¡Hola, amigues! Bienvenides a una nueva entrega de El Evangelio del Coyote, un newsletter sobre arte, política y basura. En esta ocasión, vuelvo a una pregunta que me quita el sueño hace bastantes años: ¿cómo imaginamos el futuro? Buscaré algunas respuestas en tres novelas de ciencia ficción clásicas, en esa narrativa maravillosa y vanguardista que está construyendo un enorme equipo creativo en los X-Men, y en el último disco de la banda de hardcore de Detroit The Armed.
El Futuro Es Sin Humanos
(Las imágenes de esta sección proceden de Man After Man de Dougal Dixon y Philip Hood, un libro que intenta imaginar, de manera muy creativa y fantástica, la evolución del ser humano en el futuro distante)
Sabemos que la ciencia ficción es, más que un ejercicio de futurología, una excusa para extrapolar los miedos y fantasías del presente en juegos mentales y narrativos que llevan una tendencia hasta sus últimas consecuencias y nos devuelven una versión deformada del presente. Hay tres “novelas” claves de ciencia ficción que intentan pensar los cambios de la humanidad a lo largo de un período de tiempo extendido: Crónicas Marcianas de Ray Bradbury, Galaxias Como Granos de Arena de Brian Aldiss y Ciudad de Clifford D. Simak.
Las tres novelas comparten ciertas características. En primer lugar que, más que novelas, son colecciones de cuentos cortos. Lo que en inglés se conoce como un “fix-up”: la reunión de cuentos aparentemente inconexos en un solo libro a través de la creación de material conectivo y un cierto orden, produciendo una narrativa más amplia. Los cuentos aparecieron en diversas revistas de ciencia ficción entre 1944 y 1958. Bradbury y Simak iniciaron su carrera en lo que se conoce como “La Era Dorada de la Ciencia Ficción”, momento entre finales de los 1930s y mitades de los 1940s en el cuál el género saltó a la conciencia pública (al menos en Estados Unidos) y se publicaron muchas historias clásicas. El período está muy vinculado al nombre de John W. Campbell, editor que ejemplifica el salto de una narrativa centrada en imágenes, artefactos y razas alienígenas impactantes, a una exploración de la psicología y la situación de los personajes, acompañada de una reflexión sobre la política o la moralidad de la era. Aldiss, por su parte, pertenece a lo que se conoce como la “Nueva Ola de la Ciencia Ficción” de los años 1960s, etapa caracterizada por experimentos narrativos, fragmentación del punto de vista, influencia de experiencias psicodélicas, profunda deconstrucción psicológica de los personajes y ruptura de la noción de una realidad compartida consistente como escenario de las historias.
Ciudad de Simak es uno de mis libros favoritos de ciencia ficción. Esto lo heredé de mi padre, al pie de cuya biblioteca muy cuidada y prolífica de sci-fi hice mi formación como lector. Simak se imagina que pasaría si los humanos, gracias a los avances de la ciencia, la agricultura hidropónica y mejores medios de transporte, pudiesen abandonar las ciudades por el campo. La civilización que se desarrolla a partir de eso es una civilización de familias aisladas, en donde la sociabilidad como la conocemos no existe, y cada ser humano está más o menos librado a sus propias obsesiones y manías. La civilización humana va desapareciendo no como consecuencia de un gran evento catastrófico, sino en un lento proceso de abandono en el cual los humanos van desapareciendo, convirtiéndose en otros seres o siendo reemplazados por dos formas de vida a las cuales Simak encuentra superiores: los robots y los perros parlantes, que terminan construyendo una civilización utópica y empática. A lo largo del libro Simak se plantea preguntas vinculadas con la modificación corporal y genética de los seres vivos y con la noción de evolución societal.
Crónicas Marcianas, por su parte, es un clásico absoluto del género, aunque no sé cuanto se lee hoy. En su momento, cuando yo crecía, estaba en todas partes. Bradbury, como Stephen King, es un escritor 100% estadounidense, y sus preocupaciones son propias de un escritor perteneciente a una izquierda humanista: la discriminación, el choque de culturas, la amenaza de la aniquilación nuclear mutua, la Guerra Fría. Crónicas Marcianas narran el proceso de llegada a Marte por los humanos, los encuentros con la raza autóctona y su aniquilación, la creación de una civilización marciana que busca reproducir el estado de cosas en los Estados Unidos de los años 1950s, el posterior abandono de Marte por todos excepto un puñado de humanos, y la aniquilación de la raza humana en la Tierra por una guerra nuclear, dejando a quienes quedaron en Marte (los nuevos marcianos) como la última esperanza de nuestra especie. La mayoría de las historias de esta colección tienen un tono pesimista, marcado por la incapacidad de los humanos de cambiar y romper el ciclo de violencia que importan de nuestro planeta, y por la inminencia de un evento catastrófico que nos borraría de la faz de la Tierra. Como dije, Bradbury está sumamente preocupado por la Guerra Fría y sus consecuencias, y también por lo que se esconde debajo del Sueño Americano. Es por ello que creo que la comparación con King es apropiada: debajo de los suburbios, el horror de la discriminación; debajo de los avances científicos, la certeza de que serán usados para la destrucción.
Finalmente, Galaxias Como Granos de Arena es la colección menos sintética de cuentos. Aldiss emplea un marco en el cual, entre un cuento y otro, pasan miles de años, entonces no hace falta justificar lo que sucedió en el medio, solo presentar el nuevo escenario. En ese sentido, es el más fix-up de los tres. Aquí, Aldiss presenta un montón de escenarios posibles para el futuro de la raza humana: un mundo perpetuamente en guerra, un mundo de gente aislada socialmente y sin deseo sexual, un mundo de mutantes, un mundo robótico, un mundo en el que todas las personas viven en una gran y enorme ciudad que es la Tierra. Por lo tanto, cada una de las viñetas consiste en agarrar una tendencia y exagerarla hasta sus últimas consecuencias, y si bien en varias se presenta el “final” de la raza humana, ese final es reseteado, a menudo, en el siguiente cuento.
Lo que me dejó perplejo en gran medida de volver a estos libros y releerlos es la moraleja última de los mismos: que quizás es mejor que los humanos desaparezcamos, y que la Tierra la hereden formas de vida más amables y menos destructivas. Y, si sobreviviese algo de humanidad, tendría que cambiar tantas cosas y abandonar tantos marcadores culturales, sociales, biológicos y económicos que la civilización que surgiese no sería una civilización “humana”. La paradoja de la nave de Teseo. Es cuanto menos arrogador pensar en un montón de escritores, a mitades del siglo XX, mucho antes del colapso ecológico y la pandemia, llegando a la conclusión de que, incluso a pesar de la humanidad hubiese creado las herramientas para que ellos mismos puedan expresarse, quizás lo mejor es que no estemos aquí, que nada de lo bueno que ha creado el hombre es suficiente para compensar lo malo, y que el futuro es un lugar más sereno y más justo sin nosotros, nuestra conciencia y nuestro ego estorbando.
El Futuro Es Lucir Increíble
Los X-Men, también, hablan de estas ansiedades. Concebir a los mutantes como el futuro ha sido una opción narrativa para muchos de sus escritores. En particular para Jonathan Hickman, quien dirige los destinos de la franquicia hoy, y para Grant Morrison, quién propuso por primera vez la idea de que, tarde o temprano, reemplazarán a la raza humana. Esta, sin embargo, es solo una de las metáforas a las que se pueden acoplar los X-Men. Luego tenés la metáfora de la pubertad, la metáfora de la salida del closet, y la metáfora de los derechos civiles, que indica que Xavier es Martin Luther King y Magneto Malcolm X (últimamente cada vez más cuestionada). Pero, hay otro motivo por el cual los X-Men son el futuro y es porque son la juventud. Siempre habrá nuevos X-Men porque ser un mutante no requiere de un origen secreto elaborado, te pasa cuando llegás a la pubertad. Siempre arrancan adolescentes, con toda la energía, las esperanzas y los traumas. Con mi amigo Pancho Lobo hablábamos el otro día de nuestros X-Men favoritos y lo que nos dimos cuenta es que, si bien tenemos algunos que proceden de la época dorada de Claremont, nuestros favoritos incluyen muchos creados en las últimas décadas. Porque este concepto tan simple, tan banal, de “simplemente tus poderes aparecen”, asociado a la plasticidad de la metáfora central y a su asociación con el futuro, hacen de X-Men una maquinaria narrativa perfecta e interminable. Porque los mutantes no son solamente un equipo, son una especie, una cultura, una sociedad, con todas las complejidades que eso comporta. De ese modo, no hay personajes “imprescindibles” de los X-Men. O, mejor dicho: cada une tiene su propio listado. Y esa es su fortaleza: un lienzo interminable de mutantes en perpetua proliferación. Y esa proliferación hace que ninguno sea realmente tan importante, y que todos puedan serlo eventualmente, cuando un autor los rescate y los enriquezca.
Esta es una de las ideas rectoras de Hickman: agrandar el mundo, adicionar, no romper, generar las condiciones para que siempre haya nuevas historias. A la vez, es un futurista. En House of X y Powers of X, la miniserie con la que arrancó, el futuro es de lucha tripartita: humanos contra mutantes contra inteligencias artificiales. Hickman propone que la única manera de evitar un futuro catastrófico en el cual somos absorbidos por una civilización tecno-orgánica interminable es que los mutantes triunfen, incluso cuando eso implique la desaparición de la raza humana.
Recuerdo cuando Morrison agarró el título allá por el lejano 2001, que decía que su objetivo era que los mutantes tuviesen su propia cultura, sus propias instituciones. Algunos atisbos de esto se observan en los 40 y pico de números que escribió el pelado. Pero la línea X-Men en aquel entonces no tenía el nivel de coordinación que tiene hoy, y Morrison nunca fue de tomar un rol dirigente en un grupo de revistas, entonces lo que se veía en sus New X-Men no se contagiaba al resto de la línea. De cualquier modo, pobló al rincón del universo Marvel que pertenece a los X-Men de personajes extraños e impredecibles, inventó conceptos fascinantes, rascó la superficie de lo que significaría una cultura mutante.
Hickman no es solamente el escritor de la serie principal y guía de la franquicia, sino que es Head of X, un rol de editor no oficial que significa que él brinda los lineamientos generales de la megahistoria que se está contando, y propone nombres para que inicien spin-offs. En ese sentido, hay algo que hay que destacar de los X-Men actuales: es un enorme y consistente esfuerzo colectivo. Decirles “los X-Men de Hickman” es una mentira y una simplificación enorme. Son un montón de personas trabajando juntas. Por eso es tan genial lo que está pasando ahora. Por eso es que son capaces de crear toda una nueva cultura. Se siente el entusiasmo colectivo. Por eso cada serie explora un rincón del universo X-Men y no se pisan ni se contradicen, sino que contribuyen todas a la expansión maravillosa de la línea. De hecho, las mejores series hoy por hoy son series donde Hickman no tiene nada que ver: X-Factor (de Leah Williams y David Baldeón) que cuenta con una maravillosa atención al detalle y caracterización y explora qué pasa con la muerte en una sociedad que la ha superado; Hellions (de Zeb Wells y Stephen Segovia), la comedia del grupo, con un montón de mutantes entre ridículos y peligrosos intentando encontrar su lugar; y S.W.O.R.D. (Al Ewing y Valerio Schiti), una serie de ¡GRANDES! ¡IDEAS! ¡CIENTÍFICAS! ¡Y CÓSMICAS! protagonizada por la inmortal Abigail Brand. En ese sentido, Hickman no solo está contando su historia, sino que recuperó a los X-Men como una franquicia que tiene la potencialidad de contar para siempre.
Esa voluntad expansiva también se notó en los eventos. El primero, X of Swords, fue una aventura de fantasía épica protagonizada por Apocalipsis. El segundo, que arranca ahora, se llama The Hellfire Gala y es un evento de alfombra roja, una gala, una demostración de la opulencia y la riqueza de estos nuevos X-Men que tienen su propia isla y su propia economía. Como estructura de un evento me parece un concepto fantástico.
Como toda buena gala, lo que necesitan los X-Men son vestidos y trajes fabulosos para participar de la misma. Que serán diseñados (dentro del universo ficcional) por un diseñador mutante: Jumbo Carnation, creado por Morrison y Keron Grant en 2003. Y, en la realidad, por un montón de dibujantes: Russell Dauterman, David Baldeón, Alberto Foche, Lucas Werneck, Matteo Lolli, Stephen Segovia, Bob Quinn, Alex Lins, Valerio Schiti, Marcus To y Joshua Cassara.
Debo admitir que mi conocimiento sobre moda no es muy profundo, pero estos rediseños me parecen de lo más original y forward-thinking que he visto en diseños de trajes de superhéroes en mucho tiempo. Hay una conexión profunda, que me encantaría investigar eventualmente, entre moda y trajes de superhéroes. Se nota cuando uno ve, por ejemplo, los rediseños que hizo Dave Cockrum en los setentas tanto para la Legión de Super-Héroes como para los X-Men: cuellos grandes, minifaldas, muchos aros, botas bucaneras, pantalones acampanados, escotes para las mujeres y los hombres, todo un catálogo de la moda de los 1970s circa la época disco. En este caso la inspiración procede de la alta costura y los trajes logran combinar la exageración y poca practicidad de muchos looks de alfombra roja, con referencias a looks clásicos que los X-Men utilizaron a lo largo de su historia. Son una gran evolución al respecto de lo que tradicionalmente es un traje superheroico, que se parece más a una segunda piel que a un objeto textil diseñado para ser útil o bello. Además, son perfectos para los X-Men, uno de los pocos grupos de personajes cuya apariencia cambia continuamente, y de cuyos personajes principales puede decirse que tuvieron varios looks icónicos a lo largo de los años. Además, muchos de ellos son fabulosamente ambiguos en cuanto a su género. Basta ver los trajes de Iceman o Prodigy para ver como el equipo creativo detrás de los X-Men está abrevando en la condición queer de los X-Men, algo que estuvo en potencia desde siempre, pero que en los últimos cinco o seis años ha pasado al frente, porque muchos de sus lectores pertenecen al colectivo LGTBI+ y los han apropiado como referencia.
En este punto, voy a citar la tesis de maestría sobre moda, consumo y grandes tiendas de mi esposa, Teresita Garabana, que al fin y al cabo se dedicó a investigar estos temas de manera seria:
Es evidente que todas las personas necesitan de la ropa al momento de proteger y cubrir sus cuerpos. No obstante, no toda vestimenta es sinónimo de moda. La socióloga Joanne Entwistle sostiene que la moda solo aparece en aquellas sociedades en las que es posible algún tipo de movilidad social. Esta precisión, por ejemplo, deja afuera lo que Flügel denomina el traje fijo: por ejemplo los uniformes, los atuendos típicos de sociedades orientales como el sari o el kimono; o la vestimenta adoptada por la comunidad judía ortodoxa. Lo que caracteriza a estos trajes fijos es precisamente que, si bien son claras expresiones de identidad que suponen la pertenencia a un colectivo social específico, no cuentan con el carácter cambiante y fugaz que la moda supone. Elizabeth Wilson también ha hecho hincapié, precisamente, en el cambio sistemático y regular sin el cual no es posible pensar ni hablar de moda. Sin embargo, por momentos ambos términos parecen confundirse, porque la moda, en alguna medida, estructura la ropa de uso diario, mientras que la ropa de uso diario supone a su vez una interpretación creativa de la moda por parte de las personas. En tal sentido, es posible pensar en la moda expresada en las imágenes y relatos que analizaremos a lo largo de la tesis, como ideales posiblemente impracticables pero a los que, de todos modos, había que esforzarse por alcanzar. (pág. 14)
Y también:
La relevancia de la vestimenta como marca de individualidad fue crucial para la autorrepresentación. Así, las grandes tiendas, sus catálogos y las revistas de moda reprodujeron la idea de que la vestimenta de diseño era posible para todo el mundo. Para fines del siglo XIX, en París y Londres, el engrosamiento de una clase media femenina compuesto por empleadas de tiendas, secretarias, maestras, etc., alimentó especialmente la demanda de ropa. Como reacción frente a este proceso, Green señala que los sastres más experimentados defendieron su oficio identificándolo con un arte, con el que la confección estandarizada no podía competir. Los sastres y diseñadores criticaron fuertemente esta producción y el nacimiento de lo que actualmente se conoce como alta costura tuvo que ver, entonces, con la necesidad de conservar un bastión de arte en la industria de la confección. (pág 16)
Creo que esto da varias claves para entender la manera en que se visten los X-Men como una continua tensión entre la individualidad y la estandarización. A lo largo de su historia muchas veces se vistieron con los monos amarillos y azules que los marcaban como parte de una misma escuela, cultura o ejército; pero también han ansiado y puesto en práctica elecciones individuales que se volvieron parte ineludible de su historia, como el look mohawk de Storm, o los miles de trajes malísimos de Kitty Pride. Y, pareciera, en esta Hellfire Gala están empleando la alta costura para cubrirse de ropajes que expresan de manera exagerada y demencial su individualidad y fortaleza interior, su lugar dentro del mundo mutante y su sexualidad. Todavía me sorprendo de que exista un producto cultural como estos X-Men, y su ambición de hablar y crear tantos rincones de un mundo nuevo. Es un experimento asombroso y magnífico, una nueva manera de hacer comics de superhéroes para el siglo XXI.
El Futuro es Hardcore
Yo fui un adolescente hardcore. Cuando comencé a ir a recitales en Tucumán uno podía elegir: ser metalero o punky-hardcore. Por algún motivo misterioso, Tucumán fue uno de los lugares en donde el ejemplo del Buenos Aires Hardcore pegó con mucha fuerza. Y yo crecí yendo a ver bandas con nombres como Sol Perpetuo, Factor Común, Volstead, Extrema Voluntad y Eructo en Contramano.
Del hardcore siempre me atrajo su sentido de pertenencia, su discurso de comunidad, que viene en gran medida de los pioneros del mismo, Minor Threat, y la actividad intensa de Ian McKaye en pos de la igualdad. A veces, ese sentido de pertenencia muta en parodia, y ahí están las infinitas canciones que hablan de como la sangre es más espesa que el agua, y los amigos son lo más importante. Pero es un lindo sentimiento. Y siempre me produjo rechazo su dogmatismo y su carencia de espíritu pop. De hecho, las bandas hardcore que sigo escuchando hasta el día de hoy son aquellas que tienen una veta melódica identificable, como Lifetime o Saves The Day (que ya es más emo). Nunca entendí el straight edge. Y nunca compartí el vaho a testosterona que emanaba, a veces, la escena. Pero durante los años que fui a ver recitales hardcore hice muchos amigos, que me cuidaron mientras yo era un adolescente de 15, 16, 17 años que se metía en galpones oscuros con olor a sudor.
El hardcore es un género que se enorgullece de su autenticidad. Para el fanático no hay nada mejor que el apego de la música a un template imaginario e ideal, y que las letras hablen lo máximo posible de honestidad, humildad, lealtad, amistad, resistencia y lucha. Quizás aquí está el pop en el hardcore: en que también funciona como una catarsis, y como un intento de imaginar un mundo más grande que la vida real. Por ello, es un género musical dentro del cual es muy difícil pensar en el futuro. O en la modificación de sus elementos compositivos y melódicos. Sin embargo, hubo atisbos de renovación desde que Fucked Up sacó The Chemistry of Modern Life hace ya más de una década. Pero, generalmente, cuando el hardcore intenta extender sus alas, lo que sucede es que termina mutando en un nuevo género. Es un poco lo que pasó con el emo.
Toda esta larga introducción viene a cuento de Ultrapop, el último disco de The Armed, banda de Detroit. Es como su cuarto disco, pero el primero que escucho y es ABSOLUTAMENTE FANTÁSTICO. No sé muy bien porque me pegó como me pegó, pero era justamente lo que necesitaba escuchar ahora: un disco enojado y ruidoso que sin embargo no pierde la melodía ni el deseo de pensar hacia adelante. The Armed son una banda anónima: nadie sabe exactamente quienes tocan en ella, más allá de conocer la identidad de algunos cantantes invitados y productores. La banda hizo mil cosas para que nadie se entere de su identidad, desde no imprimir los nombres de los miembros en sus discos hasta contratar actores para que hagan de cuenta que son los músicos. Eso encaja perfecto con la ética hardcore: ¿Qué hay más digno y anti-individualista que ocultar tu identidad? ¿Qué hay más comunitario que no saber quién es quién y quién debería tener más crédito o pantalla por lo que hace?
El disco es hermoso por la manera en que, manteniendo una estructura básica de guitarras con distorsión y batería con doble bombo, sin embargo encuentra resquicios por los cuales colar innovaciones que, generalmente, tienen que ver con la melodía. Por ejemplo, “An Iteration” es una canción hardcore que tiene una melodía vocal que está directamente tomada de una canción shoegaze. Lo cual tiene todo el sentido, porque cierta textura sónica de capas del shoegaze está directamente emparentada con el hardcore. El tema que da apertura al disco, “Ultrapop” tiene mínimos toques de distorsión, utilizados como contrapunto para una melodía que podría estar en un disco de Deerhunter. En “Masunaga Vapors” debajo de toda la cacofonía propulsiva hay una línea de guitarra bellísima e inspiradora. Escuchar el disco es una experiencia fabulosa y desorientadora, porque estás en un lodo de distorsión y ruido y, de pronto, como del fondo, aparece un toque de canción pop que te re-enmarca toda la experiencia y que, lejos de desconectarte, te entusiasma más (al menos a mí me pasa) porque combina la energía y la muscularidad del hardcore con la belleza de las canciones. Mi favorita es la penúltima, “Bad Selection”, que tiene una batería que descarta bastante el doble bombo y una línea vocal bastante entendible, que estalla en el estribillo, montado casi por completo sobre la base rítmica antes que sobre la distorsión y en donde cantan “Something dimly lights the way / Violent faith in better days / Hallelujah / Everybody knows that I am great”. En Genius dicen del estribillo: “¿Trata sobre alguien que mantiene la fe en un mejor futuro, o es sobre personas enceguecidas por una fe violenta en días mejores que quedaron en el pasado? Una interpretación es realmente optimista y otra es bien siniestra, y ambas aluden a cosas del mundo real”.
Creo que, en esa tensión entre optimismo y pesimismo, entre energía y depresión, entre innovación y tradicionalismo, descansa lo que hace a este disco tan pero tan maravilloso, justo lo que necesitaba escuchar en este 2021.
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Con esto llegamos al final. Nos vemos en dos semanas, querides. Espero que estén sanes y salves. Un abrazo grande y ¡Godspeed!
#12: Islas En La Corriente del Tiempo
Qué bueno es tu newsletter, Amadeo! Escribo esto escuchando Ultrapop. Gracias