#17: A Través de un Escáner Oscuro
¡Hola, amigxs! Bienvenidos a la edición número 17 de El Evangelio del Coyote, un newsletter de arte, política y basura. En esta ocasión escribiré un poco sobre Berserk, el manga de Kentaro Miura que me tiene enloquecido desde hace un par de meses; y luego unas palabras sobre el concepto de piratería y su relación con las industrias culturales y sus trabajadorxs. ¡Vamos allá!
Panorama del Infierno
(Advertencia: esto contiene spoilers de baja intensidad e imagenes de violencia)
Comencé a leer Berserk por dos motivos. Primero, a mitades de abril me alquilé una oficina de cowork y conocí a un vaguito alemán muy piola, postdoc en filosofía, fanático del manga y especialmente de Berserk, serie que me describió como “probablemente su cosa favorita del mundo”. Eso me despertó el interés por una serie sobre la que había escuchado, pero jamás había comenzado a leer. La segunda es un poco más triste: la muerte de Miura hace dos meses por una disección aórtica a los 54 años. Así como la muerte a veces te hace archivar la obra de alguien “para más tarde” (¡quizás para cuando unx mismx esté muertx!), en otras oportunidades te impulsa a buscarla y prestarle atención. Este fue el caso.
No sabía realmente con que encontrarme, siempre tiendo a ser un poco desconfiado de las obras hypeadas en exceso. Pero, por suerte, con alegría, me encontré con una MOTOSIERRA MONTADA SOBRE UN COHETE DEMENCIAL CUBIERTO DE TRIPAS Y SANGRE. Con uno de los comics más adictivos que leí en un montón de tiempo, que me llevó a devorar 30 volúmenes en un mes y medio. Y con un dibujante extraordinario, un zarpado total capaz de graficar con barroquismo, horror y oscuridad desde la última escama de un monstruo gigante hasta la punta de la torre más elevada, desde las armaduras más bellas y brillantes hasta las batallas más confusas y sangrientas.
La historia es una mezcla entre shonen (manga para adolescentes varones) y seinen (manga para adultos); entre aventura y horror. El protagonista es Guts, un espadachín salvaje y totalmente sacado que carga una espada ridículamente grande que usa para destrozar a los “apóstoles”: bichos dantescos (o bosquianos) que encarnan en cuerpos humanos luego de que estos humanos sacrifican algo de gran importancia para ganar mayor poder. Un pacto con el demonio, bah. Pero, en el fondo, la historia (que nunca leeremos completa, pues Miura la dejó inconclusa y diciendo que estaba “más o menos a la mitad”) es la historia del enfrentamiento entre Guts, feo y violento, pero de buen corazón, y el infame Griffith, bello y etéreo pero con el alma más negra que el pecado. Es, también, una historia sobre los sueños y las ambiciones (como todo buen shonen) y adonde nos llevan, a que cosas nos hacen renunciar, a quienes nos hacen traicionar y qué perdemos en el camino cuando reafirmamos nuestra pura individualidad. Es, también, una historia sobre el enfrentamiento entre el destino pre-escrito y el libre albedrío, que discute si estamos todos movilizados por unx titiriterx invisible o escribimos nuestra propia historia. Es, también, una crítica a la religión organizada, especialmente a la católica, y una defensa de una idea animista de la naturaleza y la magia muy propia de la cosmovisión japonesa, mezclada con las tradiciones fantásticas europeas. La cosmovisión de Miura concibe como reales a los demonios y el infierno, pero tiene muy poco para decirnos del cielo y los ángeles. Quienes se oponen a ellos son los espíritus de la naturaleza. Es, también, una historia sobre como no perder nuestra humanidad en la guerra permanente, sobre las segundas oportunidades, sobre construir una familia elegida en medio del caos, las cenizas y el horror.
Es, en resumidas cuentas, un grandísimo manga. Pero en esta ocasión me gustaría concentrarme en algo que dije más arriba al pasar y que es la grandeza de Miura como dibujante. Y, puntualmente, la vinculación de su estilo con la tradición grotesca y fantástica en la pintura occidental. Porque si bien Miura en sus temas y estilos narrativos es muy japonés, en su estilo de dibujo hay un anclaje y un diálogo con la tradición pictórica occidental. Ahora bien, como cualquier mangaka, Miura tenía asistentes que lo ayudaban a dibujar y se hacían cargo de las tareas más mecánicas y repetitivas. Sus nombres son Yoshimitsu Kurosaki, Akio Miyaji, Shinshu Hirai, y Arihide Nagashima, y merece la pena mencionarlos porque su trabajo es, por definición, invisible. Y porque quizás sean ellos quienes puedan continuar la obra de Miura hasta darle un final. Pero como la vida es injusta, aquí hablaremos de Miura como el autor principal y el creador de las imágenes que verán a continuación.
En primer lugar, hay una influencia directa en Miura de dos grandes artistas holandeses que desarrollaron un profundo simbolismo personal a la vez que desplegaron escenarios morales y metafísicos sobre un inmenso lienzo: El Bosco y Pieter Brueghel el viejo. Hieronymus Bosch vivió entre aproximadamente 1450 y 1516, dejó una serie de trípticos impresionantes, pintados sobre madera, que representaban distintas visiones del paraíso, la tierra de los pecadores y el infierno. Sus obras están caracterizadas por la acumulación de detalles, por la riqueza de su imaginario, por la variedad de sus monstruos y por su profundo poder moralizante. Pero, simultáneamente, Bosch introdujo muchos elementos seculares en sus trípticos y pinturas, algo que, probablemente, explique la enorme impresión que aún hoy producen en las audiencias modernas, que se ven atraídas, supongo yo, más por la cornucopia de elementos fantásticos y delirantes que por el miedo al infierno. Los datos de la vida de Brueghel son muy escasos: no se sabe cuando nació y se sabe muy poco de su vida, ya que casi no hay documentos que la atestigüen. Pero fue uno de los seguidores más avanzados del Bosco, cosa que se nota particularmente bien en su serie sobre Los 7 Pecados Capitales: grabados en los cuales se representan los distintos castigos que le correspondían a los pecadores.
La influencia de estos dos artistas es clara en una de las secuencias más icónicas de Berserk: el eclipse. Allí, un montón de monstruos que se confunden con una masa oscura y acechante destrozan a La Banda del Halcón, el alegre grupo de mercenarios cuyas aventuras veníamos siguiendo:
Pero, más allá de esto, creo que hay influencias de otros grandes maestros de la pintura oscura. Por ejemplo, de Goya, y especialmente del Goya que realiza las Pinturas Negras al final de su vida, totalmente desencantado con la situación de España después de las Guerras Napoleónicas, amargado, enojado con el mundo, odiando a todxs. Miura, por momentos, hace un uso del negro y del claroscuro, pinta masas amorfas de seres realizando cosas espantosas que no se distinguen bien, muestra la carnicería como un conjunto de manchas, y todo eso me recuerda a Goya.
En otros pasajes, sin embargo, las formas y cuerpos que Miura dibuja toman una definición mucho más clara, con líneas elegantes y muy detallistas, sin abandonar una presentación cuasi-cristiana que remite a la eterna lucha entre el bien y el mal, a la caída en desgracia de algún ángel, a los enfrentamientos apocalípticos del fin del mundo. En esos momentos, me recuerda muchísimo a los impresionantes grabados de Gustave Doré realizados para ilustrar la Divina Comedia de Dante o el Paradise Lost de Milton.
En los momentos más absurdos, en los monstruos más rocambolescos, no puedo evitar sentir que hay una profunda influencia de la caricatura política inglesa, puntualmente del demente de James Gillray y de John Tenniel, quién pasó a la historia como el primer ilustrador de Alicia en el País de las Maravillas, pero quién también era caricaturista político e ilustrador satírico. En particular cuando dibuja, por supuesto, al Jabberwocky, pero también cuando grafica a la Reina de Corazones con su cabeza gigante, ya que Miura es un gran maestro de la caricatura y de la deformación de rostros y gestos, como casi todos los mangakas.
Finalmente, no puedo evitar sentir que este monstruo, una ballena mutante poseída y manejada por brujos de Kushan, una región del mundo de Berserk basada en la India y el hinduismo, está directamente inspirado en esta ilustración del virus del cólera de J.J. Grandville, el grandísimo caricaturista francés cuyos libros están todos protagonizados por animales haciendo cosas de humanos.
Y para concluir una reflexión que les dejo esperando sus opiniones: ¿no les parece que nuestro Kentaro Miura es Quique Alcatena?
La piratería y el alma de la cultura
Este es un tema que quiero tocar hace bastante y que me produce mucha ambigüedad al escribir sobre él porque no existen, creo, respuestas sencillas. El motivo por el cual estuve pensando recientemente sobre la piratería está vinculado al mundo del comic. Es una discusión usual en la twittosfera de comics yankees, que vuelve de manera cíclica ya que muchxs autorxs de historieta se muestran profundamente en contra de la piratería. En general, la discusión gira alrededor de dos polos: bajar historietas está mal porque daña económicamente a lxs autorxs, que ven sus series canceladas o sus proyectos truncos por las bajas ventas (lo cual, en muchos casos, es cierto); bajar historietas está bien porque las historietas son caras y no llegan a todos los lugares del mundo y si uno las baja, la mayoría de las veces, está realizando un acto de amor y de interés y, quizás, más adelante, pueda conseguir el dinero para comprarlas (lo cual, en muchos casos, es cierto).
Un twittero que me cae bastante bien, RobertSecundus, resumió el argumento de una manera un tanto más original. Presento aquí una versión abreviada y traducida de este thread que habla puntualmente sobre la situación en la industria del comic norteamericano:
“Creo que sería útil dar un paso atrás y mirar a los dos *ostensiblemente* diferentes “lados” de esta discusión. 1: freelancers de clase trabajadora que a menudo apenas pueden arreglárselas, que ven los números de la piratería y piensan: “si los piratas comprasen mis comics, podría pagar un seguro médico. La industria podría expandirse. Y todo no estaría a un paso del desastre todo el tiempo”.
2: consumidores de clase trabajadora que ven el medio que crecieron amando y piensan: “ojalá pudiese seguir pagando por los comics. Este mundo es un infierno, y solían ser mi único escape. Si no pago de cualquier modo — ¿qué daño hace? Y especialmente si es un comic que es propiedad de una megacorporación. Con ese nivel de riqueza ¿acaso no es como robarse un chocolate de Walmart? ¿Casi sin consecuencias?”
Estos son los dos grupos que se enganchan en este debate sobre la ética de forma repetida. Noten, sin embargo, que estos no son los dos grupos a los que normalmente *se dirige* el otro en el debate. El grupo 1 piensa en general en todos los lectores de clase media (o hijos de padres clase media) a los que no les importan cosas como las cifras de venta o la seguridad laboral de los freelancers. El grupo 1 piensa en todos los piratas que podrían comprar comics, pero eligen no hacerlo.
El grupo 2 piensa generalmente en las personas que toman decisiones en esas corporaciones – gente que podría, por ejemplo, continuar publicando un comic cuyo presupuesto total es menos que un error de contabilidad en la inmensa riqueza de la corporación, pero eligen no hacerlo.
El grupo 1 tiene razón que un montón de gente privilegiada podrían volver mejor a la industria al comprar aquello que aman.
El grupo 2 tiene razón en que el sistema de Granjas de IP de comics para Franquicias de Billones de Dólares es una mierda y mañana AT&T y Disney podrían decidir dispensar con la ficción de que les importan las ganancias o pérdidas en esa escala [la de la publicación de comics], y concentrarse en la calidad del producto. Calidad de algo que es, para ellos, sobre todas las cosas, ideas pre-escritas para productos por los cuales realmente se preocupan [películas, videojuegos, series].
¿Saben quienes no se involucran en el discurso? La gente que podría comprar comics si quisieran, y lxs ejecutivxs que podrían emplear a esos freelancers si quisieran. A ningunx les importa. No están en Twitter. No hablan de esto.
¿Notan algo más sobre los dos grupos?
Gente: están todxs en el mismo lado. Son gente de clase trabajadora involucrada con una cosa que aman que las corporaciones han decidido es un bien de lujo. *Parecen* dos grupos diferentes en Twitter, porque se han visto divididos por la gente que realmente tiene poder.
[…]
Y quizás todos nos ayudaríamos más dándonos cuenta que ambos lados son el mismo lado y que debatir la Ética de la Piratería no va a cambiar nada, y que en cambio los sistemas más amplios son el verdadero problema. Los verdaderos problemas son el congelamiento de los salarios y los abusos de las corporaciones a los freelancers. La falta de un salario mínimo más alto y la falta de un sistema de salud universal son parte del verdadero problema aquí, no el número de gente pirateando comics.”
Si bien este hilo se refiere a la industria del comic norteamericano, creo que es bastante trasladable a cualquier industria cultural que apenas subsiste basada en el entusiasmo y en la dedicación de un grupo de creadores y de audiencias. La música indie, la poesía y la literatura independiente, el cine indie y artie realizado fuera del sistema de blockbusters, etc. Lo que se dice sobre las corporaciones es igualmente aplicable a otros grandes males de nuestra época en cuanto al acceso libre a la cultura y la posibilidad de poseerla como son las plataformas. Spotify, Netflix, Disney+ y otras han secuestrado nuestro derecho a poseer copias del material que consumimos, y solo nos brindan acceso. Las grandes batallas de principios de los 2000s por convertir a la internet en un espacio anárquico donde la gente compartía información y cultura de manera pirata han sido retrotraídas, en gran medida con el consentimiento de los propios consumidorxs que eligieron la comodidad y la portabilidad por sobre la libertad de hacer lo que quisieran con los productos culturales que consumían. A mí esto siempre me pareció un retroceso enorme, pero también me cuestiono el hecho de que el método de bajar cosas compulsivamente y acumularlas solo porque sí no brinda ningún beneficio económico directo a los creadores y a menudo se parece bastante a ser Smaug sobre la montaña de oro.
Pero hay algo del hilo de más arriba que si me parece muy notorio y rescatable como, quizás, una alternativa de futuro: su dimensión de clase. El reconocimiento de que tanto quienes producimos como quienes consumimos cultura (en su inmensa mayoría, no estamos hablando aquí del 1% de megaestrellas millonarias) somos gente de clase trabajadora y clase media que tenemos mucho más en común que de diferente, y que deconstruir el sistema de la cultura que nos convierte más en esclavos que en gente que disfruta implica un radical repensamiento de las formas en que se produce, de las formas en que se comparte y de las herramientas y sistemas que hemos construido con el paso del tiempo para que así sean las cosas.
Eso me llevó a bucear un poco en algunas otras perspectivas y gracias a Sergio, quién también fue mencionado en el newsletter de Eze del miércoles (is this a crossover episode?), llegué a la página del Partido Interdimensional Pirata, que propone justamente eso: volver del compartir y del cuidado, de las prácticas colaborativas, toda una ética que no solamente desestructure las formas que tenemos de consumir y compartir cultura, sino que se convierta en la base para un nuevo vínculo social. Algo de eso está presente en su manifiesto “Yo Quiero Ser Pirata”. Pero también se encuentra, por ejemplo, en esta «Historia del Copyright», de Rick Falkvinge, fundador del primer partido pirata, que traza de una manera muy clara como el copyright surgió como un instrumento de control, y que si bien durante mucho tiempo fue utilizado como una herramienta al servicio del autor, con el paso de los años y la llegada de las megacorporaciones que dominan nuestros sueños, volvió a ser aquello que fue en un primer momento: una herramienta para impedir la copia inspirada, la modificación del acervo inmaterial de la humanidad, el juego entre sujetos creativos.
Y hay otra dimensión de la piratería que a mí me parece clave y que casi no llegué a tocar aquí: la idea de la copia y la preservación de la misma por unos cuantxs entusiastxs como método de hacer archivo y evitar que mucho de ello se pierda. Si bien parece inconcebible, si algún día las plataformas desaparecen porque el ecosistema de medios cambia, se interrumpe el acceso a la cultura que damos por sentada. Y no es tan inconcebible: es exactamente lo que pasó cuando MySpace “borró accidentalmente” 50 millones de canciones que habían sido subidas a la plataforma entre 2003 y 2015. Este artículo que leí esta semana, que habla en realidad de como la internet se está pudriendo por la pérdida de links y la caída de páginas, también toca este tema de refilón: hemos construido un ecosistema digital en el cual no hay garantía de perdurabilidad, y allí los únicos que parecieran estar dispuestos a preservar la información son aquellxs piratas obsesivos que guardan “por las dudas” y aquellas instituciones sin fines de lucro, como el Internet Archive, que creen en una ética de la preservación.
Cómo con muchos otros temas, este también es muy complejo, y no pretendo haber ofrecido aquí una respuesta última, sino algunas puntas para repensar un debate que a menudo tiende a convertirse en una lucha entre hombres de paja.
Con esto llegamos al final. La recomendación musical de esta semana es scuro chiaro de alessandro cortini: ambient sumamente fino, ideal para trabajar o relajarse. Nos vemos en dos semanas, les mando un abrazo. Cuidense mucho y ¡Godspeed!