#15: Muchas Veces El Brujo Es Un Coyote
¡Hola, amigues! Bienvenides a la entrega número 15 de El Evangelio del Coyote, un newsletter sobre arte, política y basura. ¡El primero en salir por su nueva casa, Nuclear! Agradezco enormemente la invitación de Ezequiel y Florencia para sumarme a este nuevo y maravilloso medio, y espero estar a la altura.
Para aquelles que se han unido esta semana, les comento que el newsletter antes tenía su hogar en Substack. Allí se publicaron 14 entregas, a las cuales se puede acceder aquí. Es por ello, también, que arrancamos en el 15: esto no es un reboot. En este newsletter encontrarán, como reza su subtítulo, arte, política y basura. O sea, esa triangulación que hace que la basura a veces sea arte, que el arte a veces sea basura, que los límites entre ambos sean imperceptibles (a pesar de las acciones policíacas de los protectores de la moral y las buenas costumbres), y que todo esté espolvoreado por una fina capa de política, porque todo coso es político.
En esta entrega: una explicación sobre el origen del nombre del newsletter, y de paso les cuento sobre uno de los mejores single issues de la historia de los comics de superhéroes; una alabanza a ese personaje extraordinario llamado Carmela Soprano; y una canción clásica de post-punk sobre la explotación laboral. ¡Vamos allá!
La fábula del creador cruel
En la primera entrega de este newsletter les dije que en algún momento iba a explicar su nombre. Creo que ha llegado el momento. Proviene del número 5 de Animal Man, escrito por Grant Morrison, dibujado por Chas Troug, entintado por Doug Hazlewood y con colores de Tatjana Wood, publicado por DC Comics en 1988. Hasta ese momento, el Animal Man de Morrison era un comic simpático, con toques ambientalistas, dedicado a un personaje secundario que estaba intentando encontrar su lugar en el nuevo universo DC. La primera saga, sin ser mala, no había mostrado demasiado. Morrison, por su parte, era un joven escritor escocés que estaba comenzando su carrera, y cuya principal obra hasta ese momento eran historias dispersas en 2000AD. O sea, prácticamente un nadie. O una potencia.
The Coyote Gospel (“El Evangelio del Coyote”) cambiaría todo eso y mostraría las cartas que convertirían a Morrison en Morrison. La historia se abre con un hombre conduciendo su camión a través del desierto, yendo a Los Ángeles. Acaba de levantar a una jovencita, una de tantas drop-outs de los Estados Unidos, que viene de un pueblito chico sin nombre y va a Los Ángeles con el objetivo de convertirse en actriz. Él le advierte que la vida es difícil en California, que si no fuese por su novio hubiese terminado adicto al crack o con SIDA. Ella le dice que va a ser una gran estrella. Cantan Roadrunner de los Modern Lovers y de pronto *algo* se aparece en el camino. No pueden evitarlo y lo atropellan. Él queda muy afectado y en las siguientes páginas entendemos porque al observar una escena de resurrección: la mancha en el pavimento en realidad es un coyote de ojos saltones y lengua afuera, que carga un pequeño cilindro en su cuello.
Corte a: Animal Man tirando la carne de su hogar, ya que decidió que su familia debería ser vegetariana. Ellen, su esposa, se enoja con él y él hace un berrinche y deja la casa. Ahí nos encontramos de nuevo con el hombre de la primera secuencia, que lo ha perdido todo: su trabajo, su madre, su pareja. Decidió que la culpa la tiene el coyote, “El Diablo”, que lanzó su maldición sobre él cuando lo atropello. Y se propone asesinarlo. Morrison traduce las persecuciones del Coyote y el Correcaminos a la narrativa superheroica: el hombre le dispara, le tira una piedra encima, y estalla una bomba que llama la atención de un Animal Man que vuela por ahí. Desciende y el coyote, ya reconstituido, le entrega un pedazo de papel guardado en el cilindro que cuelga de su cuello.
El papel es el evangelio y cuenta acerca de cómo Crafty, el coyote, harto de vivir en un mundo en el cual los animales se persiguen y se asesinan día tras día en una orgía de violencia en colores, decidió enfrentarse al lejano y cruel dios de su mundo, que reina desde su trono acompañado de su plumín. El dios le propone un trato: vas a vivir en el infierno (nuestro mundo) y morir cada día. Por todo tu dolor, por todo tu sufrimiento, yo haré la paz entre los animales. Mientras tú sufras, ellos descansarán.
Pero Animal Man no puede leer el evangelio pues es… un montón de manchas sin sentido, un montón de garabatos que podrían ser onomatopeyas o líneas cinéticas. En ese momento, el camionero le dispara a Crafty con una bala de plata, matándolo y condenando a su mundo, una vez más, a la violencia. El hombre muere pensando que ha aniquilado al diablo. Termina con esta página:
Este comic, para mí, es un objeto cultural perfecto. Por un lado, hay mucho en el mismo muy propio de los comics de superhéroes de los 80s: los personajes secundarios “normales” que aparecen en un solo episodio, sufren y mueren, y cuyo único objetivo es ilustrar la violencia moderna; el pánico a las ciudades, concebidas como antros de perdición, adicción y deseo (algo que emana de lo penetrante de las políticas culturales reaganianas, con su odio a las ciudades y sus subculturas y su exaltación de los suburbios); la inserción de tópicos “relevantes” para hacer de los superhéroes un texto “serio” (vegetarianismo, crisis del SIDA, drogas); el protagonista del comic como testigo de una historia en la cual no tiene agencia. Este último punto es un gran homenaje a ciertos comics de Steve Gerber de los setentas, específicamente a su Man Thing. Y también a los comics de terror de EC de los años cincuenta, en particular la estructura episódica, con personajes que no volverán, y el final irónico y con vuelta de tuerca.
Simultáneamente es la primera obra 100% morrisoniana en el sentido de ser una primera presentación, un prototipo, de muchas temáticas que trabajará toda su carrera. Por un lado, la preocupación con las capas constantes de ficcionalidad, con la idea de que el mundo que vivimos es simplemente uno de los posibles dentro de los estratos de la realidad, que abajo y arriba de este se esconden otros planos, otros mundos, con otras lógicas. Bajo el mundo de los superhéroes, está el de los dibujos animados. Por otro lado, su interés en las figuras redentoras y satánicas y su concepción de ambas como caras de un mismo proceso dinámico. El Coyote es a la vez Jesús y Satán: enviado por Dios a sufrir al mundo para expiar los pecados de sus criaturas, pero también un renegado, que se enfrenta a su creador y a cambio obtiene el exilio en una tierra yerma. Esto prefigura la obsesión de Morrison por Superman, Jean Grey y Batman como salvadores; y por Darkseid, Doctor Hurt y Cassandra Nova, como versiones del demonio.
Pero, sobre todo, es un comic profundamente triste. Porque Buddy Baker no entiende lo que el coyote quiere decirle, y el mensaje que lleva, su evangelio, la historia de su sacrificio y de su redención queda olvidado, se pierde, vuela en el aire. A diferencia de obras posteriores de Morrison, no existe salvación a través de la potencia ficcional, sino simplemente absurdo: de la vida y de nuestros afanes.
¿Y qué tiene que ver todo esto con el nombre del newsletter? Bueno, me parecía una buena ilustración de mis obsesiones y sus peligros: por la cultura pop y su riqueza, que puede trocarse igual de rápido en absurdo y futilidad; por los objetos culturales que hacen de su propia factura y del juego de ficción y metaficción su tema; por el potencial de la creación estilizada por reformatear nuestra cabeza. Y, a la vez, los críticos somos un poco como ese coyote: ustedes reciben lo que escribimos, y quizás lo entiendan y lo aprecien; o tal vez todo esto sea un diálogo de sordos.
El Evangelio del Coyote se pregunta: ¿es posible salvarse a través de la cultura pop? Y a veces, en los días en los que está optimista, cree que sí, y a veces, en los días en los que la cultura parece una gran factoría, piensa que no, y que todos estamos condenados.
Yo no quise ni quiero nada para mí
Estuve viendo muy pocas series y películas, porque estoy atravesando un rewatch de Los Sopranos hace varios meses. Y es una serie larga, compleja, densa, que no se presta para nada al binge watching. Más bien es todo lo contrario: cada capítulo es bastante unitario y desarrolla un problema y una historia; no tiene cliffhangers; y la progresión narrativa es morosa, inesperada. Es una serie que se encuentra unida mayoritariamente por temas y problemas, no por ganchos narrativos. En otras palabras, una serie creada antes de la nefasta influencia de Breaking Bad y Netflix.
Hay un lugar común que dice que la primera generación de series de la “era dorada de la televisión” están centradas en hombres complejos que ilustran diversas variantes de la masculinidad tóxica. Desciende directamente del libro Difficult Men de Brett Martin. Y si bien es cierto, creo que solo cuenta la mitad de la historia. Al menos en el caso de Los Sopranos, aunque también es aplicable a Mad Men o Deadwood (no necesariamente a The Wire, por ejemplo). Porque en Los Sopranos el peso de la femineidad y de las mujeres es inmenso. Es aquello sobre lo cual se construye, en oposición, pero también bajo su égida, Tony Soprano. Es lo que le dice la Dra. Melfi desde el principio. ¿Quién es el villano en las dos primeras temporadas? Por supuesto que Livia Soprano. ¿Quiénes tocan el corazón de Tony más que nadie, quienes lo enfurecen y dejan al descubierto sus peores miserias? Pues las mujeres.
Dentro de la panoplia de personajes femeninos fascinantes con los que cuenta Los Sopranos hay uno, sin embargo, que reina supremo: Carmela Soprano. Reviendo la serie me di cuenta de cuán importante es Carmela para su narrativa, y cuanto es co-protagonista. Es el reverso de Tony en casi todos los aspectos, un reverso que también es tal por la férrea y tradicional división de roles que existe en esa italianidad. Tony sale, Carmela se queda en casa; Tony come, Carmela cocina; Tony se acuesta con cualquiera, Carmela tiene relaciones platónicas que no llegan a ningún lado; Tony se enoja como un niño, Carmela acaricia la frustración durante años. De hecho, si hay un sub-plot que me parece absolutamente fascinante es el de sus amores no correspondidos. Porque es una constante. Carmela se la pasa deseando a otros y no pudiendo hacer casi nada al respecto. Temiendo o culpable. Cuando finalmente se decide, la figura de su marido, casi siempre, disuade o asusta a sus potenciales amantes.
Y, sin embargo, allí está Carmela, siempre firme, sin perder el control, sin hacer escándalos, sin dejar que su frustración genere lo peor en ella, como siempre le sucede a Tony. Es bastante impresionante como en la figura de Carmela se aúna por un lado la figura de la esposa, por supuesto, pero también de la madre y de la Madonna en el sentido más bíblico y tradicional: una figura central pero cuyo rol, también, depende de su condición subalterna. Madre de Jesús, emparentada en Divina Concepción con el Espíritu Santo. Uno de cuyos modos de representación más usuales es la Pietá: la imagen de la virgen expresando compasión, dolor y amor por su hijo muerto.
Carmela, en gran medida también gracias a la actuación descollante de Edie Falco, es esa Madonna, esa figura de Pietá. Condenada a cargar con la cruz de ese hombre que ya no quiere (o con el cual tiene un acuerdo que no incluye el amor) y a sufrir en silencio, a habilitar, en cierta medida, la iniquidad de ese hombre con su sufrimiento. Carmela, en ese sentido, es el reverso de Livia Soprano, la mujer que no solo nunca quiso a su hijo, sino que incluso lo intentó asesinar. Por algo la Dra. Melfi, ese otro gran sostén femenino de Tony, le dice que es la única elección correcta que realizó con las mujeres, y que por ello nunca la dejará.
Carmela, además, tiene una cualidad de la que Tony carece y que, sin embargo, es central a la noción tradicional de familia en los dos sentidos que le da la serie, de sangre y mafiosa: la lealtad. Tony se llena la boca hablando de costumbres, de tradiciones, de honor y de lealtad, pero verdaderamente no la tiene. Puede robar la mujer de su amigo, matar impulsivamente a alguien que depende de él, enviar a alguien que lo molesta a la cárcel. Es esta falta de lealtad, la continua aparición de sus sentimientos que atentan contra la manera de hacer las cosas en la mafia, lo que finalmente causa su caída. Pero Carmela, sin grandes declaraciones, vive de acuerdo a la lealtad. Hacia sus amigas, hacia su familia y, fundamentalmente, hacia Tony, a quién ayuda a sostener esa gran ficción que es su pareja, que sin embargo es necesaria para su presentación pública en el contexto de una familia italiana tradicional. Es por ello que sus amoríos truncos, sus relaciones platónicas, son tan dolorosas: porque sabe que el rol que ha decidido asumir en ese ecosistema social es más fuerte que su deseo.
Carmela es, también, todo un manifiesto estético, y en ese sentido, al rever Los Sopranos se comprende de donde salió Matthew Weiner y Mad Men. Las uñas, los pantalones, los peinados, los sillones de su casa, las joyas rococó, las fuentes de comida, la cama en la que duerme con esa reproducción de un cuadro renacentista gigante detrás del respaldo, la manera en que tuerce los labios en una mueca que es a la vez resignación, sorpresa y expectativa, su ropa de gimnasia. Todo ello compone un personaje que es a la vez un mundo, la consecuencia de décadas de tradición cultural y de una cierta idea sobre lo que es el éxito y el lujo, la heredera de una iglesia católica llena de fastos y decoraciones.
Finalmente, Carmela es un personaje poderosísimo en la manera más prosaica posible: su comida. Los Sopranos es una serie en la cual la comida juega un rol central, especialmente como aglutinante social y como ritual, y la emperatriz de esos momentos es Carmela. Gran parte de su vinculación con el mundo, con el amor, con el cuidado, es a través de la comida. Y que ganas por favor de probar la comida de Carmela Soprano. Esas pastas, esos dulces, esas carnes. La manera en que su familia da su comida por sentado es simplemente una de las ilustraciones más terribles del slogan “eso que llamamos amor es trabajo no pago”.
Balada del proletario
Este señor con cara de intensidad de Howard Devoto:
Howard Devoto supo ser uno de los miembros fundadores de Buzzcocks, con los cuales solo sacó un EP, el famoso e influyente Spiral Scratch, en el cual se encuentra Boredom, una de las mejores canciones punk de la historia, y una de las favoritas de Edwyn Collins, quién luego la referenció en Rip It Up, en uno de los momentos más posmodernistas y épicos de todo el post punk. Luego de que Devoto se fuese, los Buzzcocks se convertirían en una banda de precisión punk bubblegum, sacando una seguidilla de singles extraordinaria y una compilación que aún hoy rankea entre los discos más avasalladores del punk.
Devoto, por su parte, demasiado intelectual para los adolescentes que se rasgaban la ropa y se clavaban alfileres de gancho en la nariz, daría forma a Magazine, una de las primeras bandas post-punk, y una de las mejores. Caracterizada por la voz nerviosa y medio ratonil de Devoto y las guitarras filosas como un alambre de púas de John McGeoch, Magazine era el tipo de banda de post punk que parecía formada por estudiantes de posdoctorado muy enojados. La mayoría de sus canciones hablan sobre el miedo, la alienación, los nervios, la paranoia, acerca de cómo todos estos sentimientos alimentan nuestras relaciones y nuestra posición política frente al mundo. Es bastante impresionante como muchas de las mejores canciones post punk parecieran no haber envejecido casi nada: sus temáticas nos hablan tan bien a nosotros que vivimos en el 2021 como a aquellos ingleses grises y maniaco-depresivos de finales de los 70s.
Hay una canción puntual de Magazine que me vuelve loco hace muchos años y es Model Worker (aquí, en el audio original). Hay dos motivos: el primero es la melodía, que es la típica melodía que va para adelante, bien punky en la ansiedad, pero con algo carnavalesco. La magia, para mí, es la interacción entre una línea de bajo bien gorda y bien presente, de esas que parecen diseñadas para ser la banda sonora de una persona caminando con energía por la calle al principio de una película, y el teclado, que aparece en los estribillos sonando como sirena de fábrica. Es un tipo de teclado saltarín y circense que es bastante común en las canciones punk. Por otro lado, la letra. Según Genius es “una canción de amor situada en la cada vez más opresiva Unión Soviética de los 1970s”. Y si, puede ser, todas las imágenes que conjura tienen un color decididamente soviético: “Estoy harto de trabajar el campo / Quiero trabajar con máquinas y verme guapo”; “Y solo quiero saber / Mientras dure la revolución / ¿Me permitirá tragar vidrio?”. La primera estrofa trae a la mente (al menos a mí) esos posters de la Revolución Rusa en donde los trabajadores eran un parangón de quijada cuadrada. La segunda es una clásica exclamación de decepción ante las promesas y límites de la revolución, que nos deja “masticando vidrio roto” intentando explicar porque las cosas no son tan malas.
Pero, como dije más arriba, me es muy difícil escuchar esta canción y no pensar en el presente. Devoto canta “Estuve complaciéndome en una demostración ostentosa / Haciendo poco más que comer tres comidas al día”: el grado cero de lo necesario para sobrevivir como un trabajador, presentado como un logro. ¿Quién no se siente un poco identificado, especialmente en este último año y medio de turnos sin fin, disponibilidad perpetua a través de Whatsapp, extensión de la jornada laboral a los fines de semana e imposibilidad de tomarse vacaciones? La letra de Devoto se puede leer como una microhistoria del capitalismo: del campo a la fábrica al freelanceo interminable sin costuras ni limites ni descansos. Y también el cinismo del amor: “Pero como me amas / voy a ser un trabajador modelo”. A mí me pasa casi siempre: si mi vida amorosa va bien, la explotación es más fácil de tragar.
The bat and the pussycat
Esta semana Justin Halpern, showrunner del programa de dibujos animados para adultos protagonizado por Harley Quinn, confesó que DC Comics le pidió que borre una escena en la cual Batman le chupaba la concha a Catwoman. Era imposible hacer eso, dijeron, “porque es muy difícil vender juguetes para niños si Batman chupa concha”.
La internet, por supuesto, se volvió loca. Yo postié este twit:
Y recibí respuestas de lo más variadas e interesantes:
¿Y ustedes que opinan? ¿Batman chupa concha?
La recomendación musical de esta semana es Algo Nuevo, el hermoso EP debut de La Doña, una artista de San Francisco que hace una mezcla entre cumbia, reggaetón y toques de ranchera que es más pegajosa que la mierda. Con esto nos despedimos hasta dentro de dos semanas. Cuídense mucho, un abrazo, y ¡Godspeed!