La idea de que el humor no es un demérito de la música sino un componente que ayuda a que la misma revele en cierto modo las ilusiones y los contratos que establecemos con ese mundo de fantasía que es el pop.
2) El apego a la experimentación dentro de la canción. En un caso, experimentación pura y dura que revela las costuras de la misma, pero a la vez es tremendamente fiel a su propósito de generar emoción. En otro, la idea de experimentación como de perfeccionamiento a lo largo del tiempo, intentar una y otra vez hasta alcanzar un ideal platónico de canción popular que sea cantada en todos lados.
3) La perdurabilidad en el tiempo. Dos proyectos apoyados en principios antagónicos (un núcleo duro basado en la sangre y la simbiosis vs. una colectividad cuyos lazos se fortalecen sobre la base de la diferencia) pero cuyas mecánicas se van refinando y logrando un funcionamiento que se parece bastante a una forma de paz y una productividad que funciona.
4) El amor por una presentación escénica fuertemente estetizada. En un caso, la expresividad, movimiento y trajes de Russell Mael contrastado con la creepyness, bigote y camisa blanca de Ron Mael. En el otro, una especie de estética carnavalesca de feria americana, cambalachesca, de los descartes, lo estridente y lo popular, que se combina con el espíritu de fiesta de las canciones y lo numeroso de los músicos en el escenario.
Son dos hermosas bandas que, con filosofías artísticas diferentes, consiguen lo mismo: generar un montón de felicidad. Una es una felicidad más inmediata, que te agarra y te obliga a bailar y a compartir con el que tenés al lado; la otra es una felicidad más cerebral, de la que te sorprende por lo inesperado y te hace reír como diciendo “no puede ser sobre esto esta canción”, pero que simultáneamente está tan envuelta en grandes melodías que no podés evitar moverte de algún modo.
Y con esto llegamos al final. Para esta ocasión armé dos playlists, como corresponde: una dedicada a Los Auténticos Decadentes y otra dedicada a Sparks. Nos vemos en dos semanas. Espero que hayan disfrutado de esta entrega, cuídense mucho y ¡Godspeed!