#13: Todo Lo Que Sé Es Que No Sé Nada, Y Ni Siquiera Estoy Tan Seguro de Eso
¡Hola, amigues! Bienvenidos a la decimotercera edición de El Evangelio del Coyote, un newsletter sobre arte, política y basura. En esta ocasión, un libro maravilloso sobre Montaigne y una obra muy poco conocida de Florencio Molina Campos. Además, el retorno de La Biblioteca Inexistente, la sección de recomendaciones de artículos que solía escribir para El Baile Moderno. ¡Vamos allá!
Una vida bien vivida es su propia recompensa
Hace unas semanas me llegó la recomendación de How to Live, or A Life of Montaigne in One Question and Twenty Attempts at an Answer, de Sarah Bakewell. Decidí arrancar con el libro de forma impulsiva porque estuve sufriendo una crisis de ánimo, de propósito y de identidad bastante profunda en los últimos meses a raíz de emigrar, el covid, el confinamiento y el invierno alemán, y un libro que profesaba responder a la pregunta acerca de cómo vivir me parecía sumamente necesario. Aquí hace falta una aclaración: nunca leí a Montaigne. Si, si, ya sé: “¿cómo vas a escribir algo sobre un autor que nunca leíste?”. Pero creo que a) ¿Cuántas veces llegamos a algo o a alguien a través de sus exegesis? ¿Cuántas veces leímos un libro que nos llevó a buscar otros discos, películas, libros? b) El trabajo de reconstrucción intelectual de Bakewell es tan preciso, y marcha sobre andariveles tan diversos, que este libro se constituye en su propia cosa, y es una puerta de entrada maravillosa al francés que inventó el género ensayístico.
De más está decir que el libro no responde a la pregunta. Mejor dicho: la responde de formas tentativas y provisorias. No es un manual de autoayuda (aunque tiene algo de eso) ni tampoco va a apaciguar el terrible terror existencial que nos aqueja. Pero es una biografía genial que esconde un tratado de historia de las ideas y de historia política. El género biográfico, me parece a mí, es complejo. Siento que es muy fácil que una biografía termine siendo la sumatoria de datos y eventos en la vida de una persona, listados cronológicamente, sin casi análisis. Y también porque algunas biografías, en su afán exhaustivo, recaen en una tendencia al detalle que hace que se pierda el paisaje general de una vida y que los eventos claves se confundan con los hechos insignificantes.
Bakewell sortea todos estos peligros porque escribe su biografía en tres niveles:
1) En primer lugar, sí es una reconstrucción cronológica de los hechos de la vida de Montaigne, desde su nacimiento e historia familiar de ascenso social de comerciante a noble (y que incluye el maravilloso detalle de que, en la Francia del siglo XVI, para ser noble “la regla principal era que vos y tus descendientes debían evitar involucrarse en el comercio y evitar pagar impuestos por al menos tres generaciones”); su formación intelectual (su padre decidió realizar un gran experimento y educarlo teniendo como primera lengua el latín); su amistad con Étienne de la Boétie, que marcó su vida; la larga década en la cual escribió la primera versión de los Ensayos; sus viajes por Europa; su labor como político, que lo llevó a ser consejero en el Parlamento de Bourdeaux, gobernador de la provincia, y a mediar entre Enrique III y Enrique de Navarra (luego conocido como Enrique IV) en el contexto de la Guerra Civil entre protestantes y católicos que asoló a Francia durante toda su vida; y su vejez y reescritura permanente de los ensayos, los cuales continuó modificando hasta casi su último día, dejando copias llenas de notas, agregados, correcciones, papeles pegados unos encima de otros. Pero cada uno de estos eventos es presentado por Bakewell de una manera que, a falta de un mejor término, podemos decir es “conceptual”: cada evento le enseña algo a Montaigne, y lo lleva más cerca de su objetivo declamado que es “aprender a vivir una buena vida”. La muerte, las guerras, la enfermedad; pero también el trabajo solitario y pacífico, la diplomacia y la amistad le enseñan el valor de la moderación, el deseo de escuchar a los otros, la necesidad de poner siempre las cosas en perspectiva y no perder la cabeza.
2) En segundo lugar, es un libro que sirve como una historia política de la Francia del siglo XVI. Al lado de la reconstrucción de la vida de Montaigne hay una historia sobre las Guerras Civiles y el reinado de Enrique III, y una historia sobre el siglo XVI y sus aspiraciones y temores. En un capítulo fantástico, Bakewell recompone los miedos milenaristas y apocalípticos presentes en Francia en el momento y la posición de Montaigne frente a ellos: no había que preocuparse tanto, dice el autor, porque la historia del mundo es larga, y el panorama total de la naturaleza demasiado vasto para angustiarnos por lo que sucede en un momento determinado. Nos desesperamos porque nos sumimos en nosotros mismos. La clave es mirar más allá. En un momento escribe: “Sería un montón si en cien años la gente recuerda de manera general que en nuestro tiempo hubo guerras civiles en Francia”. Por supuesto que esto puede escribirlo porque él era un noble al cual la guerra lo tocó bastante de costado y no arruinó su vida, pero sin embargo es una clave importantísima de su filosofía: nada es tan terrible si lo ves en perspectiva y con distancia. Además, esta historia es también la historia de la casi descomposición y recomposición de la institución rectora de la modernidad: el Estado, y de cómo el Estado surge como un contrapeso y un centro frente a las disputas religiosas.
3) Finalmente, y esto es lo más importante y lo más fascinante del libro de Bakewell (al menos para mí), es también un trayecto a través de las ideas que influyeron en Montaigne y de las lecturas posteriores, a lo largo de los siglos, de sus Ensayos. La autora reconstruye la influencia en Montaigne de las 3 grandes corrientes filosóficas helenísticas: estoicismo, epicureísmo y escepticismo. Estas tenían como objetivo:
lograr una manera de vivir conocida en el griego original como eudaimonia, a menudo traducido como ‘felicidad’, ‘alegría’, o ‘florecimiento humano’. Esto significaba vivir bien en cada sentido: prosperando, apreciando la vida, siendo una buena persona. También estaban de acuerdo en que el mejor camino a la eudaimonia era la ataraxia, que podría ser traducido como ‘imperturbabilidad’ o ‘libertad de la ansiedad’. Ataraxia significa equilibrio: el arte de mantener una posición estable, de modo tal que no te ponés exultante cuando las cosas van bien ni te sumergís en la desesperanza cuando salen mal. (Cap. 6)
Sin embargo, de acuerdo a los estoicos y epicureistas, el problema es que:
la habilidad para disfrutar de la vida se frustra por dos grandes debilidades: la falta de control sobre las emociones, y una tendencia a prestarle demasiada poca atención al presente. Si uno pudiese hacer bien estas dos cosas – controlar y prestar atención – la mayoría de los otros problemas se resolverían solos. El asunto es que ambas son casi imposibles de lograr. (Cap. 6)
A esto le sumaba el escepticismo pirrónico, cuya clave es que:
nada en la vida debería ser tomado en serio. El pirronismo ni siquiera se toma a sí mismo en serio. El escepticismo dogmático ordinario afirma la imposibilidad del conocimiento: está resumido en la observación de Sócrates: ‘Solo sé que no sé nada’. El escepticismo pirrónico parte de este punto y luego agrega, en efecto: ‘y ni siquiera estoy seguro de eso’. (…)
Los pirrónicos, de manera acorde, lidiaban con todos los problemas que la vida les podía tirar a través de una sola palabra la cual actúa de forma taquigráfica para esta maniobra: en griego, epokhe. Significa ‘suspendo el juicio’. (Cap. 7)
De este modo, Montaigne era un filósofo que se negaba a ofrecer respuestas últimas y juicios de valor determinados. Escuchaba a todos, pero no se casaba con ninguno. Presentaba argumentos a favor de uno y de otro. Desarmaba su propia posición a medida que escribía. Y esta postura signa el devenir de las lecturas posteriores de su obra, que Bakewell recompone de manera magistral. Del rechazo casi existencial de Pascal y Descartes, quienes sentían horror ante la posición Montaignesca de que no existiese un principio último de las cosas que le diese sentido al mundo; pasando por la relectura como libre pensador que hacen los libertinos del siglo XVII; la recuperación de los filósofos de la Ilustración, que veían en él a un cuestionador de las jerarquías y el poder que buscaban derrocar a través de su escritura; los románticos, quienes amaban al Montaigne que escribía sobre y admiraba a la naturaleza, pero despreciaban su posición mesurada, poco “caliente” y pasional; y Nietzsche, quién admiraba la falta de sistema de Montaigne, su filosofía práctica y auto-reflexiva, su cuestionamiento de todo y de todos, y la sardónica posición que este tenía para con aquellos que buscaban un principio rector de la vida más allá de la aceptación gentil de aquello que nos toca.
Como dice Bakewell: cada generación construyó el Montaigne que les convenía, y leyó en él aquello que necesitaba para su vida y para su evolución intelectual. La manera en que Bakewell se sumerge en esa tradición y la recompone y bucea entre hilos intelectuales diversos, a la vez que escribe con mucho humor y joie de vivre, como le hubiese gustado a Montaigne, compone un libro absolutamente delicioso. Ahora me tengo que poner a leer los Ensayos.
Persiguiendo a Molina Campos
Florencio Molina Campos fue un pintor y dibujante argentino que marcó la imagen de la gauchesca durante el siglo XX gracias a sus famosos calendarios producidos para la empresa de indumentaria Alpargatas, publicados entre 1930 y 1936, y luego entre 1940 y 1945. En ellos, el tipo inventaba una pampa típica que para ese momento ya estaba más que desaparecida, y, casi como un pintor romántico, recuperaba una visión de la vida campestre que tenía mucho de caricatura y exageración, pero también de bucolismo. Es famoso por sus personajes de ojos saltones y bocas grandes, grotescos, llenos de dientes. Además, Molina Campos conoció a Walt Disney en 1941, en una gira que llevó al animador y empresario a Latinoamérica, esponsoreada por el Departamento de Estado de los Estados Unidos. A Disney le gustó tanto lo que hacía que lo contrató como asesor para un par de cortos en los cuales Goofy se vestía de gaucho y mostraba las costumbres “típicas” de la pampa húmeda. Así es como se construye el mito: con capas y capas, como la Roma legendaria que yace bajo la ciudad real.
Pero la historia que quiero contar hoy es la historia de una obra de Molina Campos creada antes de todo esto, antes de que fuese Florencio Molina Campos, cuando era simplemente un colaborador más o menos anónimo en el vespertino La Razón: Los Picapiedras Criollos, también conocidos como Los Trogloditas. Es, también, una historia sobre como investigamos quienes investigamos, y las dificultades a las que nos tenemos que enfrentar, que a menudo hacen de la recomposición histórica una ardua tarea.
Encontré esta obra por primera vez en 2017, en el Museo del Humor, cuando todavía era dirigido por Hugo Maradei y en sus paredes se exponía su colección de originales. Allí, me topé con la siguiente imagen y explicación:
La cual me intrigó inmediatamente. ¿Qué era este dibujo extraño y desconocido para mí de quién había sido quizás la única presencia artística en el interior de muchas casas de clase media y trabajadora con sus almanaques de Alpargatas? ¿Cómo podía ser que no hubiese sido recopilada nunca, y que a menudo no se mencionase en las descripciones de su obra? Me llamaba la atención, también, por lo que decía sobre la falta de distancia entre el mundo del arte y el mundo de los impresos masivos: a principios de siglo no era nada inusual que un dibujante que luego se consagrase en el mundo del arte iniciase su carrera en la prensa, produciendo imágenes para un público deseoso de material impreso rápido y vertiginoso como las ciudades y los automóviles.
Los Trogloditas quedaron en el trasfondo de mi mente durante un tiempo. Hasta que me decidí a rastrearlos. A ponerme manos a la obra, como buen historiador, y buscar las imágenes originales en los archivos, recopilarlas y publicarlas en algún lado. Para ello, decidí acudir a la Hemeroteca de la Biblioteca Nacional y revisar las viejas ediciones de La Razón para fotografiarlos y ordenarlos.
Ese proyecto de inmediato se chocó con dos dificultades. En primer lugar, con el estado un tanto ruinoso de los materiales. Los diarios, por la calidad de su papel y por la triste situación edilicia de los archivos argentinos, suelen ser los primeros materiales en descomponerse. Cuando pedí los tomos gigantescos de La Razón me encontré con ediciones que se caían a pedazos, papeles amarillentos y en ocasiones ilegibles, páginas arrancadas.
Esto no hubiese sido un problema tan grave si no fuese por lo siguiente: La Razón era un vespertino. Esto quiere decir que era un diario que las personas adquirían en el transcurso de la jornada, para enterarse de las últimas novedades. El matutino era el diario de “resumen”, el de lectura más pausada y meditada. El vespertino cumplía la función del noticiero televisivo o radial: era un diario caliente que te contaba las noticias que se iban revelando a lo largo del día. Para hacer esto requería de varias ediciones. Salían toda la tarde, en cuartas, quintas y a veces hasta sextas ediciones, de acuerdo al ritmo noticioso. Y cada una era un objeto único, que incorporaba material nuevo. Entonces, para preservar adecuadamente un vespertino, hace falta preservar absolutamente todas las ediciones.
La BN solo contaba con archivos de la cuarta edición de La Razón. Me pasé varias semanas mirando los diarios correspondientes a 1929 y 1930 y no encontrando ninguna imagen de Molina Campos. Solo 3 viñetas que incluyo aquí. Frustrado y enojado, pensaba que los datos que se reproducían en todos lados, que consistían en decir que había colaborado con el diario entre 1929 y 1930, eran falsos o habían sido mal consignados en alguna primera investigación y luego reproducidos hasta el hartazgo. Lo cual es algo común en los estudios históricos: un dato se registra como verdadero y luego, por pereza o falta de tiempo, es reproducido ad infinitum en estudios posteriores, construyendo una montaña de inexactitud. Otra incógnita es exactamente cuándo Molina Campos comenzó a colaborar con La Razón: todos mencionan que fue entre 1929 y 1930, pero algunos ejemplos que encontré en internet parecen tener firma de 1926. ¿Son dibujos sueltos que nunca publicó o colaboraba desde mucho antes y nadie hizo las tareas?
La investigación hubiese concluido ahí si las lagunas en los archivos de la BN no me hubiesen llevado a concurrir a la Hemeroteca de la Biblioteca del Congreso de la Nación. Y allí descubrí la discrepancia. Porque la Biblioteca del Congreso conserva copias de la quinta edición de La Razón, la que salía un poco más tarde. Y ahí, sí, comencé a encontrar las famosas imágenes de Los Trogloditas. Que tenían un poco las características que me imaginaba. Dibujando con tinta, esta serie parecía un experimento preparatorio para las famosas imágenes gauchescas del artista. Solo que, en vez de yuxtaponer las particularidades de la vida moderna con la simple vida campestre, lo que hacía en este caso era transpolar las costumbres de la modernidad (la escuela, las comparsas de carnaval, el fútbol, los medios de transporte) a un mundo prehistórico. Es por ello que se los ha llamado “Los Picapiedras Criollos”, y muchos comentaristas quieren forzar una lectura en la cual estos dibujos serían los precursores de la famosa familia de Bedrock.
La diferencia fundamental es el tono y la estética. Molina Campos es un feísta absoluto. Sus personajes son grotescos, monstruosos. No hay una celebración de la familia nuclear y de las comodidades de la modernidad de clase media, solo que convertidas en dinosaurios y tigres dientes de sable, sino que hay una especie, me parece a mí, de brutalidad grand guiñolesca. Como si Molina Campos estuviese diciendo que, debajo de los ropajes de la civilidad, seguimos siendo salvajes y estamos apenas a un paso de volver a caer en la violencia de las cavernas.
Además, hay un dibujo en particular que me llamó poderosamente la atención. Se publicó el 1 de octubre de 1930, un día después del primer golpe de estado de la historia argentina, el que expulsó a Hipólito Yrigoyen e inauguró una triste tradición de nuestro siglo XX. En el se puede observar a unos cavernícolas en la oscuridad de una prisión, durmiendo y rascándose. El epígrafe dice “No están todos los que son…”. ¿Era esto una celebración del golpe? ¿Estaba diciendo el diario, y el autor por extensión, que faltaba arrestar a más miembros del gobierno recientemente caído? ¿O fue solamente una (in)feliz coincidencia?
Las exigencias de la vida, que a menudo hacen que lo importante tome un lugar secundario frente a lo urgente, me impidieron contestar a esta pregunta y completar el archivo. Las imágenes que encontré acompañan esta nota y también pueden bajarse de aquí. Queda para una etapa posterior un trabajo más extenso de investigación acerca de la relación del dibujante con el vespertino, con el cuál tampoco colaboraba tan seguido: apenas un dibujo cada quince días. ¿De qué vivía Molina Campos? Otra pregunta que me quedó sin responder.
Porque investigar, como habrán notado a través de la lectura de estas líneas, es difícil, y a menudo se convierte en un trabajo detectivesco. Lo cual, también, es gran parte de su magia.
La Biblioteca Inexistente
Hace añares, en otra vida, inventé esta sección en El Baile Moderno como una forma de llamar la atención a artículos interesantes que andaban dando vuelta por internet. Hoy, en este newsletter, vuelve para seguir haciendo lo mismo.
1) Esta entrevista a John Swartzwelder, uno de los guionistas míticos de Los Simpsons, es una maravilla absoluta. Swartzwelder era un tipo hiper respetado en una sala de guionistas que incluía a monstruos como Conan O’Brien. El tipo era parco, casi nunca opinaba, pero cuando tiraba un chiste generalmente ese chiste quedaba para siempre. Además, es un sujeto muy privado, del cual casi no se conocen fotos ni declaraciones, lo cual ayuda a construir esa atmosfera de misterio. En la entrevista repasa su carrera con un tono deadpan maravilloso, tira chistes geniales y defiende uno de los principios más respetables de la humanidad: trabajar lo menos posible.
2) Gran resumen de los primeros dos años del gobierno de Andrés Manuel López Obrador en México. Desde los aciertos como los nuevos subsidios a personas de clase baja hasta los desastres como la cancelación de fideicomisos que financiaban gran parte de la investigación científica y la continuidad de la progresiva militarización de México. Una vez más, te deja muy desesperanzado con la situación de un país que pareciera no encontrar piso a su descomposición política y social.
3) Es genial esta nota que comienza siendo una “reseña” del Museo de la Comida Asquerosa que se encuentra en Malmö, Suecia, y termina siendo una prolongada reflexión sobre lo que nuestros límites con la comida dicen sobre la cultura en la que cada uno de nosotros hemos sido criados, sobre el entrenamiento del gusto, y sobre la relatividad cultural que hace que el manjar de unos sea la basura de otros.
4) ¿Se acuerdan del ska? Quizás lo recuerden, los que tengan edad suficiente, como un chiste, como el género musical más bastardeado y rechazado. Bueno, pues está en el medio de un comeback. Que se expresa en formas curiosas, como en la recuperación de los beats ska por parte de darlings del hyperpop como 100 Gecs en Stupid Horse. Pero, también, hay toda una nueva generación de bandas que recuperan las políticas raciales y musicales del ska originario y que están dispuestos a sacarlo de la ignominia.
5) Esta nota conmemorando los 20 años del disco debut de Gorillaz es perfecta por la manera en que reconoce que las limitaciones de la propuesta, y de la personalidad de Damon Albarn, son a la vez su fortaleza; por el modo en que entiende que hacer del pop una gran bolsa colorida de la cual robar es una posición estética válida; y por la forma en que nos hace volver a esas canciones geniales, que parecieran no haberse agotado a pesar del tiempo.
6) Este artículo es una deconstrucción brutal, furiosa y necesaria de Cyborg, el personaje de DC Comics que hoy por hoy es su héroe negro más prominente. Robert Jones Jr. argumenta que es una versión completamente sanitizada de un hombre negro, de la furia y la injusticia, una versión PG-13, adaptada para el gusto blanco, que llega hasta extremos tales de quitarle sus genitales y mecanizar su cuerpo para que no presente ninguna amenaza.
7) Hermosa reseña de mi amigo Agustín Acevedo Kanopa del tema del momento (al menos hasta hace un mes atrás): la sesión de Bizarrap con L-Gante, y por qué lo que hacen es tan pregnante, tan irresistible, tan nuevo. Se agradece que haya gente que escriba sobre estas músicas saliendo del lugar común meramente sociológico y pensando que efectos tienen tanto las nuevas tecnologías como las hibridaciones estilísticas. Ojalá pronto podamos mover el culo al ritmo de esta canción en una habitación oscura y llena de olor a sudor.
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Y con esto llegamos al final. La recomendación musical de esta semana es el demencial EP Watch Out! de India Jordan. Breakbeat, jungle, drum’n’bass, todo puesto en una licuadora a la que le subieron la velocidad a mil. Ideal para agarrarse a piñas en la calle. Les envío un gran abrazo y nos vemos en dos semanas. ¡Godspeed!