#14: Travesía En El Laberinto
Amigues, bienvenides a la catorceava entrega de El Evangelio del Coyote, un newsletter sobre arte, política y basura. En esta entrega, unas palabras sobre Inside, el especial de Netflix de Bo Burnham que me voló la mente; sobre El Gran Simulador, el fantástico documental sobre René Lavand de Néstor Frenkel; y sobre Cuphead y la noción de dificultad en los videojuegos.
Pero antes: UN ANUNCIO. A partir de la próxima entrega el newsletter va a tener un nuevo hogar: Nuclear, un nuevo medio digital construido bajo tres grandes ejes rectores: ambientalismo, tecnología, feminismo. El sitio AÚN NO ESTÁ ONLINE, así que esto es una completa exclusiva de El Evangelio del Coyote. Dirigido por Ezequiel Vila, mememaster y editor de la revista Replay, y Florencia Minici, previamente editora de Mancilla y miembra fundadora de NiUnaMenos. Estoy contentísimo y muy halagado de que me hayan invitado a sumar este humilde newsletter a su sitio, que aspira a convertirse en un espacio transversal e intergeneracional de reflexión política y cultural. No será mi única colaboración con el sitio, pero mejor tender un pequeño manto de intriga sobre el resto. Ustedes, fieles lectores, no tienen que hacer absolutamente nada: la próxima entrega llegará a su casilla como siempre, pero desde un nuevo hogar. A bold new era begins…
Un Año En El Motor de un Autobús
Bueno, vi el especial de comedia (¿comedia musical?) de Bo Burnham en Netflix, Inside, por el cual están todos muy emocionados en Twitter. Y la verdad que es todo lo bueno que dicen. A Burnham lo conocí a través de la fantástica Promising Young Woman pero el tipo tiene una carrera bastante asombrosa desde los 16 años, cuando comenzó a subir videos a YouTube. Fue el comediante más joven en tener un especial en Comedy Central, dirigió varios especiales de comedia de otros, creó su propia serie, sacó un libro de poesía y dirigió una película (Eight Grade) que no vi pero que todo el mundo me recomendó. O sea: un geniecillo precoz, con todo lo bueno y todo lo fastidioso que eso conlleva para el común de los mortales.
El especial fue filmado a lo largo de varios meses del 2020 y el 2021 en una habitación de la cual Burnham no sale jamás, solo modifica con enorme maestría para generar escenarios similares a los de videos musicales caseros o videos de Youtube con cierto nivel de producción. La habitación es un escenario cuidadosamente desordenado y caótico, que refleja el estado mental progresivamente colapsado del cómico [Sin embargo, me quedaron algunas dudas sobre si esto fue realmente filmado con ese nivel de aislamiento y, sobre todo, si la vida de Burnham en este último año solo transcurrió entre esas cuatro paredes: ¿dónde está el baño?, ¿cómo puede dormir en ese sillón desplegable? ¿por qué no ordena un poco? ¿dónde está su pareja? Esa ficción de encierro, sospecho, es simplemente eso: una ficción]. El concepto gira alrededor de Burnham encerrado por la pandemia lo cual lo lleva a filmar un especial cueste lo que cueste, tome el tiempo que tome, que tenga como temática al aislamiento y, sobre todo, la vida experimentada casi exclusivamente a través de la internet a la que nos sometió la pandemia.
Tiene un despliegue de virtuosismo bastante asombroso. Burnham canta, toca música, edita, dirige, arma sets, toma cientos de decisiones estéticas que tienen como objetivo burlarse de las diversas estéticas de la internet. Algunas de las canciones, que generalmente se mueven dentro del synth pop y el pop electrónico en general, son excelentes. A veces, quizás, es un poco demasiado inteligente, demasiado autoconsciente. Por ejemplo, en la primera canción en la cual pide disculpas por hacer comedia en estos tiempos difíciles siendo un hombre blanco, cuando simultáneamente la está haciendo. Es un claro ejemplo de tener tu pastel y comértelo también, pero se le perdona porque el tipo es muy talentoso.
Se le perdona, además, porque todo el especial es profundamente recursivo: varias escenas muestran a Burnham mirando sus propios videos con cara inexpresiva, deprimida o de hartazgo, como un metacomentario sobre el metacomentario que está haciendo sobre la internet. Simultáneamente critica la creación incesante de contenido a la vez que acepta que lo que está haciendo es crear contenido incesantemente, porque esa parecería ser la medida de nuestra individualidad en el siglo XXI. En Los Sopranos, en un momento, Silvio le dice a Paulie: “Solo sos tan bueno como tu último sobre, sabés eso”. Para nosotros parecería ser: “Solo sos tan bueno como tu último posteo”. Esto llega al paroxismo en un momento en que comienza a hacer un reaction video a una de sus canciones, y luego el reaction video continúa y se convierte en una reacción a su propia reacción, como en una de esas portadas de comics basadas en el efecto Droste en la que un personaje sostiene el mismo comic que nosotros, en la realidad, estamos viendo, produciendo un efecto recursivo hasta el infinito. Como dije, está repleto de críticas a la vida hiperconectada, a la gamificación de nuestras reacciones y de nuestra sociabilidad, a la entrega de todos nuestros datos y de todas nuestras vidas a gigantescas corporaciones, a Jeff Bezos. Pero a la vez plantea una situación muy angustiante y muy problemática, porque la crítica toma la misma forma de aquello que está criticando, y las reacciones de Burnham a su propia producción denotan que el mismo sabe, en algún lugar, que está alimentando a la maquinaria y no sabe cómo escapar.
En ese sentido, el título del especial en sí mismo es un síntoma y una advertencia. Porque la sensación que me dejó a mí, al menos, es que es imposible pensar en un afuera. No solo en el afuera del hogar, el afuera de la pandemia, el retorno a una vida más o menos normal, sino también en el afuera de internet, del digitalismo. Un especial de comedia publicado a través de Netflix; armado con una enorme cantidad de tecnología y materiales comprado por Amazon y entregados prolijamente de manera tal de hacernos olvidar nuestras carencias a través del consumo; pensado para ser discutido, alabado y criticado a través de las redes sociales.
Ahí entra la otra dimensión que me impactó mucho: su reflexión sobre la salud mental. Burnham también filma su lento colapso, su llanto, su depresión. Para decirlo rápidamente: me angustió un montón. Me angustió un montón porque me sentí profundamente identificado con todas las etapas de la desolación cuarentenil que Burnham presenta. Los intentos de estar bien, la creación de rutinas para sostener la subjetividad, la destrucción de esas mismas rutinas, la falta de sentido, la búsqueda desesperada de conexión a través de las redes sociales, las pocas ganas de levantarse a la mañana, la caída estrepitosa de la productividad que intentamos cubrir lanzándonos, como Burnham, a hacer nuevos proyectos que nos consumen. Porque también es como una larga sesión de terapia vinculada al miedo de Burnham a hacer stand up, a sus ataques de pánico en escena. O sea: si un tipo mega talentoso con las credenciales de niño genio se siente psicológicamente devastado por la vida que vivimos e incapacitado de hacer aquello que ama, ¿qué nos queda para el resto? En ese sentido, la obsesividad con la que Burnham multiplica pantallas, recursos y con la que se filma a sí mismo pareciera ser un pedido de ayuda y una interesante ruptura del dispositivo, pero en el fondo sigue atrapado en el laberinto.
La sensación final que deja el especial, al menos a mí, es de profunda inquietud. Es un producto con una factura estética impecable, super interesante en sus reflexiones, con una personalidad en el centro que exuda carisma, pero… ¿hay algo allá afuera además de estas grageas que critican desde la panza de la bestia? ¿Hay algo más que estar solos pero juntos en este hellscape que hemos construido con voluntad y tezón en el siglo XXI?
No Se Puede Hacer Más Lento
Lo otro que vi esta semana es el genial documental de Néstor Frenkel sobre René Lavand. Para aquellos que no conocen al personaje, René Lavand es uno de los ilusionistas (no le gustaba que le dijesen “mago”) más conocidos (no sé si no será el más conocido) de Argentina. Perdió la mano derecha en un accidente cuando tenía 9 años, y ese evento lejos de traumarlo y de desanimarlo, lo llevó a “los juegos”, como él mismo les decía a los trucos de cartas que realizaba, y a obsesionarse de tal modo con ellos que se pasó toda una vida practicando e innovando, “experimentando” en “su laboratorio”: un paño verde sobre el cuál desplazaba sus manos y extendía las barajas.
La particularidad de Lavand no consistía solo en su especialización en los trucos con naipes, sino que se vanagloriaba de hacerlo con enorme maestría y lentitud. De allí su famosa frase “No se puede hacer más lento”. Como en un acuerdo de caballeros, Lavand parecía dejar todas las herramientas a disposición de su compañero de juego para que pudiese descubrir el secreto. Pero, justamente, su habilidad era tan magistral y sobrenatural que nada podía desarmar la ilusión, que se develaba hermética.
El documental de Frenkel filma a Lavand a principios de los 2010s, pocos años antes de morir, y lo enmarca casi enteramente en su casa de Tandil, uno de esos búnkeres de artista singulares, en donde cada pieza de decoración cuenta una historia que oscila entre lo kitsch y lo encantador. [Debo decir que, en un momento de pensamiento paranoico y recursivo, y en sintonía con la temática de la película, me puse a sospechar: ¿y si esa casa que se muestra fuese en realidad un set perfectamente diseñado por Frenkel para transmitir una cierta idea sobre el artista Lavand? ¿Y si todo el documental en sí mismo fuese una ilusión?] Allí, Lavand filosofa sobre la vida, el arte, la práctica, la enseñanza, la fama, la vejez, la personalidad y el amor. Es un documental con un dispositivo de enmarcado super sencillo, pero que funciona por la luminosidad y fortaleza de su personaje principal, uno de esos viejos encantadores que pareciera que siempre fueron así, y que toda su vida ha sido simplemente como la presión constante sobre la piedra que la vuelve diamante.
Algunos motivos por los cuales me parece un gran documental:
1) Por su celebración de la vejez y de la tozudez. Con mi amigo Rodrigo Ottonello hemos discutido a menudo acerca de la dicotomía vejez-juventud, dado que yo soy un enamorado y un defensor de la juventud (lo cual, por momentos, me vuelve un toque ageist) y Rodrigo ama a los viejos, en quienes encuentra una condición huraña que los separa del mundo moderno y de la caza de lo último que está de moda, que siempre fenece, para privilegiar la persecución de la particularidad y la obsesión, lo que nos hace absolutamente únicos, la retirada voluntaria de un mundo que les produce malhumor. Debo decir que esta caracterización se aplica de manera perfecta a Lavand, y es parte de lo que lo hace tan atractivo.
2) En segundo lugar, me parece hermosa la filosofía del arte que exhibe Lavand (porque él se consideraba, con mucha justicia, un artista) que está basada en la práctica y la repetición, pero también en la innovación. En un cuidadoso equilibrio entre trabajo e inspiración. En un momento menciona que antes actuaba con un bastón, y le llama a esa época su época de experimentación, una experimentación de la cual rápidamente abjura, diciendo que cuando descubrió “su personalidad” toda su vida fue un trabajo de acentuar esa personalidad, esos rasgos que lo hacían ser él. Si bien yo tiendo a pensar que las personas estamos hechas de multiplicidades, y que la personalidad es algo contingente y cambiante, también me parece fascinante la postura contraria, que concibe a las personas como prototipos en estado de constante perfectibilidad, hasta que se llega a ser “lo más uno que se puede ser”. Como si fuese el pedazo de mármol que contiene en potencia a la escultura, y frente a la cual el escultor, más que crear algo nuevo, simplemente devela a golpe de cincel lo que siempre estuvo ahí.
3) El documental me hizo pensar, una vez más, sobre la magia. En la primera entrega del newsletter reflexioné sobre ella a raíz de Aleister Crowley y la idea de que el mundo está hecho de símbolos, y que a través de la manipulación de esos símbolos podemos modificar el mundo. En cierto modo, el ilusionismo se apoya sobre el mismo principio, solo que invertido: sabemos que esos símbolos que recibimos son falsos, pero elegimos creer que lo que está sucediendo es una modificación de la realidad que sabemos, en nuestro fuero íntimo, es imposible. Lo cual me lleva a preguntar hasta que punto, cuando un truco está bien ejecutado, es realmente falso: si en definitiva sus consecuencias (el asombro, la maravilla) son absolutamente reales. Es aquí el momento en que el ilusionista se erige, en definitiva, como el guardián de la realidad: porque es quién resguarda el truco, la verdad. Por eso siempre me parecieron espantosos y hasta nocivos esos programas que revelaban famosos trucos de magia: no quiero saber la verdad, quiero que me mientan con maestría, sin sutura, de manera tal que esa mentira se vuelva una verdad. Es lo mismo que me pasa con el arte, que en definitiva no es distinguible de la magia, y creo que allí descansa el centro de la cuestión también para Lavand: en la práctica y la orfebrería que hacen que uno se desarrolle como un artista que es capaz, por un momento, de torcer ese consenso que llamamos “realidad”.
Cuantas Veces Me Morí
Casi casi que estoy por terminar el Cuphead. Ese jueguito hijo de puta que estoy jugando desde el año 2018. ¿Por qué tanto tiempo? se preguntarán. Bueno, porque soy muy malo como jugador. En general me demoro muchísimo en terminar los juegos, porque rara vez los agarro de manera obsesiva y les doy hasta terminarlos. Pueden pasar semanas entre que me siento una vez y me siento de nuevo. Lo cual es incomprensible, porque si hay algo que me desconecta del stress diario es jugar videojuegos. En fin.
Para los que no lo conocen, el Cuphead es un juego de “run and gun”, esos side scrollers en los cuales controlas a un personaje que corre por una pantalla evitando obstáculos (a través del salto) y matando enemigos (con un arma). Jugás como Cuphead o Mugman, dos hermanos que apostaron su alma en el casino del Diablo, perdiéndola. Entonces deciden hacer un trato con Mandinga: si ellos derrotan y recuperan las almas de un montón de pecadores que le deben guita a Satán, pueden recuperar la suya. Una de las características más llamativas y deliciosas del juego es que todo está diseñado como si fuese un corto animado de los años 1930, profundamente inspirado por los Hermanos Fleischer y las Silly Symphonies de Walt Disney, lo cual le da una presentación visual preciosa.
El juego consiste, entonces, en combates contra diferentes jefes de una dificultad bastante alta y que requieren de una enorme habilidad para ser derrotados. En general estos jefes se basan sobre un principio de saturación sensorial y visual: cada uno tiene muchos ataques, y varios secuaces que surcan la pantalla y te dejan muy poco espacio para esquivar u matar. La idea es desorientarte de inmediato y generar una situación en donde, hasta que aprendes las secuencias y movimientos, es muy fácil que te golpeen y te quiten energía. Energía que, además, es muy escasa: tenés solo 3 corazones. Además, cada jefe consiste en, por lo menos, 3 secuencias en las cuales va cambiando de apariencia y de ataque.
Intentar ganarlo me hizo pensar mucho sobre la dificultad en los juegos de video, y sobre la dificultad en la vida en general. O sea, sobre el concepto de lo dificultoso. Existe un discurso alrededor de los juegos de video que ve en la dificultad un valor, porque eso de algún modo “prueba” que uno es un gamer hardcore, que se dedica muchas horas a dar vuelta un juego y ganarlo, que se entrega al mismo. Pero la repetición a la que te somete Cuphead a través de la muerte incesante prueba algo ligeramente diferente, algo en lo que también me hizo pensar el documental de Lavand: dominar algo a menudo tiene que ver no con una habilidad sobrenatural, sino con la memoria. La primera vez que te enfrentás a un jefe en Cuphead todo es confusión y muerte… hasta que aprendés en que parte de la pantalla tenés que estar, que movimiento tenés que realizar, y como concatenarlo con los siguientes, hasta que desarrollas toda una secuencia que te permite ir avanzando. Eso exige una actitud mental que está muy lejos de ser la del habilidoso que sabe como responder perfectamente a cualquier dificultad: precisa de una despersonalización, de una combinación de atención y distancia que se parece bastante a un sueño. Los intentos más exitosos con jefes del Cuphead no me salieron cuando estaba concentradísimo respondiendo, sino cuando, de algún modo, lo que hacía parecía surgir de un lugar no enteramente consciente.
Y eso me llevó a reflexionar sobre como las cosas que, en un principio, nos parecen difíciles de la vida se vuelven fáciles a través de la repetición y de la práctica. Hasta tal punto que podés hacerlas en automático. La primera vez que me planté frente a un curso para dar clase estaba aterrorizado porque era una situación inédita, frente a la cual no sabía que esperar y que podía suceder. Solo cuando lo hice varias veces pude ir perdiendo ese miedo y entendiendo cuales eran los parámetros de la situación y prepararme para las reacciones posibles del aula. Y eso que dar clases (especialmente en el nivel primario o secundario) es la situación de inestabilidad por definición, y siempre puede aparecer un imprevisto que te desestructure todo. A lo que voy es a lo siguiente: ¿Cuánto de aquello que parece magia, que parece imposible, es en realidad el resultado de muchísimas horas de repetición y entrenamiento? ¿Cuánto nos quieren hacer creer que ciertos trabajos o ciertas actividades son inalcanzables para nosotros, cuando en realidad solo dependen de fracasar hasta conseguirlo?
Volviendo al juego, creo que Cuphead logra un equilibrio bastante elegante al ser lo suficientemente difícil para no aburrir, pero no tan difícil como para frustrarte y hacer que lo abandones. Aunque, en realidad, tampoco sé: al fin y al cabo, estoy jugándolo hace 3 años.
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Con esto llegamos al final. La recomendación musical de la semana es el clásico absoluto Wu-Tang Forever, el segundo disco del megagrupo de hip hop que lo cambió todo, que estuvo cumpliendo 14 años esta semana. Nos vemos en dos semanas, cuando este newsletter tenga un nuevo hogar en Nuclear. Abrazos gigantes, cuídense mucho y ¡Godspeed!